18. DESCUBIERTA

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Me desperté tosiendo y con un agudo dolor en mi nuca y en mi cuello. Las raquíticas llamas de las velas de mi buró apenas iluminaban el viejo rostro de mi nana que dormitaba sentada en una mecedora junto a mi cama, envuelta en su reboso gris. Me sorprendió que aquella fuese mi alcoba de Guanajuato y no la habitación de la hostería de Santa Úrsula, ¿a qué hora habíamos retornado a la ciudad que no me había dado cuenta?

A tientas me incorporé y no pude evitar quejarme tras el ardor que sentí un poco más arriba de la clavícula, un espantoso dolor cinco veces más fuerte que el que había sentido una vez que me caí sobre un espino de rosales en los jardines de mi casona y dos espinas se encajaron en mi cuello. Instintivamente llevé mis manos a la zona adolorida, solo para descubrir que estaba embadurnada de un espeso ungüento que olía a pulpa de sábila, ajo, poleo y manzanilla, cuyos aromas eran tan intensos, y a la vez tan separados, que me marearon momentáneamente.

Tras oír mis gemidos, nana Justiniana recordó sobresaltada y, luego de sacudir la cabeza hacia todos lados para ver de dónde provenían los sonidos, me atisbó con un gesto de sorpresa y mortificación. Saltó de la mecedora y corrió hasta mí, anonadada.

—¡Niña! ¡Mi niña! ¡Al fin ha despertado! —chilló enardecida—. ¡Gloria Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!

—¡Nana querida, ¿estoy muerta?! ¿O a caso estoy haciendo las veces de Lázaro y he resucitado?

—¡Ni Dios lo quiera! —dijo con lágrimas en los ojos, besándome la frente y dándole gracias a Nuestro Señor Jesucristo por haberme ayudado a recobrar el conocimiento.

—Nana, me duele la cabeza y no puedo más con el espantoso ardor que siento en el cuello, como si tuviese dos gruesas espinas atoradas. ¡He tenido sueños espantosos que, si bien no los recuerdo a cabalidad, no dejan de ser tormentosos!

—¡La ha mordido un leopardo, niña! —se sentó sobre mi cama tras encender el resto de las velas del candelabro—. Pero la culpa fue suya, ¿quién la mandó andar en los jardines del palacio de Lisboa a deshoras de la noche?

¿Un Leopardo? Inmediatamente una serie de dolorosos recuerdos golpearon a mi memoria como si de helados ventarrones se trataran: discerní a través de ellos la siniestra y felina mirada de Ananziel hincada en mi cara, sus colmillos aguzados y amenazantes, sus garras salvajes y su figura agazapada antes de saltar sobre mí. No, no había sido un leopardo el que me clavara los colmillos, había sido ella, esa maldita impía. El dolor de cabeza se debía al golpazo que había recibido cuando ella se arrojara sobre mi cuerpo, y las heridas del cuello debían de ser porque había clavado sus horríficos colmillos sobre él.

—¡Nana, no me mordió un leopardo, sino una bruja!

—¡Claro que no fue un leopardo! —exclamó ella dándome la razón, para mi sorpresa—. De ser así el animal le habría desgarrado más que el cuello y ahora no estaría usted aquí orondamente hablando conmigo. ¡Fue una bruja!

—¡Por Jesucristo de las nanas redimidas! —vociferé sorprendida—. ¿Entonces no me descrees? ¿Entonces sabes que digo la verdad? ¡Ay, nana, cuán feliz me haces! —concluí echándome a sus brazos, sintiéndome dichosa.

—¡Le he creído desde el principio, señorita, desde la primera vez que me dijo que una bruja la rondaba! —confesó.

—¿Entonces por qué me desmereciste aquella vez, nana injusta?

—¡Por tonta, niña, por tonta! —se lamentó—. Creí que si conseguía apartar esos miedos de su cabeza la bruja maldita se apartaría de usted y la liberaría, porque el miedo las atrae, es una de las fuentes de su alimento, sin embargo, tal parece que mi deseo no hizo honor a mis propósitos. ¡Si antes la maldita novia del diablo la asechaba, ahora que la ha mordido, el vínculo que las une se ha vuelto más fuerte!

LETANÍAS DE AMOR Y MUERTE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora