10. Entrega especial

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En el receso decidí contarle a Lele, Enmanuel y Michel lo que había pasado con Violeta. Bueno... no lo que había pasado. Lo que sentía por ella.

Al principio no me creyeron, pero luego dejaron de bromear cuando comprendieron que era verdad.

― ¿Por qué Avellaneda?

― ¿Desde cuándo?

― Yo ya sabía. –Nos volteamos a mirar a Enmanuel, que se comía otra empanada. Se encogió de hombros- Era algo obvio.

― ¿Obvio?

― La miras como si fuera la única chama del salón. No sé qué tiene de especial.

― Eso es peo de Uberín. A mí me gusta Uma Thurman y ustedes no entienden por qué.-Opinó Lele. Comencé el segundo sándwich de atún.

― Ha cambiado y todo...

― No sé si fue ella, Enma. Uber tiene... -Michel abrió los ojos muchísimo y se puso las manos en la cabeza.- ¡Claro! Desde que te... desde que la alzaste para ver si...

Fue disminuyendo el tono a medida que se volteaba a verme, sintiendo mi evidente mirada asesina. El pobre sándwich estaba a punto de perder toda su forma por como lo apreté.

― Pues sí.

― Sooo, soo caballo –apuró Enmanuel, palmándome el hombro-. No te lo merecías.

― Claro que sí.

― Bueno, pero andas menos... Escandaloso, eso sí. No es que esté mal, es...

― Mira –dijo Michel, serio-, vamos a apoyar cualquier vaina que decidas, aunque eso te cambie un poco.

― Aunque te vuelvas marico.

― A menos que le vayas al Brasil.

Me miraron, más serios que antes.

― ¿Qué coño le voy a estar yendo al Brasil? –grité.

― No sé, si dejaste de buscarle apodos a Estefano...

― ¡Eso es muy diferente!

¿Realmente había cambiado al punto de que mis amigos estuvieran preocupados por eso? No tuve demasiado tiempo de preguntármelo, porque llegó la noticia de que la policía había procesado a los ladrones. Se pusieron en contacto con el colegio y con las víctimas confirmadas, y éstas podían ir a la comisaría a buscar sus cosas.

Violeta se había ido a su casa de apenas había sonado el timbre, acompañada de la masa de alumnos en camino al metro. No me preocupó, yo iba al otro lado.

¿Por qué no hacerle el favor?

A eso de las tres de la tarde tenía su bolso –el procedimiento de pedir las cosas fue un tedio horrible-. El estómago me rugía de hambre, no había almorzado, y para distraerme en el camino, ojeé sus cosas. Tenía un libro de Pablo Neruda, y un libro de tapas rojas con líneas verticales rosa, manchado y con la portada dañada que se me hizo vagamente familiar... Y seis libros más. ¿Qué coño iba a hacer con eso? ¿Por qué tenía tantos?

Compré en el kiosko que quedaba cerca de su edificio –que milagrosamente había abierto- un par de pastelitos de queso y un chocolate cuadrado, que tenía pinta de costoso. Yo no era muy amante del chocolate.

― ¿Es bueno?

― Es bueno.

No es como si la señora regordeta de labios gigantes fuera la mejor consejera para regalos, pero era mejor eso que nada.

Madurez voluntaria (o algo así trágico)Where stories live. Discover now