|𝑳𝑨 𝑹𝑬𝑰𝑵𝑨| 20

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La única equivocación que puede existir es no hacer nada, no intentarlo, quedarte con ese, ¿y si

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La única equivocación que puede existir es no hacer nada, no intentarlo, quedarte con ese, ¿y si...? No quiero esa interrogante en nuestra historia. Quiero avanzar, seguir, ya sea una equivocación o no, una victoria o tal vez una caída. Sea lo que sea, solo tendré una salida. Levantarme nuevamente.

Abandonar New York de alguna manera se siente correcto, es como si ambos dejáramos los problemas detrás y solo fuéramos una pareja de recién casados enamorados. El semblante de Dominic es más ligero y su actitud incluso despreocupada. Trabaja en su laptop durante el vuelo y bebe un poco de whisky, mientras me entretengo con una botella de vino.

—Ven aquí —ordena con esa voz cargada de deseo.

Ha enloquecido con el golpe en mi cara y parece solo mirar esa parte y nada más. Cumplo su orden, dejando mi puesto y caminado hacia él, hace la laptop a un lado antes de tomar mi cintura y llevarme a su regazo. Mi vestido negro sube sobre mis piernas dejando mucho descubierto, partes de piel que mi esposo sin duda aprecia tener a la vista.

—¿En qué trabajas? —cuestiono señalando con mi cabeza la computadora portátil.

—Las cuentas del casino —responde su mano subiendo por mi muslo—. Al parecer mis clientes disfrutan tenerte paseando de un lado a otro y cuando no vas, ellos deciden gastar menos dinero, ¿qué opinas?

—Creo que se van cuando no estás para verlos gastar. Después de todo es a ti a quien quieren deslumbrar —explico mordiéndome el labio cuando sus dedos alcanzan el borde de mis bragas—. No estamos solos, Dominic.

—Muy pocas cosas me deslumbran, esposa —responde obviando mi comentario.

—¿No te gusta que gasten su dinero?

—Me gusta, claro, pero eso no me deslumbra —responde tirando de la tela, escucho el típico sonido y cierro los ojos negando—. ¿Quieres unirte al club?

—¿Qué club? —gimo dejando caer mi cabeza en su hombro. Dios, sus dedos ya están causando una tortura—. Alguien puede vernos. Tenemos dos asistentes de vuelo y es un jet pequeño.

—Eso es lo divertido, Em. Van a escucharte gemir y desearán ser tú, ya lo hacen desde que entraste a mi lado, ellas quisieron estar en tu lugar —revira introduciendo dos dedos dentro de mí. Niego jadeante sin nada ingenioso que decir—, pero tienes razón.

—¿Qué? —exclamo confundida.

—¿Desea algo, señor? —pregunta una de las sobrecargos. Mi cara enrojece de pena mientras la hundo más profundo en su cuello.

—Un sándwich de pollo para mi esposa y dos whiskies sellados... Dentro de una media hora —dice, sin un gracias ni por favor. La chica responde antes de irse desesperada.

—Eres muy cruel —murmuro abriéndole dos botones a su camisa—. ¿No vas a comer nada tú?

—No, estoy guardando mi hambre para cuando estemos solos... Em —clama en un suspiro bajo. Sigo mi camino a su pantalón—. Tenemos compañía, ¿recuerdas?

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