Universo

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Emma le cogió la mano, el aire era suave y casi hacía calor. El cielo estaba despejado, el paseo se aventuraba agradable, se preguntaba a dónde la rubia quería llevarla. Cuando descubrió que se trataba del sitio donde ellas ya habían conversado le dio una sonrisa a su compañera. Todo ya estaba colocado, una manta en el suelo bastante grande, una cesta de picnic, algunas velas ya encendidas, por lo que se veía Emma había planificado su golpe de efecto.

«No la conocía tan...romántica» dijo Regina sonriendo, con algo de mofa en su voz.

«¡Hey! No te burles, es la primera vez para mí también...»

Su mano estrechó dulcemente la de Regina.

«¡Venga, siéntate y disfruta!» dijo ella acompañando con el gesto a la otra mujer que tomó asiento.

Regina se esperaba que Emma se sentara a su frente, pero al final, se colocó a su espalda, atrayéndola hacia ella.

«¿Te molesta?» preguntó la sheriff, consciente, de repente, que la posición quizás le era desagradable

«En absoluto...Solo que a veces eres sorprendente...»

Regina se dejó caer sobre el pecho de Emma, mientras que las dos piernas de la rubia estaban a cado lado de su cuerpo. Comieron tranquilamente y se contaron sus días. El abrazo de la rubia era reconfortante y agradable, sentía los pechos de Emma contra su espalda, la sensación era placentera y excitante. Las manos de la joven reposaban sobre sus brazos, y le acariciaban la piel. Emma temía un poco sus propios arrebatos, sabía que tenía que ser paciente, que Regina se estaba redescubriendo desde todos los puntos de vista, incluso descubría lo que era la posibilidad de ser tierna con alguien que no fuera Henry.

La rubia había llevado champán y el alcohol hacía que les diera vuelta la cabeza, aunque sin emborracharlas por completo. Regina giró ligeramente su cuerpo, lista a lanzarse a una declaración sentimental, después de todo, era el lugar adecuado y el momento correcto...Pero Emma la hizo callar, suavemente, con un dedo sobre su boca y le señaló el cielo.

Una lluvia de estrellas se hizo ver, estrellas fugaces atravesaban el azul oscuro de la noche, dejando, durante algunos minutos a la morena sin voz, su mano alojándose en la de la rubia.

«Es magnífico» dijo suavemente Regina, acurrucada como nunca contra Emma

Esta, la cabeza levantada, los ojos fijos también en el cielo, sonrió como nunca. Había tenido éxito en su plan, mucho más allá del espectáculo que tenían delante. Regina aferró delicadamente con las yemas de sus dedos el mentón de Emma para implorar su atención. Esta bajó la cabeza despacio y sus labios se sellaron rápido y bastante tiernamente con respecto a las otras veces. Regina sintió un balanceo y una crispación en su vientre, el calor se propagaba más abajo a medida que avanzaba el beso. Emma ya estaba en la cúspide de su excitación y su lengua no tardó en conquistar la boca de la morena, que le cedió paso velozmente; las dos lenguas se cabalgaron y Regina sintió que su compañera deseaba tomar las riendas. La morena no sentía las ganas habituales de controlar, ni el deseo particular de refrenar los ardores de Emma. Las manos de esta comenzaron a recorrer todo el cuerpo de Regina, encontrando el camino bajo la blusa para llegar a la suave piel de las caderas y del vientre. Se esperaba, como siempre, que la bella morena la parase en su arrebato, pero nada sucedió. Entonces, comenzó a acariciar los pechos por encima del tejido de la prenda interior, después deslizó un dedo por dentro para acariciar la piel alrededor del pezón. La otra mano acariciaba el vientre y jugaba con las fronteras invisibles marcadas por el otro pedazo de tela. El mensaje era explícito, pero aún al acecho, Emma se esperaba que el juego se detuviese, o que Regina le diera la vuelta a la situación.

Pero esta descubría las caricias y las pacientes, aunque terriblemente excitantes atenciones de la rubia. Sintió olas de calor recorrer sus venas y su deseo se acrecentó mucho más cuando advirtió los dedos de Emma serpentear por la piel alrededor de sus pezones, mucho más cuando presintió la vacilación de la bella rubia a ir más lejos.

Emma, con la boca perdida en la nuca de la morena, la sintió arquearse bajo sus besos. Regina cogió la mano de la joven, que estaba sobre su vientre, Emma estaba lista para retirarla, pensando que, quizás, era demasiado de golpe, pero para su estupefacción, sintió cómo la morena desabrochaba los primeros botones de sus pantalones e invitaba a su mano a continuar su exploración. Entonces ella la deslizó hacia el caliente centro de la mujer que deseaba. Sus dedos se perdieron en los rizos morenos, sintiendo cómo las piernas de Regina se abrían para allanarle el camino. Los besos se volvieron más intensos sobre la piel de la nuca, mientras que Emma alargaba un poco el brazo para prolongar su caricia; cuando sus dedos encontraron el delicado botón entre los pliegues, sintió a su compañera estremecerse y las uñas de esta clavándose en sus muslos. Emma, presa de la excitación, ya no prestaba gran atención, sus dedos aventurados descubrían, para su gran placer, el sitio terriblemente húmedo y acogedor, prueba de que eran esperados como viajeros perdidos y cansados que finalmente encontraban el oasis deseado. El acercamiento fue dulce, la rubia intentó atenuar su excitación para alargarla en una caricia muy sutil; pronto, el índice y el corazón estimulaban a un ritmo lento, pero constante, el húmedo clítoris. Regina cerraba los ojos y dejaba pasar suspiros que pronto mudaron a gemidos más explícitos, volviendo a Emma loca de un deseo terrible.

Pero consciente del increíble regalo que recibía, se controló para solo estar enfocada en el placer de su compañera. Sintió cómo Regina se crispaba y todos sus músculos se contraían. Emma replegó sus piernas para forzar a las de la morena a disminuir la separación. Los gemidos de las dos mujeres sonaron casi con un mismo eco, y Regina reposó totalmente su cabeza en el hombro de la otra mujer. El gozo que se deslizó por la mano de Emma fue dulce y húmedo, mientras, su otra mano acariciaba con avidez un pecho y su endurecido pezón, dejándola muda de felicidad. Los hambrientos labios de Regina se aplicaron sobre los suyos, agradecidos del placer, buscando prolongar el contacto entre gemido y gemido. Emma estaba aún perdida en sus propias emociones, cayó hacia atrás, reposando la espalda en la manta, la mirada perdida en el cielo. Regina no tardó en colocarse encima de ella, besando amorosamente su cuello. Desabrochó los estrechos vaqueros de la joven, ya arruinados por su propia excitación.

Emma levantó las caderas para ayudar a Regina a quitarlos. La morena se había quitado ya sus propios pantalones. Se deleitó con el espectáculo, y sonrió mucho más en la penumbra cuando sus dedos encontraron la tela de las braguitas de la rubia totalmente empapada. No era un gran misterio para ella que ahora le tocaba ofrecerle la contra partida a su compañera. Apartó con un dedo el tejido y aplicó su lengua y sus labios en la fuente exquisita de los placeres de Emma, que no pudo contener un grito de sorpresa y de plena satisfacción. Los preliminares parecían inútiles y Regina emprendió un vaivén rápido con la punta de su lengua sobre el pequeño monte rosado, hinchado por su propia excitación. Emma gritó su nombre, que no tuvo sino el don de romper el silencio de la apacible noche, mientras su mano se hundía en los cabellos oscuros.

Regina ascendió por su cuerpo y la besó, esta degustó en los labios salados de la morena su propia excitación. Una abrazada a la otra, jadeantes, continuaron mirando la danza de las estrellas en el cielo.


Turbio pasadoWhere stories live. Discover now