III

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La semana en “gofito”, como Charlie le llamaba, pasó volando, literalmente. Mamá seguía preguntando qué tal me iba, y yo como mala hija, seguía mintiendo.

Aún no conseguía atraer la atención de alguien, ni siquiera de los profesores. Bueno, exagero. A excepción de la pequeña señora regordeta de la cafetería. El Miércoles  a la hora de deportes - la cual me salté – me preguntó si le podía echar la mano con la inservible máquina de zumos, debido a mi inmejorable hora muerta, dije que sí. Adivinen qué, estaba atascada, y adivinen qué más, no habría zumo el resto de la semana.

El Jueves después del almuerzo, un tornado de chicos corría por los corredores. Según lo que logré escuchar de los aventajados cotilleos de pasillo, venían así desde los vestidores. Resulta que los mimados niños pijos de último grado habían gastado una ‘pequeña’ broma a las chicas. Habían osado de ocultar una pequeña cámara digital  en los vestidores de chicas. Los convictos habían sabido ocultarse bien, o eso creían. El docente de gofito, en el incluido el director Lincoln, se percataron de quien había causado este pequeño alboroto, simplemente por la estupidez de los dueños de la cámara. Esta tenía un buen rollo de imágenes. Genios, ¿No lo creen?

El sábado por la noche, o más bien el domingo por la alborada, un repugnante dolor de cabeza hizo que inmediatamente despertara de los brazos de Morfeo. Levantando mi dorso y sosteniéndome sobre mi codo, logró salir de mi un gemido de dolor. Mi cuerpo estaba bañado en sudor y mi respiración era agitada. Un remolino de nauseas estalló en mi interior. Parándome rápidamente sin importar el desnudo de mis pies, corrí hacia el cuarto de baño de mi pieza, me tendí sobre el frío vitropiso y di mi primera arcada, y con esta la expulsión. No me di cuenta de lo mucho que había desechado hasta que mi garganta comenzó a picar y a sangrar. Diablos, esto estaba mal. Mi prime opción fue llamar a mamá, pero ella seguro estaba cansada, así que me limite a  tirar de la cadena del retrete y caminar hacia mi cómoda para tomar una píldora. Se lo diría más tarde. Regresé a mi habitación y trate de conciliar el sueño. Pero Morfeo tardó en llegar.

Olvidé mencionárselo.

El lunes a primera hora en clase de física la profesora Clayton aplicó un examen sorpresa. El examen, a decir verdad, no era tan complicado, lo contrario, era muy fácil, estoy segura que algunos lo tendrían ganado. Yo sí, pero las ganas por salir de aquí , no. Así me obligué a no mover ni un solo dedo, a excepción del caso de los garabatos.

Cuando la clase se dio por terminada y todos pasaban a depositar su prueba, Clayton carraspeó al ver la mía. Y cómo si yo era la última, por lo que no dudó ni un segundo en tirar su ‘veneno’.

—    Tu examen no está acabado.

—    Sí. Tampoco está comenzado. — Tomé mi mochila y la colgué sobre mi hombro izquierdo. Trate de salir antes de que prosiguiera.

—    La tolerancia es cero. La próxima vez que lleve su pañuelo…

—    Gorro. — Corregí.

Levantó su mirada antes posada sobre las pruebas y recorrió sus gafas sobre el puente de su aristocrática nariz. Su mirada daba indicios de enfado.

—    Te mandaré una papeleta.

Salí del pequeño y sofocado laboratorio antes de que siguiera con más. Me dirigí a los vestidores para cambiarme mi ropa casual por el uniforme de deporte. Así es, me tocaba clase de doporte, ¿Qué cómo lo haré? Fácil, no lo haré.

Nunca me había gustado esta clase, la detesto. Aunque, independientemente del hecho de gustarme o no, mi actual estado de salud no me lo permite.

Punto a mi favor.

Por otra parte, el uniforme es espantoso. No lo digo por pretender ser una chica interesada por la apariencia, que claro está, no lo soy. Pero me sofoca. ¿Razón? Simple, yo no uso falda como las demás chicas. Mis obstinadas piernas se rehusaban a no usar buzo, y dejar al descubierto los morados en mi piel.

La campana sonó y con ella el entrenador Cooper silbó. Pareciera como si todos ya supieran que hacer. Como una clase de robots.

Las chicas fueron a la red para Voleyvol, y los chicos a entrenar Basquetbol. Y yo, bueno yo, me limité a sentarme en las gradas

—    Señorita, ¿Qué hace ahí? ¡Tome lugar en la red! ¡vamos! — y silvó.

Diablos, iba a protestar pero silbó de nuevo.

Me situé en la red, un tanto lejos del alcance del balón. Pero aún así, el balón llegó a mis manos. Sentí como todo se volvía en cámara lenta, chicas tratando de golpear el balón, otras saltando, otras gritando, una de ella gritó algo que no alcancé a escuchar con claridad. Me percaté que el balón venía hacia mí, hacía mi rostro, levanté mis manos formando un escudo protector instantáneo, mis manos sintieron el duro golpe del balón golpeando mis muñecas, y en un abrir y cerrar de ojos  una chica de melena rojiza se encontraba tendida en el piso.

Problemas, genial.

El resto de las chicas corrieron  hacia ella formando un pequeño círculo estropeando mi vista, y con ella el entrenador Cooper. Una parte de mí quería que aquella chica se encontrara bien, pero la otra parte sabía que no era así. Ésta no estaría bien.

—    ¡Señorita Grace! — apuntó en entrenador con el megáfono en los labios.

—    Green.

—    ¡A detención! ¡Ahora! — Silbó.

Dios, que alguien le quite el silbato. Me dirigí a los vestidores a paso lento. Cambié mi buzo por mi ropa casual, tomé mis pertenencias, y me dirigí directo a detención.

Dioses de las alumnas ‘nuevas’ y ‘marginadas’ con mala suerte, por favor, que esto no llegue a oídos de mi madre.

Punto a su favor.

Nota mental: No tocar el balón el resto de mi vida.

Al otro lado del cieloWhere stories live. Discover now