42. Coleccionista hábil

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― Sé que es muy repentino haber llegado así –dije milagrosamente sin pausas, aunque después de eso tuve que botar y exhalar aire de nuevo mientras mi pecho subía y bajaba y caía una gota de sudor por mi frente-, pero me preocupé mucho. Esto de Camilo y...

― ¿Viniste corriendo?

― Vine lo más rápido que pude.

El señor Roberto se quitó la gorra y se frotó las sienes, entrecerró la puerta del apartamento para conversar en el pasillo de afuera.

― ¿Por qué?

― Porque sé que Camilo está loco. Tal vez podía venir y...

― ¿Y qué ibas a hacer si venía?

― Pues dejarle claro que si le pasaba algo a V... a Tania o a Violeta se las iba a ver conmigo.

Tania no me podía valer más a verga, pero no me pareció oportuno demostrar que su hija era lo más importante para mí.

― Ángel. No puedes creer que vas a tener todo bajo control siempre. Mira... -posó su mano en mi hombro al ver que eso me había molestado un poco.

― No quise decir...

― Entiendo que te preocupe. Pero puedo ocuparme. Los adultos se pueden ocupar ¿sí? Especialmente tú, medio involucrado en lo de ésta muchacha... Quiero decir, es un poco raro.

― No es raro. No le hice nada, y ella está pues, en riesgo, y si por su culpa Violeta también...

― Ángel –dijo, cortante-, no permitiría que nada pasara. Entiendo que te preocupe. Así como cuando actuaste con esos ladrones, está bien que hayas actuado, pero no puedes ser así de imprudente, es peligroso, hijo.

Le miré sin saber qué decir, más calmado.

― A Violeta le dolería mucho que te pasara algo por actuar sin pensar. Tania acaba de irse a su casa. Es algo tarde pero ¿quieres pasar?

― Claro.

Me sentí algo culpable por hablarle con un tono fuerte al señor Roberto. Tenía razón... Creo. Ojalá papá tuviera esa paciencia.

― Violeta, tienes visita, hija.

― ¿Quién?

Se asomó saliendo de la cocina, y abrió bastante los ojos, sonriendo, pero después, bajando las comisuras de los labios.

― ¡Uber! ¿Qué haces aquí?

― Es que me preocupé por si Camilo... Bueno. No pasó nada.

― Pero es muy tarde...

― No importa, hija. –Roberto puso su poderosísima mano en mi hombro, esta vez con bastante pesadez- ¿Por qué no aprovechan el tiempo en adelantar ese trabajo que les toca hacer? Yo te llevo a tu casa en la noche, Ángel.


― ¿En serio? Muchas gracias.

― Claro. ¡Pero estudiar de verdad! –Violeta enrojeció.

― ¿Y qué más se supone que...?

― ¿Crees que estoy jodiendo? Estudien, pero en el comedor.

Violeta me contó que su papá se molestó tanto por lo que le había pasado a Tania que había actuado fuera de los procedimientos policiales para proteger sus datos en el teléfono. Roberto la consideraba parte de la familia, pues Tania y su hija habían sido muy unidas antes. Especialmente cuando estaba una chica llamada Lucía.

Madurez voluntaria (o algo así trágico)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum