XIII

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-¿Pero cuantas bolsas tienes?

-Anda, deja de quejarte y coge a Mimo.

Ana rodó los ojos. Había perdido la cuenta de veces que lo había hecho desde que habían aparcado. Pensaba que llegaría un momento en el que Mimi se cansaría de quejarse de la cantidad de cosas que tenía, pero al parecer no era así. Sin embargo, aunque no dejaba de decirle que necesitaba deshacerse de cosas y que la mitad de lo que llevaba no era útil, no había dejado de descargar cajas y bolsas. Lo más probable era que se estuviera quejando porque sí.

Le había costado un poco –unas dos semanas- pero finalmente había encontrado un piso para ella, y, aunque iba a compartirlo, siempre era mejor eso que seguir en casa de Alfred y Amaia, especialmente porque la chica no dejaba de meterse por el medio cada vez que Mimi se plantaba allí. La rubia se quejaba mucho de la necesidad que sus amigos tenían por meterse en su vida, pero las amigas de Ana no se quedaban atrás, de hecho Mireya solía interrogarla un mínimo de dos veces por día, y Raoul también intentaba sacarle algo –aunque era muy fácil deshacerse de él, solo tenía que decir algo de Agoney y el rubio desaparecía de allí completamente sonrojado.

Por lo poco que había podido hablar con quienes iba a compartir el piso, le parecían personas encantadoras. Lo cierto era que había encontrado vivienda por casualidad, había sido Mireya quien le había comentado que una conocida suya estaba en un piso con su novio y que buscaban a alguien que pudiera ocupar la habitación vacía. A ver, el piso no era de los mejores que había visto, pero se sentía muy mal si seguía plantada en casa de sus amigos como si nada, por lo que esa misma semana había ido allí a hablar con Marina y Bast para ver el lugar y hablar sobre los diferentes gastos.

-Dime por favor que el piso está en la primera planta.

Ana sonrió ante el tono de pánico de la rubia. Entendía que le llevaba a pedir eso, pero para desgracia de Mimi no era así.

El edificio era muy viejo –de hecho no lo habían sabido decir la fecha en la que lo alzaron- y no tenía ascensor. Eso no sería un problema si su piso fuera el del primero, o el del segundo, incluso el del tercero, pero no, era el del quinto. Por lo menos iba a hacer ejercicio todos los días.

-La verdad es que... no. Es el quinto.

-Muy bien, te esperaré aquí. Avísame cuando vayas a bajar –la morena la enganchó de la camiseta en cuanto se dio y la vuelta y Mimi soltó un quejido.

-No, no. Tú subes conmigo.

-Pero es un quinto piso, y hay que subir muchas cosas...

-¿Por favor?

Puso su mejor sonrisa y esperó que eso fuera suficiente para que la rubia dejara de protestar. La verdad es que Mimi no solía quejarse normalmente, pero entendía que no le hacía nada de gracia que la hubiera despertado a las siete de la mañana para que la ayudara a llevar todos sus trastos allí. Pero bueno, ayudar con mudanzas iba implícito en su papel de... lo que fuera que eran ellas.

-No te vas a salir con la tuya siempre que quieras con solo sonreír y decir por favor.

Esa era una teoría que Ana estaba dispuesta a desmontar.

-¿Por favor? –se acercó a ella y la miró con ojos suplicantes. Mimi apartó la vista rápidamente. Era consciente de que no iba a poder decirle que no a esa cara.

Por supuesto, Ana también era totalmente consciente de eso, de hecho, era una carta que había jugado ya muchas veces, cuando quiso que Mimi se quedara con ella y la acompañara en ese maratón de conciertos de Luis Miguel, o cuando le pidió que dejara entrar a Mimo a su cuarto –a pesar de que la rubia no dejaba de decir que le iba a llenar la cama de pelos- o la última, cuando le pidió que se quitara esas uñas de las que parecía que estaba enamorada. No le desagradaban, pero necesitaba que se las quitara porque eran... poco prácticas.

Besos en GuerraWhere stories live. Discover now