Capítulo 105

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—Por Ti Daría La Vida—

La amplia sala se encontraba únicamente iluminada en una de las camillas del fondo de las más cercanas a la ventana. Imogen estaba recostada sobre un par de almohadones del tamaño de su nieta menor cuando tenía seis años, con los dedos sujetos a los de Hesper, que en la hora que llevaba ahí no se había separado de ellos en ningún momento. Ese tacto era lo que le recordaba lo poco que había estado de perder a su abuela, lo poco que había faltado para hacer que el Julius Septimus Kennedy del pasado cerniera su sombra sobre la cordura de su abuelo rehabilitado.

Imogen llevaba el pelo blanco, como a la mujer le gustaba llevar desde hacía veinte años, suelto y desparramado como una cascada hasta los hombros. A pesar de haber recibido un ataque por la espalda que había estado a punto de ficharla para el otro mundo en un parpadeo, Hesper no le veía ningún rastro de cansancio o debilidad. Su abuela lucía más molesta que otra cosa: molesta por estar encerrada en San Mungo y molesta por Hesper.

—No han sido una o dos veces las que te he estado advirtiendo, Hesper —dijo Imogen apartándole el pelo de la cara a su nieta con desasosiego—. Gus y tú habéis huido en plena noche, y tanto tus padres como yo os la hemos dejado pasar. Se entiende, pero esto ya no, cariño. Poner en riesgo tú vida a cambio de verme no es algo que toleraré.

—Iba a venir aún si no me hubiera enterado por Didy. Y créeme, abuela. Es mejor que yo me hubiera enterado antes que... otros —murmuró Hesper pensando en Julius. Estaba segura de que había acertado al haber informado ella misma a su abuelo antes de que éste se enterase por terceros o por Baltimore.

Imogen la miró con suspicacia; una que ya llevaba echando sobre Hesper desde hacía años atrás, porque por muy calmada que estaba su nieta, la punta de un secreto asomaba de ella como un cristal brillando al sol. Hesper les ocultaba algo, algo enorme y posiblemente peligroso, y aquello estaba matando a Stephen y a Amanda. La última vez que Hesper se había guardado un secreto habían estado a punto de perderla manos de la magia negra en dos opciones: muerta o convertida en el reflejo de una persona enterrada en el pasado.

—¿Quiénes son esos otros que tan interesados están en mí?

Hesper no contestó, simplemente se encogió de hombros con simpleza. Al barrer la sala con la mirada, se encontró con Sirius, sentado en una silla al otro lado de la cama de su abuela. Por lo menos había sido él el primero en recibir el sermón por parte de su abuela.

Hesper sintió un apretón en la mano y miró a su abuela; las afiladas facciones de la mujer se ablandaron cariñosamente. Levantó el otro brazo, y Hesper la abrazó sin necesidad de que tuviera que repetírselo dos veces. La vainilla que envolvía a su abuela la cubrió gustosa a ella también.

Sirius, sentado en la silla con la mirada perdida en la ventana prefirió no mirar por razones personales. Llevaban una hora entera ahí, y no se quejaba, pero sí que tenía cierto pavor. Hesper no le había dirigido ni una sola mirada hosca y su humor parecía haber dado un vuelco entero, cosa que lo asustaba más aún que cuando se enfadaba con él.

Finalmente, cuando la chica se separó de su abuela, dándole un beso en la mejilla, él decidió incorporarse de nuevo. Imogen le pellizcó la nariz sonriéndole con afabilidad y agradecimiento.

—Gracias por venir, cariño. Pero la próxima vez no pongas en riesgo a Sirius y a ti misma por mí. Sabes que no quiero que os pase nada.

—Ni siquiera lo he invitado a venir a conmigo. El riesgo que él ha decidido correr va de su cuenta no de la mía, abuela.

Sirius puso los ojos en blanco y sonrió con amargura. Ahí estaba otra vez la personita que andaba buscando, tan cruda y fría como una verdad inocente.

Oblivion |Época De Los Merodeadores|Where stories live. Discover now