VI

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-Bailas...eh, bailas muy bien –sabía que lo que acababa de decir era estúpido, muy estúpido teniendo en cuenta que la chica se dedicaba a bailar para ganarse la vida, pero no había podido controlarse. El tercer chupito de whiskey había disminuido bastante la capacidad de su cerebro de filtrar lo que salía por su boca.

La rubia saludó a alguien que pasaba por detrás de ella, todo sin dejar de bailar al ritmo de la música, y se acercó a ella.

-¡No te he oído! –gritó por encima de la música.

Ana cogió su vaso con fuerza y lo apartó del camino de dos jóvenes que se habían lanzado a esa marea de gente con la firme intención de salir de allí. Se acercó a Mimi ella también y alzó la voz.

-¡He dicho que bailas muy bien!

La música había bajado de volumen y toda la gente de su alrededor estaba mirándola fijamente. Ana se sonrojó y trató de ignorar todas esas miradas y centrarse en Mimi, quien estaba sonriéndole de una forma que le provocaba sentimientos encontrados.

-No hace falta que lo grites, mujer –dijo- Y gracias.

Le guiñó un ojo y se volvió a enganchar al ritmo de la música.

¿Qué cómo había acabado de fiesta con Mimi Doblas? Bueno, era una larga historia.

No, en realidad era bastante simple.

Al parecer, después de que el martes hubiera sido capaz de subirle el ánimo, Mimi había cogido la costumbre de acercarse al bar a cada rato libre que tenía y, debido a su horario relativamente flexible, esa hora era una distinta cada vez, por lo que había ocasiones en las que Ana y ella coincidían y otras en las que no. Sin embargo la rubia había sabido sacarle provecho a las veces en las que Ana no estaba allí y había conseguido entablar una buena relación con el resto de personal, lo que no sorprendía a nadie ya que Mimi era una persona con un don de gentes espectacular.

Pues Mimi, usando esa habilidad que aparentemente tenía desde siempre, había conseguido que Amaia y Mireya quedaran encantadas con ella y ninguna desaprovechara la ocasión de pararse a hablar con la bailarina. Aunque no lo admitiera Ana estaba igual o peor que sus amigas y siempre echaba miradas de soslayo a la puerta para ver si la rubia aparecía, le sonreía de esa forma tan suya y después lanzaba unas cuantas frases con las que conseguía que la canaria se sonrojara antes de empezar a hablar de cualquier tema sin importancia. Se había habituado rápidamente a esa rutina.

Por eso, cuando Mireya, la reina de la fiesta, se acercó corriendo a la barra donde Mimi estaba sentada esperando a que Ana le lanzara alguna pullita y sugirió que aprovecharan que Raoul iba a cerrar ese fin de semana –ventajas de que el chico tuviera bastante dinero como para decidir cuándo abría o no- para salir juntas, la canaria no vio ningún motivo por el que negarse. Todo lo que le permitiera estar lejos de casa durante ese periodo que atravesaban ella y Jadel era bienvenido.

Ninguna de ellas se negó y alzándose como la persona responsable -de organizar la salida, claro está-, Mireya fue corriendo a avisar a Amaia de que no hiciera planes para ese fin de semana, que tenía que ir con ellas, a lo que la castaña accedió rápidamente. Aunque no lo pareciera, Amaia era un peligro cuando salía de fiesta.

En un principio le había parecido buena idea salir con ellas, excelente, en realidad, más que nada porque así podía estar fuera de casa aún más tiempo. La situación que se vivía en su piso era cada vez más tensa, hasta el punto en el que casi se había cortado la comunicación, sol hablaban a la hora de la cena para pedirse la sal. Ninguno de los dos estaba poniendo de su parte para que se solucionara, Ana porque estaba muy harta de ser siempre la que cedía y Jadel porque no pensaba que hubiera hecho nada mal. Obviamente con esos factores, lo único que podía pasar es que la cosa empeorara, pero Ana prefería no pensar sobre eso en ese preciso instante, no cuando estaba en medio de una discoteca y tenía a Mimi frente a ella.

Besos en GuerraWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu