Capítulo 3

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Las cicatrices que habían quedado en el cuerpo de Eddyth, eran las marcas más terribles que había visto. Estas no eran de caidas en caballo, o de tropiezos en las carreras que jugaba con su hermana, o de esas que llevan un lindo recuerdo, todo lo contrario: eran cicatrices que siempre le recordarían el maltrato y el odio. Hacían que Emmaline se sintiera culpable, pues no pudo defender a su hermana y lo sucedido hizo que dijera basta.

-Ana, prepárele a Eleonor sus cosas, se va. Sus días en esta casa han terminado. Ya se ha quedado demasiado tiempo, debería haberse ido cuando su...- Tardó unos segundos en definir lo que iba a decir y siguió-Su amante lo hizo. -De inmediato, Eddyth, al ver cómo su hermana bajaba la cabeza y se debilitadaba la rodió con sus brazos. Respirando hondo y tragándose el nudo que habitaba en su garganta, Emma, pudo continuar:

-Es... lo último que haremos por ella. De hecho, ya hemos hecho demasiado. Le dimos un techo donde vivir, ¿no? Y la posibilidad de tomar autoridad. Pero no supo aprovecharla. Fue demasiada autoridad para usted-dijo guiando su mirada a la de su tía- No supo manejarse. Se acabó la tortura. Nadie más en esta casa va a ser su víctima. Nadie más sufrirá a causa suya, Eleonor.-Sentenció firmemente señalándole con el dedo. 

Finalmente buscó con la mirada a Ana para que ésta corriera lo más rápido posible hacia la habitación de Eleonor y preparara sus cosas. Debía marcharse cuanto antes.  

Cuando Ana terminó, bajó rapidamente las escaleras. Una leve sonrisa de alivio se dibujaba en su rostro. ¿Realmente los días de sufrimiento en aquella casa habían terminado? Así parecía ser, y ella estaba convencida que así era.

Desde que el padre de las chicas había muerto, la tortura para los de la servidumbre había empezado. Eleonor, junto con su amante, los maltrataba y menospreciaba y éstos solo permanecían en la casa por las hermanas Acevedo. 

Del amante de Eleonor no se supo nada más luego del hecho ocurrido cuando las jovenes eran niñas,hecho que lo obligó a irse de la casa. Nadie hablaba ni decía nada respecto a lo sucedido, así lo habían pedido las jóvenes y así se estaba haciendo desde hacía ya siete años.

En el tiempo que Ana subía a recoger las cosas de su tía, Emmaline, había dudado unas cuantas veces. ¿Estaba bien echar a su tia? ¿Había hecho lo correcto? Después de todo había sido su madrastra, pero tras recordar los maltratos y los golpes que esta daba y, sobretodo, los que les dió a su hermana, las dudas se disolvieron como arena entre las manos y terminó por convencerse que había tomado la mejor decisión.

-Te arrepentirás de esto niñita. ¡Las dos se arrepentirán por dejarme fuera! Son ambas iguales a su madre. ¡Pesteeeeeeeeeees!

Eleonor amagó a pegarle a Emmaline que era la que estaba más cerca de ella. En ese momento Ana y las otras mujeres de la servidumbre la empujaron hacia fuera. Y la señora Eleonor desde detrás de las rejas gritó.

-¡Traidoras, impostoras, desdichadas, bastardas, condenadas!  Condenadas serán, sí, serán infelices para siempre, lo juro.-Concluyó escupiendo.

Los meses iban pasando y todo cambió. Eleonor se había marchado definitivamente de la casa y las chicas comenzaban a ser libres. Con el tiempo todos los que allí convivían se fueron convirtiendo en una gran familia, compartían desde los festejos hasta las comidas.

Realmente eran libres,  corrían, cabalgaban por el parque, cochechaban, cultivaban, criaban animales de granja, hasta crearon un propio jardín  donde se encontraban todas flores habidas y por haber.Todo esto sin que nadie les reprochara que dejaban de ser mujeres o que no encontrarían un buen partido. 

Después de todo, Eddyth y Emmaline no eran simples mujeres, y eso todos lo sabían. No eran de aquellas que se dejaban hacer. Las hermanas Acevedo, al contrario de cualquier otro tipo de mujeres, constantemente buscaban ayudar y no encontraban dificultad al momento de colaborar en alguna tarea doméstica. 

Sentían que al final eran felices y a pesar de no haber conocido lo que es el amor, esto, no era algo que les impidiera ser felices. Nunca se habían cuestionado el no haber conocido a algún hombre, pero tarde o temprano las primeras veces siempre llegan.

En el jardín de flores, mientras Emmaline amarraba los caballos, su oportuna hermana, Eddyth, atacaba con sus preguntas:

- Dime Emma, ¿tu que piensas del amor?

Su hermana se detuvo un instante. La conversación estaba tomando otro rumbo, un rumbo al que Emma no estaba dispuesta a manejar. Sabía muy bien que esa pregunta no iba dirigida a todo tipo de amor: a el amor de familia que tenían la una con la otra, o por ejemplo, con Ana.

Sabía a dónde iba su hermana, sabía que aquel tipo de amor iba enlazado con hombres.

Emmaline nunca había hablado del amor con nadie, ni siquiera con su propia hermana, con la que compartía absolutamente todo.

Tardó unos segundos en contestar, pero luego de terminar con la tarea de amarrar los caballos, prosiguió:

-Dime tu...¿A quién más necesitas amar a parte de a mí, eh?- Dijo Emmaline con una sonrisa, mientras le daba un leve empujón a su hermana que cayéndose al pasto, la miró espectante. 

Eddyth, que siempre había sido más romántica y soñadora que Emmaline, le contestó:

-Soy la persona más feliz del mundo. Por supuesto que me gustaría tener a papá y a mamá aquí fisicamente, pero...-Dudó unos segundos y siguió.-Vamos... ¿No tienes la necesidad de amar. ¡Amar a un hombre, Emma! ¿No te gustaría amar y ser amada?  Emma dime la verdad, si pudieras tener un hombre con quién estar, a quién contarle tus cosas, a quien besar y abrazar cada noche, un hombre que te haga el amo...-Seguía su hermana risueña.

-Eddyth!-La interrumpió. Aquello la sorprendió. Sabía que su hermana ya no era una niña y que siempre salía con planteos, pero aquellos temas no eran de lo que más le encantaba hablar y mucho menos con su hermana.-Calla.-Continuó- No sabés lo que son los hombres, no los conoces. Apuesto a que solo querrán llevarte a su lecho y al otro día se olvidarán de tí. El hombre que estas inventandote es solo eso, hermana, un invento. Además, ¿quién va a querer a dos huérfanas como nosotras? Lo mejor que podemos hacer es quedarnos juntas. Para siempre y ser felices así.

Eddyth que la había estado escuchando, como un resorte se levantó del pasto y atacó furiosa:

-¡Eres egoista! Solo por lo que te pasó dicés eso. Tú Emmaline, ¡tú, tú, tú! No sabes lo que es amor, y no puedo decir que yo sí lo sepa, pero al menos no me niego a preguntarme qué es, al menos no me niego a encontrarlo. Si tuviera un hombre, nada de lo que pasó habría pasado. Ni golpes ni maltratos  habría si estuvieramos casadas. ¿Y sabes una cosa? -Dijo alejándose.-Demuestras ser fuerte y luchar, pero en el fondo eres una débil niña que le tiene miedo a todo. Apuesto a que a los hombres también.-Concluyó desapareciendo. El nudo que tenía en la garganta desencadenó un mar de lágrimas.

Aquella tarde las hermanas no volvieron a hablarse. Nunca habían amado ni se habían interesado por hacerlo, hasta el día de hoy. Por más que Emma se negara a cuestionarse sobre el amor, en el fondo quería el hombre tal como lo había descripto su hermana, y sabía que tenía razón. Un hombre hubiera impedido los maltratos de su tía. Pero si había algo que caracterizaba a Emmaline Acevedo, era su intocable orgullo.

Emma, dura como una piedra,sentada en el banco, no pensó que el tema llegaría a tensionar de esa manera a su romántica y risueña hermana. Las palabras de ésta, la habían hecho reaccionar. Pero una palabra en especial, resonaba en su cabeza una y mil veces mas: Amor.

¿Amor? ¿Amar? Nunca.

Sería imposible, no podría permitirse debilitarse ante un hombre, nunca.

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Llévame contigo-María S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora