19. Hermano

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﴾Pasado ﴿

― ¡Coño de la madre, Uber!

Las manos me temblaron y casi se me cayó el paquete de cigarros que había tomado.

― ¡Deja eso!

― ¿Desde cuándo fumas, Raúl?

Me arrebató la caja de la mano, y la volvió a meter en la gaveta. Dentro de la caja no había cigarros normales, sino unos envueltos con un papel delgado y gris.

No era la primera vez que veía un porro, pero nunca había estado tan cerca de uno. Fingí no haberme dado cuenta de la diferencia. Miré mis pies.

― ¿Cuántas veces te he dicho que no me revises mis cosas?

Su voz era mucho más alta que la mía. Lo miré con miedo. Raúl no jugaba ni daba advertencias, soltaba los coñazos de la nada y aunque podía esquivar o desviar varios de ellos, no siempre tenía suerte.

― Estaba... estaba buscando condones.

Me miró menos molesto, más sorprendido y serio. Cerró la puerta del cuarto y me miró.

― ¿Para qué? ¿Tienes novia?

― No, pero...

― ¿Entonces?

Quería responderle con la voz calmada y firme, pero sabía que no iba a salir. Sabía que se me podía salir otro gallo y se burlaría y no me tomaría en serio. Sólo quería leer la caja, si es que la conseguía. Quería ver cómo era uno, y sabía que él tendría varios por ahí. Y en vez de eso conseguí porros.

― ¡Habla, mariquito!

― ¡NO ME DIGAS MARICA!

― ENTONCES NO AGARRES MIS COSAS.

― ¡Niños!

Bajamos la voz. Mamá odiaba que peleáramos. Raúl me tomó del hombro mientras abría la puerta y me empujaba fuera.

Estaba insoportable desde que había cumplido dieciséis años.

Mamá le había hecho una fiesta sorpresa, una torta, vinieron varios de sus amigos del colegio, mis tíos, mis primas. Él llegó a las 11 de la noche algo borracho.

Le cantamos cumpleaños, todo estaba muy tenso. Comieron torta y se fueron todos. Papá peleó con él, mi mamá me llevó al cuarto y me mandó a dormir, pero no podía dormir por los gritos.

Finalmente a la medianoche mamá lloraba. Raúl había recibido un millón de castigos, y se encerró en su cuarto.

Sólo me llevaba dos años, y sentía que estaba en otro planeta.

Raúl ya no se la pasaba con sus amigos del colegio. Ninguno le cantó el cumpleaños, se fueron a las 9 de la noche todos juntos porque vivían lejos. Estaban incómodos, intentando ser agradables con mi mamá, y más nunca los volví a ver. Era una lástima, porque me caían muy bien.

Unas horas más tarde me asomé dentro de su cuarto de nuevo.

―¿Qué pasa?

―Te quiero preguntar algo.

Suspiró como si le hubiera pedido el favor más fastidioso del mundo.

―Está bien.

Entré con él. Noté que había un afiche nuevo en la pared, de una chica en traje de baño apoyada en un Lamborguini. Tapando parcialmente el logo del equipo de básket al que le iba.

Madurez voluntaria (o algo así trágico)Where stories live. Discover now