*11* (Especial del día de San Valentine)

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A todos los corazones rotos de este día

Juan era un hombre elegante, guapo, inteligente y atento

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Juan era un hombre elegante, guapo, inteligente y atento. Fueron sus manos las que me arrastraron hacia el infierno; su mirada, mi salvación; sus labios, mi redención. Pero nada de esto le hacía justicia al sentimiento tan intenso de amor que él provocaba en mí.

Nos conocimos en el restaurante que ambos solíamos visitar a la hora de almuerzo. Todos los días nos encontrábamos allí sin siquiera notar la presencia del uno o del otro. Pero un día él se sentó en la mesa siguiente a la mía. Y nos vimos, y sonreímos; yo por cortesía, él por coquetería ¾eso pensaba yo¾. Desde entonces, siempre que almorzábamos éramos consientes de nuestras respectivas existencias. Sin embargo, no fue hasta tres semanas después que entablamos nuestra primera conversación. Lo que hablamos era irrelevante: mencionamos que la comida del lugar era la mejor, indicamos dónde trabajábamos respectivamente y nada más. Ya después compartíamos la misma mesa.

Nuestras citas consistían en reunirnos en el mismo restaurante al mediodía y luego al salir de nuestros trabajos íbamos por un café al Mesón. De esta manera evitábamos el tráfico infernal que se formaba de regreso a casa. Se volvió nuestra tradición.

Juan era muy seguro de sí mismo, prudente, respetuoso y varonil en todo el sentido de la palabra

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Juan era muy seguro de sí mismo, prudente, respetuoso y varonil en todo el sentido de la palabra. Tenía un aire vanguardista que me fascinaba. Le gustaba el arte, el teatro, la poesía y el baile. Hablaba con tanta pasión que era imposible no sentir lo mismo que él profesaba amar. Y bueno, para mí fue fácil enamorarme de todo lo que Juan era. Él no daba ningún indicio de que se estuviera incendiando la llama del amor en su interior, al contrario. Solo hablábamos esos ratitos en el almuerzo y después de las cuatro; nunca me pidió mi número telefónico o propuesto tener una aventura. Después de tres meses sabía lo que él quería que yo supiera. Hablábamos de sueños rotos, de ex amores fallidos, de estilos de vida, de dudas existenciales, teorías creacionistas... De todo y de nada a la vez. Estaba enamorada de alguien que conocía a medias, pero que sentía conocer a plenitud.

Ciertamente Juan y yo no teníamos nada en común, sin embargo, un hilo invisible conectaba nuestras almas. Siempre deseábamos que llegase nuestra hora, nuestro tiempo para estar juntos.

Mi intención no era que nuestra amistad se arruinara, pero, precisamente, ya no aguantaba un segundo más siendo solo su amiga. Yo no quería quedarme en la zona de amigos, así que sin más, comencé a coquetearle, a provocarle. Moría de ganas por revelarle mi amor, de entregarle mis más indecentes secretos en la intimidad. Pero él parecía inmune a mis juegos de seducción.

A los cinco meses de conocidos, una bendita tarde me invitó a su apartamento. Cuando lo hizo me quedé boquiabierta. Todas las señales estaban ahí, su mirada me incitaba a pecar, su cuerpo expedía deseo y libídines. Ambos estábamos conscientes de lo que queríamos esa misma noche. Así que, sin dudar, accedí.

Al llegar a su lugar de estar, cerró la puerta y al hacerlo yo comencé a temblar de pies a cabeza. Intentaba inútilmente disimular el nerviosismo que me provocaba saber lo que pasaría entre los dos... Nuestra primera vez y me sentía como virgen colegial, vaya estúpida que era. Juan se volvió hacia mí y yo sonreí a medias, él, en cambio, relamió sus labios. Mordí los míos instintivamente. Él dio unos pasos hacia mí y yo luchaba por controlar mi lenguaje corporal. Lo último que quería era verme desesperada. Aunque la cosa estaba difícil, ganas no me faltaban de devorarlo allí mismo en la entrada de su apartamento. En cambio, me deleité con la forma en que Juan inclinó su cabeza hacia mi mano, cerrando los ojos, invitándome con la boca entreabierta al despertar del amor entre los dos.

Me enternecí ante su gesto pues, a pesar de ello, por mis manos él sabía que temblaba como una hoja y quiso apaciguarla del único modo que iba a hacerlo. Por eso se inclinó y rozó su boca con mis labios. Y todo explotó: besos furtivos y rápidos se sucedieron, mientras nuestros corazones latían al unísono y los nervios daban paso a la pasión de nuestros cuerpos y sentimientos.

Y fuimos uno en el futón de su apartamento. Y fui feliz, inmensamente feliz.

Cuando nuestros cuerpos recuperaron la temperatura normal, nos volvimos a vestir. Me marché del lugar con un sentimiento eufórico dentro de mi pecho. Todo me parecía bien; no habíamos arruinado nuestra amistad por lo que había pasado. Incluso comencé a imaginarnos como pareja sentimental y la sola idea me deslumbró.

Al siguiente día me arreglé como nunca para el trabajo y esperé ansiosamente la hora del almuerzo. Estaba realmente emocionada por este encuentro, era la primera vez que nos veríamos después de haber hecho el amor.

Me senté en nuestra mesa predilecta y esperé... y esperé... Cada giro de la manecilla del reloj era una tortura.

Cuando faltaban 10 para la 1, supe que ese día no vendría. Ni al otro... ni al siguiente.

Primero estaba preocupada, pero ya después entendí que lo que habíamos hecho había arruinado y alterado nuestra rutina. Que había sido una ilusa, que jamás volvería a verlo.

Juan no tenia número telefónico, al menos nunca me lo dio. Ni redes sociales ni cualquier otro tipo de contacto virtual. Sabía dónde trabajaba, pero no tenía el valor de enfrentarme a la cruda realidad: todo había acabado.

Después de una semana esperando volver a ver su silueta entrando por la puerta del restaurante, me rendí. Dejé de ir a la hora de almuerzo y en la tarde me adentraba al tapón; triste, sola y con canciones de Tommy Torres saliendo por los altavoces de mi auto y retumbando en mis oídos.

Nunca lo vi otra vez...

Que alguien me diga, ¿Qué se hace pa' un corazón roto?

Corazones rotosWhere stories live. Discover now