Capítulo 79

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Déjate Caer—

El clima en los alrededores había empeorado junto con su humor. Hesper veía el oscuro cielo grisáceo por los nubarrones que amenazaban con soltar una tormenta sobre sus cabezas en cualquier momento. En ese momento, había bajado del tren, desde donde había tenido una largo viaje tranquilo, sin ninguna molesta, excepto el insistente de Gus que le pidió una y otra vez que abriera la puerta. A Hesper le encantó que él mismo la hubiera intentado abrir con otro hechizo, puesto que el encantamiento que había usado, poseía un protector, por lo que Gus salió despedido pasillo abajo en cuanto alzó su varita contra la puerta deslizable del compartimento. Hesper lo había ignorado deliberadamente, ni siquiera se molestó en oír lo que le decía al otro lado pues estaba más ocupada hablando con su abuelo, preguntándole cuando podría volver a verlo, este le había contestado que debía pasar un tiempo alejado porque tenía algo que hacer. Hesper se preocupó, pero luego recordó que su abuelo ya no era el mismo, era alguien sabio y con conocimientos que sabía utilizar. En cuanto vio el tren pararse en la estación de Hogsmeade, Hesper se puso en pie y abrió la puerta del compartimento para encontrarse a Gus dormido de pie enfrente del compartimento.

Le dieron una ganas tremendas de empujarlo y hacer que se cayera, pero pasó de largo como se había prometido hacer. Gus ya no era nadie más que un desconocido, y a Hesper su madre le había enseñado a no hablar con gente que no conocía. Aspiró el húmedo aire y se dirigió hacia la salida de la estación mientras escuchaba el vozarrón de Hagrid llamando a los alumnos de primer año. Lo saludó y este le devolvió el saludo con una enorme sonrisa que escondía más de lo que pretendía. Hesper sentía parsimonia auténtica, desde que supo que era superdotada, era como si su mundo hubiera cambiado, pero para bien. Sabiendo cuales eran sus habilidades, ya no se extrañaba de poder memorizar un maldito libro en una sola lectura, ni tampoco le importaba poder ver más de lo que veía alguien normal. Ya no quería ser normal, ella era rara. Era un bicho anormal, fuera de lo común y casi en peligro de extinción. Nadie la entendía y nadie la entendería, excepto su abuelo, que era de su misma clase. Ambos eran dos fenómenos que se salían de los márgenes que la vida imponía. Eran mejores que todos, eran especiales. Y como siempre había pensado Hesper, las mejores personas estaban locas. Alicia en el País de Las Maravillas ayudaba mucho para hacer recapacitar a alguien antes de tomar prejuicios erróneos.

Se subió a la primera carroza vacía que había encontrado, exactamente la última de todas, esa vez no trancó la puerta. No podía puesto que no había. En su mente sonó una especie de silbido absorbido hacia dentro con los dientes juntos, antes de un chasqueó de mala suerte. No le importó, subiera quien se subiese, no recibiría su atención bajo ningún concepto. No le importaba la gente, odiaba a la gente, opinaba que no eran más que monstruos disfrazados.

Pero, Hesper no era la persona con la pata de conejo ni con un trébol mágico, puesto que los que subieron entre risas y cachondeo fueron Los Merodeadores. Hesper no se percató de ellos, pues estaba demasiado concentrada con la cabeza apoyada en el cristal del lado opuesto a la puerta (donde no había salida), royendo un caramelo de cereza con las muelas en silencio, mientras pensaba en su abuelo. Le había dicho que su misión le llevaría tiempo, y Hesper pensaba que podría ser que su abuelo hubiera ido a asegurar el perímetro en Oxford, allá donde estudiaría su hermana. Más que segura, diría que era eso. Su abuelo se preocupaba por ellos más que por su vida propia, y eso no le gustaba a Hesper.

Ella era orgullosa, y lo admitía. Se había jurado a sí misma que no se dejaría caer en el olvido como Marisa, que no se destrozaría la vida por un puñado de malcriados que habían intentado partirla por la mitad con una guadaña hecha de palabras afiladas. No iba a dejar de comer por ellos, o olvidarse de sí misma. Hesper se apreciaba, y era egoísta en eso, pero no destruiría su persona solo por haber estado desolada unos meses. Eso se le había pasado, ya no sentía esa misma desolación, en su lugar sentía odio. Asco. Repugnancia ante todo. Los odiaba a todos. Pero, ¿acaso esa es razón para echarse a perder a sí misma? No, damas y caballeros. Que dijesen lo quisieran de ella, Hesper no iba a torturarse por Gus o por Lily.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Kde žijí příběhy. Začni objevovat