22. Inesperado

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Le dije a Tania que Uber me había escrito cuando ya estábamos llegando.

― ¿Estás saliendo con ese imbécil?

― No... Solo estamos hablando. -¿Me hablaba a MÍ de salir con imbéciles? ¿En serio?-Y ya está allí esperándonos.

― ¿Qué? No ¡No! No voy.

― No seas estúpida Tania... Di que es un examen de plaquetas, algo así.

― ¿Plaqué?

― Cuando vayas a entrar muestras un papel o alguna estupidez, si te preocupa tanto. O si quieres no entramos contigo sino que te esperamos en la recepción y ya está.

Tania se cruzó de brazos. Oh, estaba muy molesta. Qué dulce era la venganza, casi la saboreaba. ¡De la cantidad de veces que ella me había hecho exactamente lo mismo!

Es que es mi novio, Vio... tiene que venir.

Perdón por no avisarte que venía mi otro novio, Vio, acuérdate que no debes decir que le monto los cuernos.

Te presento a Roberto, Vio, espero que se caigan bien y al final follen para poder hablar de sexo contigo sin sentirme tan mal por mis propias decisiones, Vio.

― ¿Y por qué tendría que mentir?

― Pues por si te pregunta.

― No voy a hablar con él. Me cae mal.

― Qué mentira, si a veces lo miras.

Descubierta, apretó las uñas en sus brazos aún cruzados.

Se me pasó por la cabeza una pregunta. ¿Y si Tania estaba tan molesta porque Uber le gustaba yo, y no ella? Era ridículo, hubiera sido muy ridículo, triste e inmaduro. Así que era muy probable.

Nos encontramos a Uber esperando fuera del metro. Estaba tomando un refresco. Parecía sacado de una publicidad de Pepsi, relajado, mirando al frente y el viento revolviéndole el cabello.

Lo saludé con demasiado entusiasmo. Y lo notó. Claro que lo notó. Por supuesto...

Tania estaba tan intratable que ni siquiera me ofrecí entrar al laboratorio con ella. Pero hacía calor y dentro del sitio había aire acondicionado. El sitio olía a alcohol y era falto de personalidad. El único sitio para sentarse eran unas sillas de plástico que combinaban con las paredes y el mueble de la secretaria, que tomó el pedido de Tania varias pares de veces, porque lo decía en voz demasiado baja.

Ese día tenía unos converse de color blanco, una chaqueta, una camisa mangas largas y un short. ¿Me veía bien? ¿Por qué me preocupaba si me veía bien?

Mamá me había dicho que me quedaban mejor estos shorts. ¿Eso era... Que había engordado? Tal vez no. No sé. Rayos...

― ¿Qué tienes, Violeta?

― Eh... Es que, me preocupó un poco Tania. Le tiene miedo a las agujas. -Eso era verdad. Tania estaba tan molesta que no me pidió que la acompañara. Al fin crecería en ese aspecto, supongo.

― ¿Sí? Bueno... A mí también.

― ¿Te dan miedo?

― Sí.

― No parece, bromeé.

Metió las manos en los bolsillos de su suéter. Casi siempre tenía puesto uno. Ése era gris, con líneas rojas en el pecho y las mangas.

― ¿Por qué siempre usas suéter, Uber?

― No sé... Me siento cómodo –se volteó a mirarme-. Tú los usas todo el tiempo también.

― Me los amarro en la cintura nada más.

―Eso iba a decirte. ¿Para qué los llevas, entonces?

―Porque me tapan más.

― ¿Y para qué te quieres tapar?

No podía mirarlo cuando le respondí. Preferí mirar las baldosas grises del suelo, que contrastaban con mis zapatos.

― Porque es incómodo que me miren.

Se apoyó un poco más en las piernas para mirarme la cara.

― No puedo ayudar en eso, pero... Lo intentaré.

No supe qué decirle. Uber de la nada tomó los trípticos de la mesita de la recepción y los lanzó al aire.

La recepcionista nos echó.

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Editado el 7 de julio de 2018

Madurez voluntaria (o algo así trágico)Where stories live. Discover now