33. Coleccionista aprendiz

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Vio subió fotos con sus amigas de otros salones a su Facebook.

Sonreí. Desde que pasaba los recesos en compañía de ellas se veía más solitaria. Me contenía –por consejo de Lele y Michel, que le dejara un espacio- y no la buscase en los recreos para hablarle mucho. Apenas sabía el tipo de chicas que eran, pero no eran como Tania, y parecían hacerla feliz. Y eso era suficiente.

Sólo Catherine parecía ser similar a Tania... pero decirlo así era un insulto. No se tenían los rumores y la imagen sobre ella como se tenían de Tania. Catherine se había besado con Camilo en un baño hace años, pero casi nadie se acordaba de eso. Simplemente, ella era la más coqueta del grupo.

Yo lo sabía, porque Camilo durante todo un año no hizo sino decir lo que le hubiera encantado hacerle esa vez.

Las otras tres eran calladas, no eran especialmente bonitas o feas, pero había algo único en ellas que no veías en los demás salones: una amistad sólida. No se robaban novios ni se reclamaban cosas estúpidas en medio de las clases. Siempre habían sido así.

En las fotos, Violeta sonreía junto a la alta –creo que se llama Jimena-. Resaltaba entre todas ellas. Sin brillos, nombres de bandas o transparencias en su camiseta. Simple, pero no necesitaba nada más para ser la más linda de todas.

Guardé esa foto también.

Sus vacaciones parecían tranquilas, pero las mías...

Pinté las paredes de los cuartos, limpié los muebles de arriba abajo y los moví de sitio, boté junto a mi mamá cosas que no estábamos usando. Limpié el carro de mi papá un par de veces, y me llevaba a la ferretería donde trabajaba para ayudarlo todo el día. Y no me dejaba usar el teléfono mientras. Me sentía como un esclavo.

Mis regalos de navidad habían sido ropa –un par de camisas de vestir, pantalones y ropa interior decente de hombre y no de niño- y algo de dinero.

Tal vez lo usaría para comprarle a Vio otra cosa...

― Ángel, ven acá.

Mi mamá me llamó mientras guardaba la aspiradora. Odiaba ese perol y me hubiera gustado quemarlo en el estacionamiento.

Se veía ilusionada, tenía algo en su espalda. Suspiré, conteniéndome el mal humor. Papá no me había querido pagar nada del trabajo de la tienda, y me dijo que tampoco esperase nada.

― ¿Qué cosa?

― Siéntate, y cierra los ojos.

Le obedecí. Me tomó de la mano y sentí algo pequeño y plano. Abrí los ojos, y vi dos sobres.

Mamá me explicaba qué era mientras lo abría, pero no le estaba prestando atención. Uno era una tarjeta de banco. Una tarjeta de crédito. El límite estaba escrito en una de las cartas del banco. Una buena cantidad de dinero, perfecta para cubrir cualquier emergencia.

El otro sobre traía una carta y un carnet amarillo con mi nombre. Me habían inscrito en un curso de manejo.

No sé qué decía mi mamá, a todas éstas, pero me levanté y la abracé.

Y se puso a llorar.

― Oh, Ángel. ¡Deja de crecer ya!

― No puedo evitar eso, ma.

― ¡Ya tienes barba!

― Baaah... no es para tanto.

Sí. Sí que lo era. Me la había dejado en vacaciones, y me enorgullecía saber que, aunque era desordenada, crecía abundante. Aunque...

― Ni siquiera me la voy a dejar.

― ¿Por qué no?

― Porque no soy Raúl.

Me miró sorprendida. Mi hermano se solía dejar la barba por el momento en el que se fue de casa. Mamá me acarició el cabello.

― Sé que no... si no, no te pediría que hicieras la cena.

― ¿Otra vez? Anda, ma... que he limpiado todo el día.

Me dejó el resto del día libre, y al fin pude conversar con Violeta, olvidándome de mi hermano por completo. Tenía foto de perfil nueva. Una de ese mismo día, de la reunión con sus amigas. Tenía el cabello recogido en una cola.

Laguardé también. 

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Editado el 8 de julio de 2018

Madurez voluntaria (o algo así trágico)Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin