|EL CAPO| 08

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La alarma no sonó esta mañana, no lo hizo porque desde las cuatro y media mis ojos se abrieron negándose a dejarme volver al sueño

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La alarma no sonó esta mañana, no lo hizo porque desde las cuatro y media mis ojos se abrieron negándose a dejarme volver al sueño. Rodé sobre la cama por una media hora, hasta que las sábanas no me apetecieron más. Entonces decidí correr hacia la East Central. Una vez llego al parque frente al edificio de Holden con las letras enormes en rojo de G&G, estoy sudorosa y muy sedienta.

Camino hacia un lateral del parque donde se encuentra una pequeña cafetería, sirven el mejor café del mundo junto a unas tartas de arándanos exquisitas. Estuve aquí un par de veces con mi hermano en el pasado, en el presente no suelo visitarlo mucho. Empujo la puerta de cristal del lugar viendo la enorme fila para ordenar, paso de largo por unas servilletas de papel para el sudor. Tres chicas y un hombre están al otro lado de la barra moviéndose frenéticos. Cumplen la mayoría de los pedidos y me uno a la fila con tres personas delante.

—¿Lo mismo? —pregunta la chica del otro lado. Mi ceño se frunce un poco porque no la recuerdo y tampoco visito regularmente—. Café negro, grande, dulce sin leche y tarta de arándanos.

—Vaya —susurro sacando dinero de mis mallas negras—. ¿Cómo sabes mi orden?

—Ella nunca olvida un rostro —dice otra voz con un acento romántico. Es una chica latina muy guapa.

—Se llama memoria fotográfica. También la tengo, la mía es no olvidar documentos, papeles, impresiones. Los rostros, por otro lado, se esfuman de mi mente.

—¿De verdad? —cotillea la chica emocionada—. Creí estar loca por recordar las órdenes de casi todos cuando veo sus rostros.

—No lo estás —digo para tranquilizarla. Tomo mi cambio dejando un poco de propina lista para irme. ¡Claro!, mi perfecto día bien puede irse por el caño al chocar con un cuerpo enorme.

Esencia picante invadiendo mis sentidos. Me mareo un poco porque solo un hombre huele así de increíble. Y busco sus ojos al momento. Ahí están, azules como el cielo, como el horizonte estrellándose con un mar infinito.

Su pelo chocolate está revuelto y sudor cubre su frente. Una camisa gris pegada a su pecho en todos los lugares correctos y su pantalón de deporte deja ver una tienda de campaña ahí dentro. Todo Dominic Cavalli es una obra de arte, pero su sonrisa roba cualquier ardiente pensamiento.

Cuando sonríe el mundo se ilumina, y no solo el mío. El suspiro colectivo a mi espalda lo deja claro.

—¿Olvidaste mi rostro, Emilie?

—No podría —musito bajo su embrujo.

—Nunca te había visto correr.

—Lo hago más tarde, sobre las siete.

—¿Quieres tomar algo?

Y todo se desmorona dentro de mí.

—No puedo, Garfield se despierta de mal humor, debo hacer su desayuno.

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