24. Limosna

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― Quiero que me pagues el aborto.

Ahora todo tenía sentido.

Ese lunes Tania se la había pasado echándome miraditas. Cada vez que sentía alguien mirándome en la nuca volteaba y era ella, desviando la cabeza hacia cualquier otra parte, hacia Violeta, más que todo. Parecían estar molestas porque no hablaban casi, pero eso no les impidió estar juntas todo el día.

Cuando leí la nota sabía que vendría algo... una pequeña parte de mí se había ilusionado y esperado por más sexo. Pero después de la angustia de pensar que podía perder el pene (internet decía demasiadas cosas) se me quitaron todas las ganas y la expectativa.

― No jodas, ese niño no es mío. –Dije, con toda la seriedad del mundo. Pero por dentro me comía el miedo. ¿Y si era cierto?

― Sí lo es.

― ¿Cómo sabes?

― Porque... -miró alrededor, indecisa de dónde posar la mirada. Si las mesas o los bancos de piedra, los árboles de la plaza, el suelo desgastado o los potes de basura a rebosar.

― Porque no usamos condón.

― ¿Y quién coño me asegura a mí que usas condón con otros?

― Fuiste el primero sin condón...

― Qué honor –dije, con desprecio. – Pero sin ninguna prueba no te voy a ayudar. No sería la primera vez que... ‹‹Que quieren echarle el muerto a otro›› -iba a decir, pero comenzó a ponerse roja y a arrugar la cara.

― ¡Es tuyo!

― ¿Estás segura? Me acuerdo que le pediste a Vio en esos días una toallita, y te volviste loca porque te la pasó y todo el mundo se dio cuenta.

Se puso más roja aún. Y murmuró algo como "le dices Vio", pero le ignoré.

― Me puse a leer, Tania... el semen dura vivo cinco días. –No estaba tan seguro de lo de antes, pero su actitud me endureció la confianza y pude hasta controlar mi tono de voz, y hablé con menos nervios.

― Entonces les diré a todos que no quieres...

― ¿Qué no quiero qué, Tania? –amenacé.

Estaba decidido ya. Ese problema NO iba a ser mío.

― Que no quieres hacerte cargo. Y que es tuyo.

― ¿Y por qué no le dices a tus novios?

Se cortó de repente.

― Sí. Vio me contó que tienes dos.

― Le dices...

― ¿No puedes pedirles ayuda a quien realmente te embarazó? No me jodas.

― ¡ME VAS A AYUDAR!

― ¿Sí? –me acerqué a ella rápidamente, ella dio un paso atrás y apoyó las manos en la mesa de piedra con la que había chocado en su espalda. Le temblaron los labios.

― Les... les diré a todos que me...

― ¿Qué? ¿Qué te mojaste las pantaletas? ¿Que te dejaste coger en unas gradas?

Me cacheteó con fuerza a la vez que arrugaba el rostro. Pues claro... no sé qué esperaba. Me toqué la mejilla cuando me ladeó la cara.

― ¡Diré que me violaste!

Tomé su brazo esquelético y lo alcé.

― A mí no me vas a joder ¿Ok?

Pero entré en pánico, pues comenzó a balbucear. Claro que quería asustarla pero... No así.

― Él no se va a hacer cargo...

― No joda ¿y yo sí? Tú si eres fresca.

― Camilo no va a...

― Y me importa un... ¿Qué? –le bajé el brazo, mirándola a la misma altura que su cara, que intentaba limpiar con la manga de su suéter. -¿Quién?

― Ca... Camilo.

― ¿ÉSE CAMILO?

La solté y eché una risotada, medio en serio, medio irónico. ¡Camilo! ¡Camilo era un completo hijo de puta!

Camilo estudió conmigo un solo año, lo suficiente para verificar que era un completo imbécil. Se la pasaba con mis amigos en séptimo grado, pero yo no lo aguantaba. Era demasiado cerdo y desagradable. Hasta Enmanuel tenía límites y no hablaba sobre cómo era su semen. Camilo, no...

Tania sollozaba. Con ese novio no era para menos. Pero ¿por qué yo?

― ¿Lo sabe?

― ¡No!

Tal vez si no hubiera tenido novios, le hubiera ayudado... o algo. Pero ¿por qué no le pedía dinero a los dos? Yo hubiera abortado y el otro dinero me lo hubiera tomado.

― ¿Entonces?

― Es que tú eres mejor que él.

― ¿Sí? Pues mira, no. No te voy a ayudar. Es tu peo que no sepas a quién echarle el muerto. ¿Qué me dice a mí que no mientes y no soy el primero sin condón? Tuve que hacerme un examen. Menos mal no me pegaste nada raro.

No sabía que alguien podía llorar tanto.

Respiré y la senté en un banco, quedándome frente a ella. No debería tratarla así tampoco... era una persona desagradable y todo, pero estaba llorando de verdad.

― No te voy a ayudar. Pide ayuda a los otros... con los que realmente estás.

Se tranquilizó un poco, y le ofrecí mi pañuelo. Pero se lo pedí de vuelta. Tampoco iba a ser tan amable.    

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Editado el 7 de julio de 2018

Madurez voluntaria (o algo así trágico)Where stories live. Discover now