|EL CAPO| 09

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Dominic

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Dominic

Mi mano tiembla mientras la llevo a su espalda maltratada, creo que al deslizarse por la vieja pared de la parte trasera del bar su frágil y cremosa piel ha quedado malherida. Tiene rasguños como de puntas de clavos... No he pegado un ojo en toda la noche con la culpa vagando por todo mi cuerpo luego de encontrarla en ese estado. Demasiado frágil, rota, inconclusa por mi culpa. ¿Cómo he sido tan idiota? ¿Cómo no la vigilé mejor? ¿Cómo he podido hacerle esto a ella?

¡Maldita culpa! ¡Dulce Cristo! La culpa me está matando por dentro, quizás por todo eso es que estoy ayudándola de esta manera. Bañándola... está encogida sobre sí misma mientras soporta el dolor de la esponja en su espalda, pero no dice una sola palabra mientras le susurro que se voltee para ayudar con sus brazos, luego de varios segundos lo hace. Busco directamente sus ojos sin mirar ningún otro lugar.

Soy un desgraciado, eso lo sé. Anoche no evité que mis ojos se deleitaran con su desnudez, intenté con todas mis fuerzas taparla rápido y salir de la habitación, sin embargo, una hora después volví para quedarme prendado de ella mientras dormía. Su respiración era tan débil que en más de una ocasión me pregunté si lo hacía.

Luego, cuando salió el sol, me obligué a salir de la habitación y sentarme en el piso del pasillo hasta que escuché cómo tosía minutos atrás. Ayudarla a bañarse no tiene nada sexual de por medio, solo estoy tratando de reparar el daño que sin pensar causé. No debí haberla llamado así.

No toco ninguna de sus partes, tampoco bajo la mirada, vuelve a girarse cuando empiezo a lavar su pelo con gel de baño, abro la llave para dejar caer agua en sus hebras cenizas y escucho el pequeño suspiro que sale de sus labios, sé que ella misma está terminando de limpiarse, puedo ver cómo hace más presión con la esponja contra su pecho. Tengo que cerrar los ojos fuertemente cuando me imagino por cuál motivo está frotándose de esa manera.

—Ya estás limpia, cara mia —musito. Asiente débilmente y deja la esponja a un lado—. Voy a buscar unas toallas para que puedas secarte, luego te diré cuándo puedes ponerte de pie. Prometo estar de espaldas, ¿de acuerdo?

—Está bien.

Me pongo sobre mis pies obligándome a interponer distancia entre su cuerpo y las ganas inmensas que tengo de besar su hombro y el hueco de su cuello. Parece como canto de sirena embrujándome para que me incline. Saco dos grandes toallas y una más pequeña para poner a sus pies y dejo las dos más grandes cerca de ella en la estantería.

Giro viendo al lado contrario, haciéndole saber que no la miro. El agua no se mueve por segundos o quizás minutos, pero me quedo con las manos en los bolsillos de mi pantalón de pijama, mientras toma el valor necesario.

Mi camisa está salpicada de agua, más bien empapada.

—Ya puedes girarte —avisa. Así lo hago.

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