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No puedo quedarme más aquí.

La cama era tibia, suave y lo bastante grande para que durmieran cinco personas. Las colchas y almohadas eran de un color blanco pulido. A pesar de ello, Reachell no podía dormir. Miró el blanco reloj que había frente a ella colgado en la pared; la luz lunar lo iluminaba lo suficiente para darse cuenta de la hora: 4:57 a.m.

Se acomodó hacia la izquierda con la mejilla recargada en su mano: intento fallido; luego se giró hacia la derecha con sus manos dentro de las suaves cobijas para después apoyar su barbilla en ellas: imposible; se puso boca arriba observando el techo: nada.

—Joder.

Se rindió ante el intento de conciliar el sueño, así que salió de la cama dirigiéndose inmediatamente al armario a buscar algo para salir.

Agradecía mentalmente a Scott -aunque sabía que eso no bastaba-, que le había proporcionado alimento, techo y algo de ropa. Sin duda, él era mejor persona de lo que aparentaba.

Decidió llevarse un suéter de lana color negro junto con unos vaqueros y un par de botas oscuras. No se esforzó mucho en su peinado, simplemente agarró una liga -que por mera suerte traía en la bolsa de su abrigo- haciéndose una coleta con ella y dejando algunos mechones rizados a los lados.

A la derecha de la puerta había un enorme tocador -como era de esperarse, también de color blanco- con varios productos como perfumes, cremas y algo de maquillaje, principalmente. Hacía tiempo que no se miraba en un espejo que dudó en hacerlo en ese momento. Pero, ¿qué podía perder? Sólo quería comprobar que no estaba tan mal como se imaginaba.

Se acercó insegura al tocador donde vio la palidez de su piel. Estaba mucho más delgada, tenía los ojos hundidos y aun así parecían estar más verdes que nunca, como si todavía hubiera vida en ellos. Estuvo ahí unos segundos más, observando su monótono cuerpo. Todo en ella parecía vacío, sombrío y triste, donde la única luz fueran sólo sus ojos que parecían transmitir paz. Sin embargo, estaban tan ausentes como sus sentimientos.

No estoy como imaginaba. Estoy peor.

Salió de la habitación cerrando la puerta con cuidado para evitar hacer ruido. Directamente se dirigió a la cocina buscando papel y algo con qué escribir. Por suerte encontró una hoja en blanco en una de las gavetas, en la mesa yacía un bolígrafo, obviamente, de color blanco.

Sólo falta que escriba con tinta blanca, pensó.

Agarró el bolígrafo y comenzó a escribir en la hoja -que para su suerte, la tinta era negra-. No era una nota muy larga, sólo eran unas pocas palabras para decir lo necesario.

Dejé todo en orden. Gracias por todo, pero tengo un asunto que resolver.

-R.

Dejó la nota donde estaba segura que Scott la vería: encima de la cama donde acababa de dormir. Rápidamente se dirigió a la entrada de la casa, su mano ya estaba en la perilla de la puerta cuando la desconfianza en abrirla apareció como un haz de luz. ¿Y si Alfred estaba ahí afuera? No estaba segura pero conocía a su primo, tal vez no tanto como él a ella aunque sí lo suficiente para tener la certeza de haberle ordenado a Alfred que la vigilara. Posiblemente Scott sabía que escaparía.

Inteligente, Scott.

Podría estar equivocada, pero si se arriesgaba a salir por la puerta, probablemente Alfred avisaría en seguida a su primo.

Soltó un suspiro de cansancio y dejó caer su mano con rendición. Observó a todos lados tratando de encontrar otra forma de salir que no fueran las ventanas, ya que cada una estaba bloqueada por barrotes de hierro. Parecía una cárcel. Una blanca, limpia y rara cárcel.

Adam [¡DISPONIBLE EN FÍSICO!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora