XVI

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-Venga, tienes que levantar el culo de la cama.

Era por lo menos la quinta vez que se lo repetía, pero no tenía ni ganas ni fuerzas para moverse de ese sitio tan cómodo que era entre las mantas y sin tener que enfrentarse al mundo real. Por supuesto no salir de las cuatro paredes de su cuarto tenía algún que otro inconveniente, el principal que Roi y Cepeda habían acampado delante de su cama y se negaban a moverse allí hasta que ella lo hiciera. ¿Era molesto tener dos pares de ojos vigilando cada movimiento que hacía? Sin duda, pero por más que les dijera que se fueran y la dejaran en paz, ahí seguían sus amigos.

-No.

-Venga, se supone que tú eres la sensata del grupo, la que nos tendría que estar diciendo a nosotros que dejáramos de hacer el imbécil ¿Cómo hemos llegado a cambiar los papeles?

-Bueno, tú sigues haciendo el imbécil sin parar, Cepeda -contestó la chica sin molestarse a abrir los ojos- Así que no puedes decir nada.

-Cepeda tiene razón -intervino Roi antes de que su amigo se enfadara por lo que había dicho Ana y, por lo tanto, le diera la razón a la chica- Te estás comportando como una cría.

-Tengo todo el derecho.

Creía completamente en eso y nadie iba a conseguir que cambiara de opinión. Le parecía indignante que Mimi estuviera pasando de ella, sobre todo cuando la que de verdad tendría que estar enfadada era ella misma. A ver, lo estaba, seguía enfadada, pero ahora ya no era por el jaleo de la cena o por la incapacidad de la rubia de definir sus relaciones con los demás, sino que era porque encima Mimi tenía la poca vergüenza de no responder a sus mensajes ni cogerle las llamadas. ¿Qué esperaba? ¿Qué se plantara en la puerta de su casa y se disculpara con ella por cómo le había explicado las cosas? Vale, era cierto que quizá había sido un poco bruta a la hora de explicarlo, podría haberlo dicho con más delicadeza, por supuesto, pero aun así, después de que la andaluza no pusiera absolutamente nada de su parte no iba a disculparse.

Pensaba que si pasaban uno o dos días, Mimi se calmaría, olvidaría el enfado y accedería, por lo menos a quedar para hablar las cosas, pero ya veía que no había sido así.

-Ana -resopló el mayor- que no coja el teléfono no es señal de nada. Todos tenemos vida fuera de ese aparato. Igual lo ha perdido o no estaba pendiente de él cuando la has llamado. No tiene que estar mirando la pantalla las veinticuatro horas del día.

-Deja de buscar excusas para defenderla. Si lo hubiera perdido seguro que habría encontrado una manera para ponerse en contacto conmigo y, si no estaba pendiente en ese momento, después habría visto las llamadas y me las habría devuelto, pero no -se incorporó y miró a sus amigos con una expresión indignada- se está comportando como una cría.

-Pues ya sois dos.

-¿Pero vosotros de parte de quien estáis?

-¿Nosotros? -se miraron entre ellos- Nosotros de parte de Marina y Bast que nos llamaron preocupados al ver que te encerraste en tu habitación todo el día y ni siquiera saliste para ir al baño.

Eso era verdad. Después de haber visto como la rubia volvía al apartamento de Ricky y darse cuenta de que lo mejor era dejar que se calmara un poco antes de hacer nada, volvió a su casa y se encerró en la habitación. Si Marina y Bast habían escuchado las maldiciones y los llantos que se oían en esa habitación el primer día, lo habían disimulado muy bien. Simplemente le habían preguntado si necesitaba algo o si le apetecía que cocinaran algo en concreto. Ella había dicho que no, que no tenía hambre y no se había movido de su posición, abrazando a un no muy alegre Mimo. También mandaba cojones que el gato tuviera ese nombre, parecía una broma de mal gusto que no le hacía nada de gracia.

Besos en GuerraKde žijí příběhy. Začni objevovat