*9*

157 18 3
                                    




       

Nos conocimos hace tres años en un caluroso día de verano. Ambos coincidimos en un festival que marcaba la llegada de esta estación del año. Cantábamos y bailábamos al ritmo de La Tribu de Abrante a muy pocos pies de distancia. La multitud, con sus empujones, nos había colocado uno al lado de otro. Nos sonreímos y nos dejamos llevar por la euforia de la música.

«María Luisa no seas mala, llévame contigo a la playa» La letra era demasiado pegadiza como para no vociferarla. Comenzamos a bailar juntos. El alcohol nos quitaba la timidez y las inhibiciones, y lo agradecí. De lo contario, jamás me hubiera atrevido a bailar con un desconocido. Cuando el grupo musical terminó su número, todos los allí presentes gritábamos: "otra, otra". Pero no accedieron. Mi amiga me haló por el brazo y me dijo al oído que la acompañara al baño. Miré al chico y me encogí de hombros. Me alejé de allí sin despegar mi mirada de él.  Literalmente nos comíamos con los ojos.

Seguí caminando con la esperanza de volverlo a encontrar después de acompañar a mi amiga a los baños públicos del lugar.

—¿Viste que nene bello?— le dije a mi amiga dentro del sanitario.

—Nena, ¿en serio no sabes quién es? Pensé que si bailabas con él era porque lo reconociste. Ese es Bertito, el que estudio con nosotros en la high. Pa' mí que vino de vacaciones porque lo último que supe de él era que se había ido pa' alla afuera.

—¿Qué? Pero ni se parece.

—¿No lo tienes en Facebook?—preguntó y negué con la cabeza—Él se metió a crossfit y toa' esa pendejá.

—Oh, con razón. Ahora está como quiere el infeliz.

—Ni que lo digas— reiteró Lola, mi amiga.

Salimos de allí y caminamos todo el club de playa en busca de Bertito. Dimos con él en una de las barras de bebidas. Caminamos hasta donde se encontraba. No andaba solo; un grupo de ocho personas lo acompañaban. No conocía a nadie salvo a Bertito. Aunque dudaba que realmente eso fuera un hecho. Él había cambiado demasiado y no solamente físicamente. Ahora era seguro, coqueto y sensual. Cosas que se logran con una alta estima de sí mismo. Lola rápidamente socializó con todos. Yo traté de seguirle el paso, pero se me daba fatal eso de la socialización. De modo que con sangría en mano me alejé un poco del grupo y fijé mi mirada en la tarima. Un DJ tocaba música electrónica en ese momento.

—¿Y qué es de tu vida, Kenya?—El hecho de que recordara mi nombre me hizo sentir bien.

—Pues nada, estoy en mi segundo año de universidad. Estoy en micro. Me hospedo cerca del recinto. ¿Y tú?

—No hay mucho que contar. Estoy trabajando en un hotel allá afuera y me va bien. Vine de vacaciones.

—Oh... interesante.

—No, no lo es. Pero finjamos que sí—me dijo tirándome un guiño.

—Vale. Finjamos que nuestras vidas están transcurriendo como siempre soñamos y que estamos donde siempre hemos querido— le dije con sarcasmo.

—¿Y qué es lo que realmente quieres, Kenya?— me dijo acercándose seductoramente.

—¿Me preguntas qué quiero ahora mismo?— le contesté en el mismo tono, a lo que él sonrió maliciosamente.

No necesitamos ningún permiso para besarnos descaradamente allí mismo. El calor nos abrasó instantáneamente. Sin pudor me acerqué más para que nuestros cuerpos rozaran. El tacto fue dinamita pura.

—Eh, váyanse a un motel—gritó uno de sus amigos. Nos despegamos y observé como todos nos miraban. Mi amiga sonreía feliz; se alegraba porque ese día tendría un polvo seguro.

Corazones rotosOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz