III

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-Os odio mucho. A los dos.

Ana estaba , en contra de su voluntad, en el asiento trasero del coche de Roi, justo detrás de Cepeda, quien había decidido que lo más importante era su comodidad y tenía el asiento demasiado reclinado como para que la chica estuviera a gusto.

Se pasó todos los botones de la chaqueta y trató de poner una expresión que mostrara lo descontenta que estaba.

Ninguno de los dos chicos reaccionó ante sus palabras, o igual estaban ignorándola. Era posible. No le sorprendería en absoluto.

El sol hacía rato que había desaparecido, no se podía ver nada que no fuera la carretera iluminada por los faros del coche, pero aún seguían bastante lejos de Madrid. O por lo menos así era diez minutos antes cuando le había preguntado a Roi y, por más que lo quisiera, estaba segura de que no podían alcanzar la ciudad en diez minutos. Especialmente si Roi conducía a ochenta kilómetros por hora como hacía siempre.

Algún día debían plantearse darle un golpe seco y ponerlo en el maletero para que condujera otro, ya que desde que lo conocía nunca había dejado a nadie más conducir.

-Roi, he visto caracoles adelantarnos –dijo Cepeda frustrado, expresando lo mismo que Ana sentía.

Roi le lanzó una mirada amenazadora porque ya habían tenido la misma discusión aproximadamente unas veinte veces desde que habían subido al coche, pero el otro chico decidió ignorarlo una vez más. En lugar de eso sacó su paquete de tabaco y se encendió un cigarro más para relajarse y no gritarle a Roi que o aceleraba un poco o lo echaba de su propio coche.

-Ja, ja. Muy divertido, Cepeda, pero este es mi coche y en mi coche se respetan mis medidas de seguridad y todo eso –contestó Roi indignado, sin dejar de prestar atención a la carretera- Además, la paciencia es una virtud, ¿No te lo han dicho nunca?

Ana quería ahorcarle en ese momento. Estaba indecisa y no sabía si volver a expresar lo enfadada que estaba con ellos o seguir en silencio, solo para remarcar lo poco que aprobaba esa decisión que habían tomado los chicos de pasar el día fuera de su ciudad y volver casi de noche.

Posiblemente había sido la peor idea que habían tenido nunca, y ella lo había dicho desde el principio. ¿Por qué de repente era ella la más responsable de los tres?

Era sábado por la noche –prácticamente- un sábado que podría haber pasado en casa en compañía de su gato y comiendo pizza sin tener que preocuparse por arreglarse para salir. Pero no, por supuesto que las cosas no le iban a salir como quería. Los dos incordios a los que llamaba amigos habían decidido que pasarían el día fuera y que ella les iba a acompañar. No tenía que trabajar ese fin de semana y sus amigos habían decidido que tenía que aprovechar y pasar tiempo ellos. ¿Qué podía salir mal? Pues cualquier cosa, ya que esa escapada la organizaban Roi y Cepeda.

-No tenéis ni idea de lo que os desprecio ahora mismo –volvió a quejarse la chica ¿y por qué siguen sin prestarle atención? Podrían haber evitado tener que pasar dos horas conduciendo en plena noche si alguno de los dos genios que tenía como amigos hubiera pensado un poco, pero claro, tenían que hacer otra partida de paintball sí o sí. Idiotas.

-Ya has dicho eso antes –señaló Cepeda en tono de burla antes de tomar una calada de su cigarro.

Pues claro que lo había hecho. E iba a seguir haciéndolo todo el camino.

No entendía porque no le habían hecho caso después del quinto aviso de que estaba oscureciendo no habían prestado atención, y ahora no dejaba de pensar en que podría estar en el sofá de su casa tumbada en vez de sentada en los fríos e incómodos asientos del coche de Roi.

Besos en GuerraWhere stories live. Discover now