|𝐄𝐋 𝐂𝐀𝐏𝐎| 12

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Un segundo, eso toma a tu vida cambiar

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Un segundo, eso toma a tu vida cambiar. Morir en un segundo, nacer en un segundo. Una pequeña línea de tiempo tan delgada y frágil. A mi vida le tomó un segundo, quizás dos, en cambiar. El primero fue cuando conocí a Dominic Cavalli. En ese momento debí correr tan lejos como me fuera posible, el segundo fue en la sala de mi propio departamento, otra vez Dominic Cavalli el centro de todo. Al recibir esa llamada de mi sangre, mi hermano. Vi en primera fila cómo Dominic se convertía en alguien más. Un monstruo delante de mis ojos. Preparo una bolsa con mi ropa, mientras Holden repite instrucciones en mi oído. Necesitaba irme con Cavalli, rápido, en ese momento, ¡de inmediato! Todas y cada una de sus palabras un torrente de incoherencias no explicadas. Yo estaba en peligro, ¿en peligro de qué? ¿De cortarme un dedo con el cuchillo de cortar los vegetales? ¿De caer en la tina mientras me bañaba? ¿De tropezar en las escaleras? ¿De tener un accidente automovilístico? Esas son las razones de peligro a las cuales las personas normales se enfrentan. Peligro común y cotidiano.  Esas no son mis razones.

Dominic nos escoltó fuera de mi edificio, ordenando en italiano una serie de palabras incomprensibles. Aletargada fui empujada de copiloto en un vehículo oscuro. Trataba de despertarme de la pesadilla, porque debía ser una pesadilla. Las palabras de Holden no eran normales, no eran comunes y yo estaba bien con lo normal y común. Debía ser una mentira, un sueño o broma de mal gusto.

Dominic controló el vehículo entre el tráfico de New York, dos camionetas se nos unieron sirviendo de protección. El camino fue tenso, Dominic vigilaba constantemente mi rostro, buscando algún tipo de signo de vida. Intentó alagar su mano y retrocedí, volviéndome pequeña en mi asiento. Quería ser invisible.

—Está en shock —señala al hombre nos recibe en un estacionamiento subterráneo. Es enorme, ojos negros, completamente negros sin nada dentro más que un brillo travieso. Piel canela, bronceada, nariz perfilada, cejas bastantes pobladas con una pequeña cicatriz en una de ellas o quizás era una perforación de joven. No lo sabría decir. Pelo negro como la noche. Es muy apuesto, mucho. La roca de hombre, quien no es más alto que Dominic Cavalli,  pero sí más ancho a los lados como un tipo de esos que se dedican horas y horas al gimnasio, solo inclina su cabeza hacia mí en un saludo silencioso. Me es vagamente familiar, «¿Roqui?»

—Mi mano derecha, Roth Nikov. —La voz de Dominic me hace mirarlo.

—¿Qué harás conmigo?

Su ceño se frunce en confusión, luego algo lo golpea. Reconocimiento, es capaz de mirar el miedo en mis ojos, es capaz de sentir mis temblores. «Ahora sé quién es, de lo que es capaz». Estoy contaminada, llena de todo cuanto Dominic representa.

Ninguna palabra es dicha cuando lanza mi bolso sobre mi pecho y se abre paso entre una serie de coches y camionetas de lujo.

El chico de ojos negros, Roth, indica el camino a seguir. No dice una sola palabra, pero su postura es amenazante. Los tres ingresamos a una caja de acero la cual nos lleva a un ático. Muebles diseñados a medida con cojines tapizados profesionalmente y pan de oro aplicado a los muebles. Mirando hacia el techo de dos pisos, hay una gran cúpula diseñada artísticamente con aplicación de oro que alberga una lámpara de araña majestuosa.

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