Capítulo 3

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—El Regalo De Cumpleaños

Los tres siguientes días podían resumirse en dos palabras: hastío e inmovilidad. No pasaba nada, no había nada que hacer y el día se hacía cada vez más largo para Hesper. Amanda había cerrado la puerta de casa con llave para que ella no pudiere salir fuera con el horrible tiempo que había y, para colmo, la habían castigado sin televisión y fregando platos durante un día entero por haber llamado «asno» a Jody, que se lo merecía más que nadie.

Al segundo día Hesper se acordó de uno de sus pasadizos en la casa; eran de alto secreto, nadie aparte de Gus y ella conocían aquellos serpenteantes conductos. Desde su punto de vista, claro. Esos pasadizos eran secreto para extraños, no para los miembros de la familia. Si Jody no los usaba era porque le daba miedo la oscuridad y era claustrofóbica.

Así pues, con una nueva idea en mente, Hesper emprendió la marcha hasta la alacena bajo las escaleras del salón, movió la fea alfombra que había y comprobó que la pequeña trampilla seguía estando tal cual la dejaron la última vez. Ese era su escondite en la casa. Gus decidió bautizar el lugar cómo La Guarida. Sabiendo como andaban todo el día imaginándose a sí mismos como personajes en una película, ni Amanda ni Stephen les decían nada. Ni siquiera Jody les arruinaba la aventura, excepto cuando la usaban de mala.

Tenían más lugares como La Guarida. Estaba la casa del árbol que había en el linde del bosque de Hampton y a la cual Gus también se dio el lujo de nombrar La Guarida Aérea. Poco original, pero difícil de olvidar. Lo demás solo eran los tres pasadizos que había en casa de Hesper y el hueco que cavaron en el almacén de la cocina de la madrastra de Gus para robar alguna que otra cosa y enfurecerla.

Al tercer día, Hesper se levantó con un bostezo ruidoso, bastante fingido también y que buscaba llamar la atención, recordar al resto de la casa de quién era cumpleaños aquel día. No cualquier día, su día. Tarta y regalos para ella.

Correteó al baño antes de hacerse pis encima del entusiasmo y se preparó deprisa. Bajó las escaleras corriendo, llamando a sus padres y hermana, pero nadie le contestó. Hesper ignoró como aquello la extrañó en cierto modo. Entró en la cocina buscándolos, pero no encontró a nadie. Se encogió de hombros, desenredándose el pelo distraídamente, antes de ver su desayuno favorito sobre la mesa junto con una nota.

Se acercó y tomó la nota para leer lo que ponía en ella. Esa nunca era su primera opción, pero sabía que ese día era especial. Tenía que seguirles el rollo sino ya no había diversión. En la nota ponía:

«¡Feliz cumpleaños, Hesper! Esperamos que disfrutes de tu desayuno mientras estamos un momento fuera.

Un beso gigantesco.

Mamá y Papá.»

Hesper bajó la nota, alejándola de su cara y parpadeando despacio.

¿Tenía toda la casa para sí misma? ¿El día de su cumpleaños? Eso sí que era el mejor regalo de cumpleaños, parecía que su padre había acertado en la diana.

Se tomó los gofres con chocolate y el vaso de leche que había sobre la mesa. Al terminar lo dejó todo en el mismo sitio donde lo había encontrado. Se descalzó de camino a su dormitorio y cuando llegó, sacó de debajo de su cama la tapa de basura que le «cogió prestada» a la vecina que vivía una manzana más abajo.

Recorrió el mismo trayecto de vuelta hasta llegar a las escaleras que llevaban a las centrales del salón, colocó la tapa sobre el suelo y se sentó sobre ella, se sujetó con ambas manos a los lados curvados del objeto y con los pies descalzos se impulsó hacia abajo, echándose hacia atrás para ganar más velocidad.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora