30. DESPEDIDA

3.8K 419 224
                                    

—¡Mi cielo, mi mujer! —me dijo, levantándose del suelo con el propósito de venir conmigo.

—¡Atrás! —grité extendiendo mis manos hacia él—. ¡Atrás...! ¡No te atrevas a tocarme! ¡No te atrevas a mirarme siquiera! ¡Eres un miserable! ¡Eres un maldito!

El hermoso ángel de la muerte se detuvo a un par de pasos de donde yo me hallaba, intentando dilucidar el motivo de mis palabras. Entonces murmuró:

—Tú no puedes pensar que de verdad entregaremos a nuestro hijo, mi mujer...

Su descaro me acrecentó el rencor que se había anidado en mis entrañas contra él.

—¡Vi la forma en que hablaste! —gimotee, todavía con mis brazos alargados hacia el frente, como si con ello pudiese impedir que Cristóbal se me acercase más—. ¡Vi la forma en que me ordenaste que me sometiera a esa maldita bruja del demonio! ¡Vi la forma en que deshonraste mi dignidad como esposa, mujer y madre ante nuestros enemigos! ¡Eres despreciable, Cristóbal! ¡Me has engañado!

No puedo describir la tortura que se dibujó en su perfecto rostro mientras le decía aquello, así como el matiz tormentoso que me regaló su mirar.

—¡Escúchame, mi mujer, solamente escúchame! ¡Debes de creer y confiar en mí!

—¿Cómo puedo confiar en alguien que me ha utilizad para crear un Excimiente a fin de obtener su libertad? ¡Y no digas que lo haces por mí, porque sabes bien que a mí no me habría importado morir siempre que fuese a tu lado! ¡Me hiciste creer que amabas mi cuerpo para profanarme y plantar en mí ese hijo que, al entregarlo a tu madre, te concederá tu libertad! ¡Has negociado con nuestro hijo porque estás cansado de esconderte durante siglos!¡Cuánta razón tenía Alfaíth, Cristóbal Ferrer de Santiago! ¡Eres un cobarde!

Una lágrima escapó de sus ojos, y por poco se me parte el corazón. Pero mi odio imperaba sobre el sentimiento.

—No me llames por mi nombre, mi bendita —susurró con tristeza—: llámame esposo... Llámame vida o llámame amor; ¿a caso ya no soy tu don Piedra?

—¡No quiero escucharte! —le grité, perdiendo todas las fuerzas que tenía reservadas para defender nuestro amor—. ¡Eres ruin y despreciable! ¡Estás tratando de engañarme otra vez! ¡Aléjate de mí, que ya no te quiero! —mentí, sintiendo que al pronunciar las últimas palabras mi garganta se rasgaba con cristales rotos. ¡Dolía decir aquello!

—¡Insúltame, humíllame, pídeme que lama el suelo con la tierra o que me llene de estiércol si lo deseas, mi bendita! ¡Pero no me digas que ya no me quieres, te lo ruego! —una lágrima más nació desde su hermoso iris azul—. ¡Debes de creerme, por piedad, Isabella! ¡Soy cobarde, sí, lo soy, pero no porque no tenga valor! ¿Sabes cuánto miedo tenía de perderte de nuevo? ¡Has nacido en siete vidas y esta es tu última reencarnación!

—¡¿Qué dices?!

—¡El ciclo se cumplió para ti, mi hermosa mujer! ¡Si mueres, esta vez no nacerás de nuevo! ¡Quise ocultártelo para que no tuvieses miedo, pero llegó la hora de que lo sepas! ¡Es hora de que entiendas por qué hice lo que hice! ¡Si tú mueres en la próxima luna llena ya no volverás a nacer, tu ciclo de siete vidas estaría concluyendo con ello!

Sentía que mi cabeza giraba vertiginosamente ante tantas palabras que rebotaban sin entrar. No sabía si él mentía o decía la verdad. ¡Ya no importaba!

—¡Yo te amo, no desmerezcas mis palabras, esposa mía! ¡La única manera en que podía hacer que Ananziel revirtiera la maldición que te llevará a la muerte en unas semanas más, era diciéndole la verdad, que estabas embarazada! ¡Ella, que ansía un Excimiente, hará lo que sea para revocar tu maldición y asegurarse de que el bebé nazca!

LETANÍAS DE AMOR Y MUERTE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora