Prólogo

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Siempre que le tocaba madrugar se quejaba, cuando tenía que hacer el turno de medio día también, pero Ana estaba completamente segura de que no había nada más horrible que el turno de noche. Y era aún peor cuando le tocaba el turno del sábado y había fútbol. No solo llegaba a casa sobre las dos o tres de la mañana agotada, sino que además tenía que soportar a los típicos imbéciles que parecía que en vez de quedar para tomar algo o para cenar, quedaban para gritarle a una pantalla como si los jugadores o los entrenadores les oyeran. Muchos de ellos se dedicaban a dar consejos sobre cómo debían jugar y a quien se la tenían que pasar y Ana estaba segura de que ninguno de ellos había tocado una pelota en su vida.

No le disgustaba el fútbol, a veces era hasta entretenido de ver. Concretamente cuando los jugadores se encaraban con el árbitro y ponían las manos detrás, como diciendo 'no, si no te voy a pegar, aparto las manos para que estés tranquilo'. Pero lo que no soportaba era que personas ya creciditas le dijeran de todo a los futbolistas o a los árbitros y que casi les diera un ataque cuando su equipo perdía. No entendían que ellos no cobraban nada por pasarlo mal y que los jugadores se llevaban una buena cantidad aunque perdieran.

Por desgracia ese sábado había sido uno de esos días en los que había fútbol. Concretamente un Valencia-Barcelona y, aunque no fuera un clásico ni un derbi, la gente se alteraba igual. En ese momento estaba acabando de recoger la última mesa, que había apurado hasta el último momento y casi parecía que iban a quedarse ahí hasta la mañana siguiente, mientras Mireya limpiaba la barra entre bostezos. La otra chica llevaba todo el día allí ya que, a parte de su turno, había tenido que cubrir el de Amaia, quien había ido a ver el recital de piano de su novio y se había disculpado unas mil veces con Mireya por pedirle que la cubriera esa noche.

-Podéis iros a casa, chicas, ya cierro yo.

Su encargado era un sol y eso no lo podía negar nadie. Raoul siempre intentaba que todo el mundo estuviera bien y era el primero en ofrecerse voluntario a ayudar con lo que fuera con tal de que el resto estuviera a gusto. Era el mejor compañero que podías tener y, aunque Ana siempre intentaba echarle una mano y que no fuera él quien cargara con el peso de todo, en ese momento sentía que si no se iba a casa a dormir, su alma abandonaría su cuerpo.

-Gracias Raoul, te debo una más.

-La apuntaré en mi libreta –respondió el chico sonriendo.

Haciendo un simple gesto de cabeza se despidió de Mireya y del chico, quien no había dejado de sonreír desde que había entrado esa tarde. A veces se preguntaba si era normal tener tanta felicidad acumulada y siempre llegaba a la conclusión de que no, que solo Raoul era capaz de ser tan feliz.

Se dirigió hacia su coche bostezando sin parar. Lo único que pasaba por su mente en ese momento era meterse en la cama y no salir de allí en dos semanas. No había sido la peor noche que había tenido, de hecho ni siquiera estaba cerca del top diez de las peores experiencias trabajando en el bar y sí, tenía una libreta en la que iba apuntando esas cosas. Por supuesto las mejores noches también las apuntaba, pero le costaba muchísimo más decidir cuál merecía estar dentro de las buenas que escoger las malas.

Sin embargo esa noche se sentía peor que en cualquiera de las malas experiencias que había vivido. No entendía el motivo, podía ser que fuera debido al cansancio acumulado, a que lo único que había hecho esa noche era limpiar y servir mesas o a que una vez más había perdido la oportunidad de pasar el sábado con su novio. Podía parecer una tontería pero prácticamente no pasaba tiempo con Jadel. Vivían en la misma casa y se veían casi a diario, pero la cosa no solía pasar de un beso de buenos días o una charla a toda prisa porque alguno de los dos llegaba tarde al trabajo. A todo esto había que sumar los distintos viajes que su novio tenía que hacer por su trabajo, lo que restaba aún más tiempo. En resumen, si se veían era algún fin de semana en el que Ana no tenía que trabajar y Jadel no tenía que salir de la ciudad. Era agotador.

Besos en GuerraWhere stories live. Discover now