VIII

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Abrió los ojos lentamente y empezó a mirar alrededor un poco confusa. Parpadeó varias veces porque el lugar no le parecía familiar pero a la vez sí, y no fue hasta que miró a su lado que comprendió donde estaba. Junto a ella, todavía en un profundo estado de sueño y cubierta con la mayor parte de la manta, estaba Ana, tan perfecta como siempre. Era difícil entender cómo se podía tener unas facciones tan maravillosas y además ser una persona tan increíble como ella. Que injusto era todo. Mimi se quedó un rato más mirando a la canaria con una sonrisa estúpida.

No le importaría para nada poder ver esa imagen varias veces el resto de su vida. Puede que no fuera muy realista, pero soñar era gratis, y era lo único que tenía de momento.

Se incorporó tratando de evitar despertar a Ana –lo que fue bastante difícil, ya que la morena había decidido apoyarse por completo sobre ella- y se levantó del sofá. Lo primero que hizo fue ir a saludar a Mimo porque, aunque tuviera mucha hambre, el gato era su prioridad. Al parecer aún no se había despertado y no le hacía mucha gracia que lo molestaran cuando seguía en la cama, por lo que la rubia le dejó seguir a lo suyo y fue hacia la nevera.

Desde luego esa chica tenía que ir a comprar en algún momento, no se podía subsistir con un simple brick de leche, unos tomates, huevos y algo de queso. ¿De verdad esperaba que pudiera preparar algo decente con eso? Confiaba en que tuviera tostadas, si no iba a tener que ir a comprar el desayuno y, sinceramente, tener que salir, ir al bar más cercano y después llamar al timbre para que Ana le abriera arruinaría un poco la sorpresa del desayuno. Solo un poco.

Nunca había conseguido ser silenciosa a la hora de cocinar, pero esperaba no hacer tanto ruido como para despertar a Ana con su trajín. Pocos minutos después comprobó que no había sido así, pues la morena se asomó a la cocina con una cara de sueño que no podía disimular.

-Buenos días. Siento haberte despertado, soy bastante ruidosa en la cocina, la verdad.

Mimi no obtuvo respuesta y se giró para ver si su amiga seguía ahí. La morena estaba mirándola sin dejar de parpadear y con una expresión de incredulidad.

-Ana ¿estás bien?

-Eh... sí, sí. Buenos días –la chica se quedó un rato en silencio y Mimi continuó preparando el desayuno sin decir nada más. Cuando se giró otra vez Ana se había sentado y la miraba sonriendo y, aparentemente más despierta- Por un momento me había asustado.

-¿Y eso?

-No estoy acostumbrada a oír ruidos en mi casa, suelo estar solo yo. Bueno, Mimo también, pero él es bastante silencioso.

-Mea culpa. Mi madre siempre me dice que cuando estoy en la cocina parezco un elefante en una cacharrería –se encogió de hombros Mimi- Pero lo importante es que te he preparado el desayuno. Iba a llevártelo a la cama, bueno, al sofá, pero ya que estás aquí...

-No me gusta tomar el desayuno en la cama, o bueno, en el sofá –repitió la canaria con una sonrisa.

Mimi le sirvió el plato y se sentó en la silla frente a ella.

-¿Cómo es eso posible? Que te lleven el desayuno a la cama es maravilloso.

-No, no lo es. Solo he desayunado en mi cama cuando estaba enferma, me era imposible moverme hasta la cocina y mi madre me lo traía. Pero no me gusta. Para nada.

-Me estás decepcionando Ana Banana –Mimi negó con la cabeza al escuchar lo que le estaba diciendo- Necesito que me expliques por qué no te gusta desayunar en la cama.

Besos en GuerraTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon