48. Lazos rotos

163 24 2
                                    

Tocaron la puerta de casa. Como estaba en la cocina leyendo un libro que Vio me había prestado, me acerqué a abrir. Pensaba que sería mi abuelo, a pasar la tarde conmigo por mi cumpleaños.

Cuando comencé a girar el pomo recordé que él ya había llegado y estaba en el baño. ¿Quién era?

Una barba descuidada y un colmillo sobresaliente saltaron sobre mí. Mi hermano tenía un suéter verde que olía a sudor, el cabello largo y peinado hacia atrás y una rasta amarilla en su nuca. Me abrazó con entusiasmo.

― ¡Uber, feliz cumpleaños!

― Hola, Raúl.

Lo rodeé con un brazo. No podía negar que lo extrañaba, pero su visita era una sorpresa muy incómoda.

Mi mamá dejó caer un vaso sobre el mesón de la cocina.

― ¡Raúl!

Él fue a saludarla, con los hombros caídos y los brazos abiertos. Ella lo abrazó y le acarició el cabello. Mi abuelo salió del pasillo del baño, y se encontró de frente con la escena. Era un viejo generalmente tranquilo, y su semblante alegre había desaparecido. Las arrugas se le marcaban en el rostro que tanto conocía y tanto se parecía al de papá. El bigote se crispó y toda la cara se le puso roja.

― Raúl...

― Viejo.

Se miraron sin decir más nada.

― ¿Y ese milagro? -interrumpió mi mama'.

― No digas esa mierda, ma. Vine a pasarla con mi hermano.

― No le hables así a María Ángela.

Mi abuelo miró a Raúl totalmente preparado para saltarle encima. Me interpuse entre ambos.

― Ya, Raúl...

― Sólo vine a desearte feliz cumpleaños. -Me tendió una bolsa de papel, sin ceremonia alguna.

― Gracias, pero...

― ¿Ya almorzaron, mamá?

― Sí ¿quieres comer?

― ¿Se te olvidó tu gran discurso? –soltó mi abuelo.

Cerré los ojos con fuerza. Recordé con dolorosa nitidez el día que Raúl se fue.

Yo había decidido no tratarlo ese día que había peleado con mis padres, pero no me pude contener cuando le gritó a mamá que todos eran unos hijos de puta.

Ella se alzó para darle una cachetada, pero él la tomó y la empujó con fuerza contra la nevera. El mueble se tambaleó, y yo me alcé para asegurarme que no se cayera sobre mamá. Cuando dejó de moverse y mamá ya estaba de pie... Me volteé para golpearlo.

Por supuesto no le hice nada, me dio una paliza, me pateó con el pie descalzo cuando me lanzó al suelo. Nunca me había golpeado así, ni en nuestras peleas más serias.

Fue cuando llegó papá. Él le dio un único golpe en la mandíbula. Se gritaron, lo amenazaron con llevarlo a un liceo militar.

Raúl al día siguiente no estaba.

Y me sentí nuevamente un niño incapaz, con algunos granos en la nariz, varios centímetros más pequeño y un hermano que me había decepcionado. Había pasado poco más de un año de aquello.

― José... por favor...-repitió mi madre intentando calmar el ambiente, sin éxito.

― Raúl aseguró que no iba a volver. Que era independiente, que podría mantenerse solito... ¿Y vienes aquí a comer, como si nada hubiera pasado?

Madurez voluntaria (o algo así trágico)Where stories live. Discover now