IX

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En ciernes, desde los nublados cielos de Londres, una tormenta se arremolinaba, acompañada de  incontrolables vientos y ensordecedores truenos. La furia que traía aquellos vientos  eran obligados a golpear el rostro de aquel chico prodigioso, obligándolo a castañear a costas de insoportable frío, mismo disimulado por la presión de su quijada.

La similitud de sus nudillos pálidos, acompañaba aquel torrente de agua helada sobre su cabeza. Con unos cuantos mechones desordenados que en compañía de la neblina, hacían de su vista una imagen  desenfocada. Su exuberante piel mortecina hacía resaltar aquellos hematomas bajo sus ojos,  producto de una mala noche. Su mirada era clavada sobre algún punto perdido mientras se prometía guardar la calma y no perder los estribos frente aquella lapida que lo hacía sentir como una miserable rata de alcantarilla.

Llevaba varado hacia menos de quince minutos sin siquiera preocuparse en hacer movimiento alguno y es que la vergüenza y la culpabilidad cruzaban en aquellos orbes azules, negándole posar la vista sobre la lápida. Tal vez el castañeo no era proveniente sólo del frío.

Con unas florecillas blancas en mano, obligó a sus obstinadas piernas llegar hasta la lápida polvorienta a solo unos pasos y depositar las florecillas. El sonido de la hierba siendo pisada, alteró sus nervios, mirando sobre su hombro, encontró una anatomía por arriba de su cabeza, haciendo estremecer una vez más.

—     Lárgate — finalmente fue él quien rompió el silencio incomodo entre los dos. Su voz sonaba más ronca de lo normal, debido al llanto contenido. Aunque seguro un resfriado le pillaría, pero eso no era asunto del cual preocuparse en aquellos momentos.

—     Sabía que te encontraría aquí. — el susodicho de ojos verdes y pestañas rubias ignoró por completo la petición de ojiazul, sabía que no se rendiría dejándolo solo.

Una pregunta estúpida viajó por la mente del chico de cuerpo  curveado y sinuoso  con piel mortecina, pero jamás la articuló, ambos sabían que hacían y no irían dejando al otro a su merced.

Y es que hacia mas de cuatro años que la rutina se repetía una y otra vez sin descanso alguno, ambos habían dado por muerta la propuesta de volver, rindiéndose y acompañándose únicamente en el dolor y la culpabilidad, desde entonces, aquella manta los cubría en cada visita.

—     Escucha, ya pasó bastante tiempo, es tiempo  de dejarlo ir, ¿No lo crees? Nosotros podemos…

—      No hay, y no habrá ningún “nosotros”.

La firmeza con la escupía sus palabras, hacia la piel de gallina del ojiverde. Quería insistir, pero sabía que se negaría rotundamente a tales peticiones.

—     Sería bueno dejarlo. — el temblor de su voz le hacía dudar si aquel chico podría escuchar petición alguna. Nuevamente, el silencio reinaba entre ellos, y es que aunque tratara de ocultarlo, el arrepentimiento el arrepentimiento sobraba entre ellos, cansados de estar siempre a la defensiva. Pero no lo admitiría. — Por él.

Estas últimas palabras hacían que el ojiazul se estremeciera una vez más. Finalmente giro sobre sus talones y susurrando un “olvídalo”, regreso hasta su motocicleta, dejando un Scott varado y confundido. O eso creía él.

El largo camino por los corredores era el mismo de siempre. Entre saludos, exclamaciones y asentimientos de cabeza se dirigió hasta su taquilla, para después encontrarse con sus amigos, pertenecientes al equipo de futbol americano. Si es que así se les podía llamar.

El sueño abrumaba sus pensamientos, alejándolos de él. Y es que no había podido conciliar el sueño desde su escabullimiento del hospital, para después  encaminarse al cementerio, como todos los años.

Sabía que había hecho mal al dejar a la chica indefensa, pero sus ilusiones de desquebrajaron al ver una sinuosa silueta recostada a su lado.

Ni siquiera sabía con certeza el nombre de la chica, pero sabía que debía buscarla y acercarse más a ella. No por su belleza, porque claro está que es linda, ni por lastima, más bien por el pequeño lazo que los unía. La chica estaba enferma, él lo sabía y tenía que ayudarla. Dio la combinación abrió su taquilla, dado lugar a un papelito que caía sobre el suelo, captando su atención por completo, y despertando su curiosidad.

Recogió el pequeño papelito y una sonrisa asalto las comisuras de sus perfectos labios rosados al percatarse del contenido. Un enorme “GRACIAS” y un numero de diez dígitos rellenaba los espacios en blando, junto a unos garabatos que simulaban ser una perfecta sonrisa feliz. Fue entonces cuando un sentimiento desconocido lo apretujó. La nota no tenía remitente, pero sabía quién había sido.

Tenía que buscar aquella chica y lo haría a costa de Scott.

Había pasado el resto del día de aula en aula, pasando con desdén clase por clase. Pero no podía negar que cada vez se veía más ansioso por conocer el nombre de la pequeña criatura enternecida. Uno y mil apodos viajaron por su mente al intentar descifrar el nombre completo. El día de la fiesta, la chica solo alcanzó a confesarle un par de letras, hasta que el intruso de ojos verdes los interrumpió.

<<Pedazo de mierda>>

Un sentimiento de coraje lo inundó al acordar todo lo sucedido. Desde aquella noche no había visto a ninguno de los dos. Salvo a la noche anterior  y esta mañana. Acaparando su atención por completo le había hecho despertar un sentimiento de duda y curiosidad.

En el almuerzo no pudo buscar a la chica, debido que el entrenador les exigía cada vez más tiempo para el entrenamiento. Las finales se estaban acercando y con suerte ganarían.

Al término de la jornada, sus ilusiones cayeron desquebrajadas al darse cuenta de la fuerte tormenta arremolinada a las afueras, seguro la chica ya se había marchado.

Sus pupilas amenazaron con dilatarse más de lo normal, un brillo creció en estas al percatarse de la figura recostada sobre su taquilla. Inmediatamente se apresuró a sacar un pequeño papelito blanco y con la ayuda de un bolígrafo, comenzó a garabatear y dar vida a delgadas letras negras. Una vez terminado, se apresuró a la taquilla.

No sabía que ocurría con él, pero,  su corazón dio un vuelco peligros a medida que se acercaba a ella. Sus manos sudaban y su cabeza le hacía saber lo estúpido que se veía a reaccionar así.

Pero al verla postrada sobre aquella camilla en blanco, y tras haber escuchado la plática con su madre, había optado por creer que era una chica dulce y realmente fuerte. Sobre todo con su enfermedad, porque aunque nadie lo supiera, había escuchado el diagnostico de la chica pronunciado por el doctor.

<<Relájate, Jace. Sólo es una chica más>>

—     Eh — llamó a sus espaldas, obligándola a girar sobre sus talones. — ¿Podrías entregarle esto a la dueña de ésta taquilla?   

La amplitud de sus sonrisas acaparaba sus rostros, haciéndolos notar aquel brillo sobre sus ojos. Las pequeñas manos pálidas de la chica tomaron entre sus dedos el pequeño papelito, desdoblándolo leyó el contenido. Fueron unos segundos donde la duda y el nerviosismo cruzaron por las mente de ambos, haciéndolo temer se su respuesta.

—     ¿Por qué no? — aquellas palabras fueron más que suficientes para tomar el brazo de la chica y salir de aquel desolado edificio. Ofreciéndole su brazo y chaqueta se encaminaron fuera del mismo.

Ambos sabían que estaban haciendo mal, e incluso ella se arrepentía de lo hecho. Pero con el paso del tiempo había aprendido a no privarse de las pequeñas cosas que te ofrece la vida, porque nunca sabes si regresarán. Y eso mismo estaba haciendo ella, aprovechar lo que le quedaba.

¿Quién lo diría? Alice Green escapando con el famoso e impecable chico prodigioso, Jace Hudson.

Al otro lado del cieloWo Geschichten leben. Entdecke jetzt