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Para él, la soledad siempre había sido su condena, y ahora la ansiaba como nunca.

Scott le pidió a Theo que lo dejara solo unos días. Él aceptó, a regañadientes, pero aceptó. Y ahora estaba encerrado en una habitación, en la misma de cuando era niño. La había reconocido al instante por el olor, la cama, las ventanas... Todo le resultaba aterrador. Ahí estaba él. Encerrado. Torturándose con sus pensamientos, sus recuerdos y la locura que corría en sus venas.

Hacía sólo un par de horas que Reachell se había ido, y aun así él lo sentía como una eternidad.

Sentado en el margen de la cama, con los codos apoyados sobre las rodillas mientras que sus manos sostenían su cabeza llena de pensamientos y sus ojos estaban fijos en el suelo, Scott parecía un cadáver. Inmóvil, pálido y cansado.

No dejaba de recordar la escena con Reachell cuando se resistió a dejarlo solo, cuando le gritó lo injusto que era con ella por salvarla y no salvarse él, por lo estúpido que sonaba la idea del sacrificio y por haberla querido tanto hasta llegar al punto de sufrir por ella. Había sido difícil convencerla, pero la decisión estaba tomada. Reachell fue obligada a irse por una razón que se negó a compartir jurando que regresaría aunque le costara su vida.

Estúpida, eres estúpida, pensó al escucharla decir ésas últimas palabras.

Hubo algo que no le dijo a Reachell, algo que prefirió guardárselo para él mismo. Y era el cómo había escapado de las garras Theo, de cómo Dean lo ayudó a pesar de que no se conocían y de cómo le destrozo el alma saber que ella había perdido la memoria, que lo había olvidado.

Recordaba tener la esperanza de llegar y abrazar a la chica, de sentir que realmente era libre y estaba bien. Pero no fue así. Alguien le había arrebatado a la única persona que siempre estuvo con él, la única persona que lo había visto feliz y como un chico normal. Además de Leyla, claro. Nunca imaginó que al llegar, se toparía con su homicidio y la pérdida de memoria de Reachell. Sintió que el pequeño haz de luz al que se había aferrado por tanto tiempo, se iba apagando, que la oscuridad lo estaba apagando. Y nuevamente, su esperanza y felicidad era arrebatada.

Desde entonces juró vengar al responsable, juró asesinarlo por quitarle lo único bueno que le había quedado desde que se lo llevaron. Por apagar su luz y dejarlo solo en la penumbra.

De pronto, en su mente aparecieron los ojos más hermosos que jamás había visto en toda su vida. El azul de uno de ellos resaltaba como una estrella, y el café en el otro parecía radiar felicidad.

Adalia.

Incluso su nombre era hermoso. Todo en ella lo era.

Scott estaba destrozado, destruido y solo. No podía permitirse estar con Adalia y hundirla con él. Ella no se lo merecía.

Tal vez si no fuera ese tipo de chico que ahora es, podría luchar por ella, podría pedirle una oportunidad, podría amarla y admirar sus ojos siempre que quisiera. Pero no era así, su realidad era esta y tenía que vivirla. Y eso implicaba ser siempre un desgraciado.

No estar con quien quiero es peor penitencia que la de estar solo, se dijo aun con la imagen de la chica en su cabeza.

Scott siempre sería ése chico roto que no puede ser reparado; del que viviría con la idea de no merecer nada bueno; que estaba destinado a ser un desdichado; a sólo querer a Reachell y que ella lo quisiera; a que Theo fuera su dueño; a nunca estar limpio y puro como el color blanco; a no ser normal y sólo estar vivo sin sentir que lo está.

Pero eso sí: siempre sería el chico que reiría de todo. Incluso de él mismo. O de su patética vida y de lo ridículo que era.

Y entonces, Scott se echó hacia atrás soltando una estruendosa carcajada. Un risa llena de energía, diversión y locura. Ése era el hermoso sonido que inundaba toda la habitación. Se reía y no paraba de reír. Su rostro, incluso, estaba enrojecido debido a ello. Sus dorados ojos brillaban mientras que en las comisuras de los labios se le formaban arrugas.

Adam [¡DISPONIBLE EN FÍSICO!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora