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Reachell se encontraba encerrada en su habitación escribiendo sus relatos a oscuras mientras pensaba en la pequeña Liv, quien hace una semana debió haber ido a su casa, pero no fue así.

Se le hacía imposible concentrarse cuando en su mente rondaba la duda del por qué la niña no apareció el día que el chico le dijo. Y no es que ella deseara enseñarle, pero había algo que la inquietaba. Recordaba haberlo visto tan decidido a llevar a la niña con ella cuando de pronto, así sin más, no aparece. Tal vez pudo arrepentirse, pero si se era sincera, él no parecía ser una persona con arrepentimientos.

Segundos después cerró la libreta y se incorporó dando un suspiro, realmente no sabía por qué pensaba en cosas que no tenían la más mínima importancia.

En el momento justo cuando guardaba su libreta en sus cajones, tocaron el timbre.

Por un instante dudó en abrir, pues nadie solía visitarla y sus padres casi nunca se encontraban en casa pero siempre llevaban las llaves. ¿Acaso sería ese pequeño monstruito?

El timbre volvió a sonar segundos después dos veces seguidas y fue entonces cuando Reachell bajó dudosa y abrió la puerta tranquilamente.

Cualquier persona se habría mostrado sorprendida al darse cuenta que su sospecha se había confirmado, pero Reachell no cambió su expresión al ver a una pequeña niña de cabellos rubios junto con un chico alto detrás de ella. No era nada menos que ése mismo chico que hace días tuvo el desagradable gusto de conocer. Y al parecer, ella no era la única que compartía el mismo sentimiento. Él la miraba con fastidio como si el hecho de haber abierto la puerta no fuera un gesto de amabilidad.

—Estoy ocupada —dijo la castaña con una voz seca y casi en un susurro.

—Genial. Listo, ¿Ves, Liv? —Habló el chico dirigiéndose a la niña, ésta trató de mirarlo guiándose por el sonido de su voz—. Vámonos. Olvídate de tocar el piano.

—¡No! —gritó alejándose de su hermano y cerrando sus pequeñas manos— ¡Quiero aprender! ¡Lo prometiste!

Reachell miraba aquella escena tan ridícula: Una niña caprichosa queriendo aprender a tocar un instrumento y un hermano controlador que le cumplía lo que quisiera. Sólo faltaba que su madre llegara en cualquier momento y preguntara quiénes eran, y entonces sí se vería metida en un lío. Por alguna razón sus padres despreciaban cualquier tipo de chico, excepto a Dean, un compañero de su clase.

—¡¿No entiendes que está ocupada?! —alzó el chico la voz provocando que la pequeña diera un brinco del susto.

—Pero Adam...

—Suficiente, Livvy —la cortó—. No puedes hacer esto... con ella —agregó lo último segundos después—. Te enviaré con otra persona.

—Pero... Pero... Yo la quiero a ella —respondió avergonzada.

Adam -que era como había llamado al chico la pequeña niña-, dio un suspiro tratando de calmarse. No quería perder los estribos delante de su hermana, así que debería tener paciencia con la castaña y... con su Livvy.

Anatoli Onoprienko, pensó, "Un ser humano no significa nada. He visto solo gente débil y comparo a los humanos con granos de arena: hay tantos que no significan nada".

Él la agarró del brazo por la fuerza sin lastimarla y la llevó casi a arrastras mientras que ésta le suplicaba que se detuviera. Reachell no cambió su expresión al seguir presenciando esa irritable escena, pero aún así estaba a escasos de segundos de dar un portazo. No recordaba nunca haber visto a alguien que tuviera tanto odio dentro de sí. Adam parecía más deprimido que enojado. Como si cumplir los caprichos de la niña fuera algo sagrado en lo que no podía fallar.

Adam [¡DISPONIBLE EN FÍSICO!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora