II

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Las primeras clases pasaron más rápido de lo que hubiera imaginado, pero más lento de lo que hubiera deseado. A excepción de la clase de literatura, el profesor no dejaba de observarme. por un momento creí que su mirada iba dirigida hacia el chico de mi espalda, pero no, él miraba hacia mí. Por un momento me sentí incómoda. Me lìmitaba a posar la mirada sobre mi pequeña libreta en blanco. Por alguna extraña razón nadie trabajaba, no, todos estában cotilleando, otros se límitaban a escuchar música por los auriculares, podría escucharla desde aquí. Y otros, simplemente se liaban en medio salón de clases. Que repugnante. ¿Qué clase de profesor es? ¿Qué clase de instituto es?

Nadie, absolutamente nadie, se acercaba a mí. No me dirigieron la palabra, ni saludaban ni articulaban. Ni siquiera el típico interrogatorio. Y el profesor nunca se dignó a preguntar por mi nombre. Y por supuesto, nadie, absolutamente nadie, ocupó los pupitres de mis costados. Pareciera como si nadie se percatara de mi presencia, como si fuése invisible o portara la peste.

Mi madre había elegido este instituto por su buen prestigio. No es de los más caros de Londres, pero sí uno de los mejores. Grande, bonito y de buena calidad. Y - según - de los mejores en el rango de la educación. Pero veo que éste último no queda, no vá, por lo menos no para mí.

Cuando la hora del almuerzo se hizo presente, no sabía a donde ir. El pequeño "mapa" que me obsequió Lincoln era un tanto confuso.

Despuès de tantas vueltas en el "laberinto" que se formaba  por los diversos corredores, llegué - a lo que supuse - era la caféteria.

Estába totalmente llena. Apenas alcanzaba a divisar  a la pequeña figura de una señora regordeta - de avanzada edad -  detrás de una barra llena de alimentos en refrigeración. Portaba un delantal blanco hasta las rodillas, y una pequeña red para el cabello.

Traté de cruzar por el mar de personas pero me fue imposible siquiera llegar a la barra.

- Eh, ¡A un lado! - gritó alguien sobre mi cabeza.

A pesar de los gritos y empujones logré salir. El pequeño reloj que descansaba sobre mi pequeña muñeca comenzó a vibrar. Hora de mis píldoras. Pero no podía tomarla aquí. Caminé de vuelta por el corredor y salí por una doble puerta, llegué a lo que parecía ser la zona del comedor " exterior".

Era realmente grande. Estába tapizado de césped, contaba con árboles, pequeños arbustos y florecillas blancas como decoración, una fuente inmensa de piedra tallada y limpia. Y claro, pequeñas mesas de madera con personas tómando su almuerzo. Para mi desgracia, todas estában ocupadas.

Seguí caminando y llegué a la parte trasera del edificio principal. Lo suficientemente cerca para escuchar aún los murmuros del alubnado, pero lo suficientemente lejos para perderme de regreso.

Tomé asiento bajo la sombra de un frondoso árbol, a un lado del basurero. Olía mal, pero por lo menos las moscas me harían compañía. Deje caer la mochila a un lado mío, y saqué un pequeño pastillero. Por ahora sólo tocaban las vítaminas. Saqué dos de ellas y las tragué en seco, sin ayuda de agua. Reposé por unos minutos observando como las aves volaban, las ardillas trepaban sobre los inmensos árboles, las aves cantaban, y las mariposas polarizaban las pequeñas florecillas blancas sobre el césped. Todas iban acompañadas. Las aves en parvada, las mariposas en un puñado, y las ardillas, ellas nunca estan solas. 

Por un momento recordé a mi padre, siempre estaba junto a él, a todas horas. Aún recuerdo ése pequeño y desolado parque de diverciones. Papá decía que nadie valorava aquella maravilla, y que sólo los afortunados amantes de la naturaleza lo podían hacer. A él siempre le agrado estar cerca de las plantas, Es por eso que apoyó a mamá con el negocio. El siempre decía que lo bueno sólo lo obtienen los luchadores. 

El vago recuerdo de el intentando hacerme una casa de árbol en nuestra antigua casa hace que un punzante dolor en mi pecho aparezca.

Una lágrima resbaló por mi mejilla. No, no, no, no está vez. No aquí. Me repetí mentalmente. Tome una bocana de aire y me obligué a parar de llorar. Sequé la pequeña lágrima ahora en mi mentón. A los pocos mínutos el sonido de un timbre viejo resonó indicando que el almuerzo había terminado. Tomé mi mochila y la colgué sobre mi hombro, me puse de pie, pero no recordaba muy bien como llegar, traté de regresar como me fue posible. 

Las clases seguían su curso y todo seguía igual, a excepción de un chico somnoliento, que preguntó el porqué de mi pequeño círculo calvo, pero lo ignoré. 

Al término de la jórnada, todos salieron disparados a la salida, yo me tomé el tiempo suficiente para recoger mis cosas y guardarlas a mi pesada mochila. 

En el aparcamiento estaba Charlie, el amigo de mamá, y quien le ayudaba en la floreria, o más bien en el jardín de la misma. Él sólo se encargaba de hacer el trabajo pesado, el que mi madre ni yo, podíamo realizar. 

Salió de la pequeña furgoneta y abrió la puerta del cópiloto para subirme en éste. Me coloqué el cinturón, no sin antes de arrojar la mochila en el asiento trasero.

—¿Qué tal tu día? —preguntó una vez dentro, dudé antes de responder.

—Hoy no fue mi día —Solté.

—¿No?

—No. —Dió contacto y salimos del aparcamiento.

—Tu madre espera un: "Excelente, tengo amigos nuevos y mis notas las estoy controlando. ¡No veo el momento de regresar mañana a ese grande y bonito instituto!" —Dijo imitando  la voz de mamá. Era cierto, reí ante su comentario.

—Lo sé, pero... ¿Te han dicho que eres pésimo imitando a mi madre? —Cambié de tema.

—Sí, tu madre —Comenzamos a reír. Charlie era un adulto de apróximadamente 35 años. —¿Le dirás a tu madre que fracasaste en tu primer día de instituto?

—No fracasé —reclamé. —Bueno, eso no fue lo que dije.

—¿Se lo dirás? Te aconsejo que no lo hagas. Ella realmente espera que la hayas pasado bien.

—Lo sé, pero no quiero mentirle.

—Dile que la psaste bien. Sólo dile eso —suspiré.

—Sí, lo haré. ¿Qué tal ella? —Recosté mi cabeza en la ventanilla. 

—No paraba de hablar de tí, y de lo grandioso que es Gofito —Giró por una avenida.

—Hayfield —Me miró confuso.

—¿Perdón? 

—Su nombre es de The Hayfield School —Reí por su expresión —No le prestaste atención —Reclamé.

—Tu mamá habla mucho y tengo trabajo.

—Igual te paga —Susurré más para mí que para él.

Cuando Charlie paró en en la floreria, toné mi mochila y bajé del auto. 

Mi madre atendía a una señora, de avanzadad de edad. La saludé a mi madre con un beso en la mejilla y empaqué el pequeño ramo de flores. Se lo extendí a la señora y, ésta, me sonrió. Otra vez, odio que la gente haga eso, sólo por compasión. Mi madre terminó y la señora salió.

—¿Qué tal tu día? —Iba a responderle de la misma manera que Charlie, pero recordé lo que hablamos, y sólo pudo salir de mí un:

—Me la pase bien —Mentirosa. Mi madre sonrió y me dió un pequeño abrazo como saludo.

—¿Lo ves? No fue tan malo. —Sonreí. No me sentía agusto cuando le mentía a mamá, y juré no volver a mentirle, hasta que: —¿Amigos?

—Unos cuantos —Le dediqué una sonria falsa, ella asintió.

—Eso está bien, ¿No es así?

—Sí —Susurré, y ella siguió con su trabajo.

Nota mental: No hablar más con Charlie. No sobre mamá.

Al otro lado del cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora