VIII

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Segunda arcada. Ésta mañana no era la excepción.

Gotas de aquel asqueroso líquido salado resbalaban desde mi sien hasta mi clavícula, bajando por mi pómulo actualmente pálido. A decir verdad, todo en mí era pálido, pero aquella mañana lo era aún más, a excepción de los pequeños hematomas recientes sobre mis piernas. Todo en mí dolía. Mis piernas, mis brazos, mi cabeza, e incluso mi estómago presentaba un estado actual de nauseas.

 Bajo el terrible dolor punzante sobre mis costillas, y las ganas de expulsar  el sagrado alimento, retiré sin más las cálidas sabanas  que cubrían perezosamente parte de mi cuerpo, no sin antes inspeccionar la figura recostada a mi lado. Posaba su brazo sobre mi abdomen y su rostro descansaba sobre el extremo de mi almohada. Scott tenía razón, el chico daba la apariencia de ser una cría, aunque debido a su manera de vestir y lo mal que le espetó a “Darren”, aquel día de la fiesta de celebración que tenía como anfitrión al equipo de fútbol – y que no dudaba que él fuera parte de aquel equipo y quien anotó aquel último touchdown – las esperanzas disminuían.

Tercera arcada.

Me encontraba en cunclillas sobre el vitropiso, parte de mi rostro era adentrado al inodoro con el fin de expulsar algo que mi estómago carecía, y es que había perdido la noción del tiempo. Mi garganta pedía a gritos ayuda. Quería dejar de expulsar aquel líquido amarillento y con sabor a ácido. Mi garganta ardía debido a la fuerza que anteriormente había implantado. Tomé una bocanada de aire y jalé de la cadena. Lavé mi rostro y cepillé mis dientes.

La sorpresa me invadió al darme cuenta del hueco sobre mi alcoba. Apenas eran las cinco de mañana, se suponía que Scott vendría dentro de una hora. Me asaltó el  terrible pensamiento del chico huyendo de mi habitación, ebrio y húmedo. Era obvio que no se despediría, pero una parte de mí quería que lo hiciera.

Caminé hacia mi alcoba con el fin de recostarme sobre esta, pero un pequeño papelito llamó mi atención.

Un número de diez dígitos rellenaba aquel papel en blanco. Al reverso del papel unas letras en mayúsculas llamaron mi atención por completo. Un enorme “GRACIAS” abarcaba el papel en blanco junto a unos garabatos con apariencia a carita feliz.

Una enorme sonrisa asaltó las comisuras de mis labios.

—     Esto es normal. — otro  circulo calvo había hecho acto de presencia sobe mi obstinada cabeza, dejando a mi madre con la expresión de madre horrorizada. Ella más que nadie sabía que esto sucedería, las dos lo sabíamos. Pero el círculo era más grande de lo normal.

Había llamado al Dr. Shbosky contándole de mis malestares mañaneros y de mi calvicie, mamá estaba exagerando. Esto tenía que ocurrir tarde o temprano. Y eso fue lo que le dijo el Doctor, pero ella insistía tanto en detener esto.

—     Es horrible. — suspiré. Ella ni siquiera media sus palabras. — lo siento cariño… yo…— trató de disculparse ante mi expresión.

—     Descuida — negué, quitándole  importancia. Entendía que ella sólo quería ayudarme.

Al otro lado del cieloWhere stories live. Discover now