Prólogo

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Toscana, Italia. Época victoriana.

-Eloenor, esposa. Llama a Eddyth y Emmaline. Diles... Diles que vengan,quiero...despedirme de mis hijas...antes...de partir. Ya es hora.-Pidió Domingo Acevedo a su cuñada, actual esposa,costándole hablar, debido a su avanzada enfermedad que poco a poco iba deteriorándolo más y más. El dolor que sentía lo estaba consumiendo poco a poco. Estaba decidido a irse, a abandonar la tierra.

En el fondo estaba feliz por ello, había disfrutado de su vida junto a su difunta esposa, la madre de sus hijas, se había casado con su cuñada para evitar que las niñas quedaran huerfanas pero a pesar de eso no había vueto a ser feliz y mucho menos a amar.

En cambio ahora volvería a reencontrarse con la madre de sus hijas, con la mujer que realmente había amado desde el primer día que la vio, a la primera y última.

A pesar de verse obligado a abandonar a las niñas, estaba feliz. Sabía que al fin descanzaría en paz.

Al cabo de unos minutos, las niñas, ingresaron a la oscura y silenciosa habitación. Ésta, como toda la casa, se encontraba desde que el señor Domingo había enfermado, con aspecto triste.

La puerta sonó y dos niñas hermosas, una rubia y otra morocha de piel blanca como la espuma entraron en la habitación.

-Padre, ya estamos aquí, tranquilo.

-¿Papi que le ocurre? ¿Se irá con mamá y nos dejará solas aquí?- dijo la niña más pequeña, Eddyth, que había entrado en el circulo de la vida hacía unos seis años, mientras que Emmaline  llevaba un par de años más.

-Calla, ¡Eddyth!-gruñó su hermana mayor.-Eso no pasará, padre es fuerte y se repondrá. -Y conduciendo la mirada a su padre agregó: -¿No es así, padre?

El hombre, cada vez más dolorido y con pocas fuerzas para hablar, las escuchaba discutir y sonreía. Esas niñas eran el reflejo de su madre, no solo se parecían a su esposa fisicamente, sino también en la forma de discutir, de hablar, de caminar...

-Niñas, por favor... no...no peleen. -el hombre hizo una pausa para respirar y continuó.-quiero...que se acerquen y me miren...-las niñas se acercaron y cada una de ellas les dió un beso en la mejilla.-algún día entenderán... que en esta vida, hijas mías, venimos, caminamos, a veces corremos, a veces nos detenemos a descanzar... es un largo camino por recorrer y ustedes están recién empezándolo, pero sepan algo: en todo paso que den, nunca dejen de sonreir. Nada es fácil en esta vida queridas mías, pero con voluntad y esfuerzo se puede...Eddy, Emmita: me voy en busca de mamá,  me está esperando, no quiero llegar tarde. 

Sus palabras salieron despacio de su boca, le costaba pronunciarlas, su fiebre cada vez subia más.

-¿Y por qué no puedo ir yo también a ver a mamá?-la pequeña Eddyth insistía y su hermana desistía de hacerla dejar de hablar. Las palabras de su padre la habían conmovido más de lo esperado que se conmoviese una niña de su edad. A diferencia de Eddyth, ella sí había comprendido lo que aquellas palabras querían decir.

-Ana, encárgate de sus medicinas. -intentó sanjar Eleonor, la tía y madrastra de las niñas al tiempo que las tomaba de la mano para obligarlas a salir de allí.-Vamos niñas, su padre necesita dormir. Vamos...

-Eleonor, deja a mis hijas aquí. Deja que se acerquen, quiero despedirme...como corresponde.-Interumpió, el señor Acevedo la acción de su mujer.

Las niñas obeciéndo a su padre, se acercaron a la cama con  poca intención de querer alejarse de allí.

-¿Despedirse padre? A dónde se va sin nosotras? Yo quiero ir contigo, espera que voy a buscar mis cosas... -Dijo Eddyth corriendo hacia la puerta. Con lágrimas en los ojos, su hermana, la detuvo y la cargó hasta la cama  dónde se sentaron y se abrazaron conduciéndo la mirada a la de su padre.

-Las amo. Ya...nos volveremos a ver. Solo busquen siempre ser felices y cuidénse. La una a la otra.

Las niñas asintieron con lágrimas en los ojos. Eddyth esta vez no dijo nada, se limitó a callar. Pareciera como si al fin comprendiera la partida final del juego y callara para asumir la jugada.

Se cercaron aún más a Domingo, dónde éste les dedicó un prolongado beso a cada una. Un beso que sin dudarlo, quedaría grabado en sus corazones para siempre.

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Llévame contigo-María S.Where stories live. Discover now