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Dicen que para comprender la vida debes mirar hacia atrás. Pero voltear la mirada hacia el pasado pesa y duele, más si este te marcó, te lastimó y te escupió la cara.

Mi historia comienza en la etapa más difícil del desarrollo humano: la adolescencia. Es aquí en dónde se sitúan los cambios, los problemas de autoestima, el revoltijo de hormonas... Cometemos un sinnúmero de estupideces en busca de nuestra identidad. La situación empeora cuando se le suman los problemas familiares. En mi casa las discusiones aumentaban y me hacían sentir en un averno eterno. Deseaba escapar de él, de la escuela... de mí misma. No me sentía amada en ningún sentido. En mi interior un vacío cada vez incrementaba. Todo eso provocó que buscara la aceptación y el amor, que no recibía, en cualquier lugar.

En mis años púberos navegaba por mucho tiempo en las redes sociales. Me impulsaba la idea de conectar con personas del sexo opuesto. Me hacía cuentas con la intención de encontrar aquel sapo que se convirtiera en príncipe con un solo beso. Llegué a besar a unos cuantos de estos con la misma esperanza. En uno de esos días de conexión, me comenzó a escribir un chico llamado Víctor que, a primera foto, no resultaba atractivo. Al menos para mi gusto. Él presumía un gran intelecto y un gran sentido del humor. Su carisma venía acompañado con una sonrisa chueca, pero encantadora. Tenía ojos saltones y oscuros. Su piel era blanquecina, muy parecida a la mía. Era delgaducho, muy contrario a mí que era corpulenta —todavía lo soy—. El chico de mis sueños no se parecía en nada al que me escribía. Pero de a poco este muchacho iba entrando en mi corazón con palabras nunca antes recibidas, con acciones que nadie nunca se había tomado para conmigo.

Inevitablemente me enamoré del sapo que yo me empeñaba en hacer príncipe. Cuán equivocada estaba.

Tiempo después descubro que era un sapo con dos princesas. Y todo se derrumbó. Decidí cortar la relación inmediatamente. Jugaba a ser una chica de armadura fuerte, pero la realidad era otra: lloraba y sufría demasiado por su infidelidad, su engaño. Una semana después, de rodillas y llorando a mares, Víctor suplica clemencia y perdón. No sé si era el hecho de que yo no me quería lo suficiente o si fue mi falta de determinación, pero le di una oportunidad. ¿Han oído por ahí que dicen que el que la hace una, la hace dos y tres veces?

Bueno, al poco tiempo de nuestra reconciliación, me enfermo. El doctor me dijo que mi gripe se curaría en nueve meses: ESTABA EMBARAZADA. Durante los primeros cinco meses de gestación ambos destilábamos felicidad y regocijo. Seríamos padres primerizos y eso nos daba mucha ilusión.

Pasado ese lapso de tiempo, él comenzó a cambiar. Se alejaba de mí; me mantenía en vela esperándolo hasta las seis de la mañana. Víctor sabía de sobra que me preocupaba cuando eso ocurría, pues la pareja de mi madre fue brutamente asesinado a altas horas de la madrugada. Esa tragedia no la había superado y él se empeñaba en hacer que mi ansiedad aumentara con cada giro del reloj. Tampoco era quien para contestar mis llamadas o tan siquiera presentarme a esos amigos con los que salía de juerga.

A pesar de ello, cuando me preguntó si quería ser su esposa, acepté. Lo hice creyendo que era lo mejor para la relación y para el bebé que venía en camino.

Durante cinco años de matrimonio pasaron muchas cosas, buenas y malas, pero las malas superaban por mucho. Comencé a sospechar sobre otra infidelidad cuando noté que siempre faltaba dinero en nuestras cuentas. Me pedía dinero adicional e incluso me lo quitaba si no accedía a ello. Al principio pensé que podría ser que estaba comprando marihuana, pues no era un secreto que desde que lo conocí, fumaba de vez en cuando. Creí que tenía vicio con la yerba. Pero la teoría no me convencía del todo.

Llegué a contarle a mi jefa la situación, que, por cierto, era también jefa de Víctor. Se notaba que ella sabía más de lo que yo conocía. Comenzó a lanzarme indirectas y prometió "ayudarme a averiguar qué era lo que pasaba con mi marido." Varias personas me decían que él tenía algo con una compañera de trabajo, pero yo siempre elegía creerle a Víctor. No fue hasta el 31 de diciembre que mis sospechas se confirmaron.

En ese tiempo yo trabajaba en una gasolinera, por lo que siempre tenía un gran flujo de personas haciendo fila; mucho más en despedida de año. El turno de él era hasta 5:00pm y el mío hasta las 10:00pm. Habíamos acordado que él buscaría a nuestro hijo, lo vestiría, me vendría a recoger y luego llegaríamos justo a tiempo para despedir el año en casa de un familiar cercano... A las 9:00 pm recibo una llamada de mi abuela. Ella me indica que todavía Víctor no había recogido al nene. Un frío olímpico recorrió mi cuerpo entero. Sabía lo que estaba pasando; recordé que ese día él trabajaba en la cocina y ella como mesera. Para rematar, coincidían en los turnos. Cuando dieron las diez no podía concentrarme en lo que debía hacer; eran miles de dólares que tenía que cuadrar. Temblaba de coraje y frustración. Lo sentía, el dolor estaba arraigado en mi alma. Víctor me la estaba jugando nuevamente.

A las 11:40 pasó a recogerme. Su excusa fue la más patética: me dijo que estaba durmiendo en el carro en lo que yo salía. De esa noche en adelante la relación fue en picada. Yo le reclamaba y él todo lo negaba. La amante de mi esposo me lanzaba miradas sugestivas, de esas que dicen "Yo me tiro a tu marido, pendeja." Pero yo estaba dispuesta a salvar mi matrimonio, y digo "mi" porque para él ya no era algo "nuestro."

Le propuse emigrar hacia Estados Unidos con la idea de un "nuevo comienzo". Él accedió y en abril de ese nuevo año decidimos montarnos en el avión. Pasaron un par de meses y todo marchaba bien. Incluso celebramos el cumpleaños de nuestro hijo con bombos y platillos. Tres días después, él me dice que volverá a Puerto Rico para vender todo lo que habíamos dejado allá. Me prometió enviarme todo el dinero y regresar en un mes.

Lo llevé al aeropuerto y nos despedimos con un cálido beso y un esperanzador "Los amo. Los veo pronto" de su parte. Jamás imaginé que ese choque de labios era una despedida definitiva. Nunca más lo volví a ver...

Un mes después Víctor decidió contestar el teléfono. Me dijo que tenía a otra "mujer" y que jamás me amó. Me humilló diciéndome que yo no servía en ningún sentido. Lloré y mucho. Me enojé y bastante. Grité y fuerte.

Él formó otra familia dejándonos atrás a mí y a su primer hijo. No sé si algún día logre sanar del todo. Ya van casi tres años y aún me pregunto si valgo la pena; aún trato de aceptar y amar mi reflejo en el espejo. Tengo una pareja que dice amarme tal cual, pero yo no logro creerlo. Sigo llorando a escondidas en mi habitación por todo lo que pasó, por las palabras recibidas y por el dolor de mi hijo. No es fácil mirar esos ojitos cada vez que pregunta por él y no saber qué decir; que no tenga acompañante para el "father and son breakfast" de la escuela. Es duro ver a tu bebé llorando siempre que lo dejas en algún lugar porque tiene miedo a que no vuelvas por él...

Odio saber que mi hijo crecerá con un vacío en el alma y con un corazón roto... Igual que su mamá.

Corazones rotosWhere stories live. Discover now