Capítulo 2: Cosa del Gobierno.

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  Daniel estaba en su escritorio, con las piernas encima de la mesa mientras jugaba con su móvil al famoso "Plantas vs zombies". Sí, bastante irónico. Pero así era él, no le temía al peligro.

-¿Estás de broma? -Preguntó una voz a sus espaldas. La reconoció al instante, era su fiel compañera Margarett. Ella acababa de volver de su luna de miel, dios, cuanto la había echado de menos. Se alegraba muchísimo de que hubiese encontrado el amor, pero no podía estar separado de esa mujer. Era menos desastre cuando ella le ayudaba a sobrevivir. Era su rubia, tan imponente, que la primera vez que la vio casi se mea encima. Una de sus cosas más sobresalientes era esa nariz tan puntiaguda, pero su enorme pechonalidad la hacía hacerse notar. Respecto a eso último, Daniel pensaba que en caso de accidente de tráfico ella ya tenía airbag propio. Pero por mucho que ella tuviese, no le parecía nada atractivo. El prefería un bonito pectoral masculino.

Pero bueno, ya todos sabían sobre eso. Al principio no quería dar explicaciones sobre su vida personal a nadie. Pero al trabajar en un cuerpo de policía, ya no había secretos para nadie. Las paredes eran demasiado finas y todos eran bastante entrometidos. Pero con amor, que el adoraba a su familia. De tanto pensar en pectorales, se acordó del chico al que conoció en aquella gasolinera. Elliot, aún recordaba su nombre, y sus ojos...oh, sus benditos ojos. Pero no podía evitar pensar en que era demasiado joven para él. La sociedad y sus problemas con la edad.

-Sí, es un juego entretenido. -Dijo terminando la partida. Sonrió satisfecho al ver que había conseguido la máxima puntuación.

-¿Entretenido? Dan...estamos en una situación real. Ya hace dos días de la pandemia. No deberías tomártelo a pitorreo.

-Ya sé que es real, Marga. Pero déjame vivir de los sueños y pensar que todo acabará pronto. Qué todos juntos podremos arreglarlo y volver a nuestras vidas de siempre. - Soltó el móvil sobre la mesa y le dedicó una de sus mágicas sonrisas, de esas que le quitarían el aliento a cualquiera.

-Estamos haciendo todo lo posible para que esto acabe. La pandemia comenzó en el Hospital Laurence, tienen en cuarentena al paciente cero. Una mujer de cuarenta y tres años, africana.

-¿Qué harán con ella entonces? - Preguntó Daniel, mostrando un poco más de interés en el tema. No es que antes le pareciese aburrido, pero ya estaba cansado de ver muerte y destrucción, ya era hora de que llegase un poco de calma.

-Están buscando alguna forma de crear una cura. Pero por lo visto....aún no han conseguido nada. Aunque claro, es pronto para diagnosticar la situación. ¿No crees? En este país hay unos médicos impresionantes, podrán con ello.

-¿Y cómo va la población? - Preguntó ordenando un poco el papeleo que había encima de su mesa. Era un completo desastre respecto al tema de los informes. Margarett siempre lo ayudaba a terminarlos en el último momento, gracias a ella, había evitado numerosos despidos que no le convenían.

-Han muerto muchísimas personas en la ciudad y la otra mitad está huyendo creyendo que estarán a salvo en otros sitios....-El rostro se le ensombreció. Y parte de su dorado pelo, le tapó la cara.

-¿Es que acaso no lo están? - Dan ya comenzaba a ponerse nervioso. La situación se estaba poniendo cada vez más difícil y complicada. Antes había muy poca gente infectada y eran fáciles de controlar. Ahora había miles de personas que portaban ese poderoso virus y lo peor de todo, es que eran mucho más agresivas.

-Las dos ciudades más cercanas a esta están comenzando a infectarse también a gran velocidad. Y piensa, todos los que huyen....llevan el virus tras sus pasos. Esto se nos está yendo de las manos.

-¿Tan grave es la situación? Pensé que podrían contenerla....

-Así es. - Dijo la mujer acariciando sus delgadas manos con aire preocupado. Su marido no había vuelto desde que había comenzado toda aquella locura. Lo único que hacía durante todo el día, era darle vueltas a la alianza, una y otra vez.

-Tranquila, Marga. - Le puso la mano en el hombro, tratando de consolarla. - Robert vendrá pronto y estará sano y salvo. Estoy seguro de ello....

-¿Tú crees? – Preguntó, con un ápice de esperanza brillando en sus dos ojos tan azules. Sí, era como poder ver las cristalinas aguas del mar cuando la mirabas. Transmitía calma, paz, sosiego....

-Por supuesto que lo creo, pronto acabaremos con esta pesadilla y volveremos con nuestras familias y amigos. -Dijo, aunque al hacerlo, realmente pensó si acabarían con aquello tan rápido como quería.

- ¿Tú has vuelto a ver a tu hermano? – Preguntó ella, aun sabiendo la respuesta. Ella siempre quiso saber por qué Daniel tenía ese rencor tan profundo hacía su hermano, pero siempre que comenzaba el tema, el la esquivaba y cambiaba la marcha de la conversación rápidamente.

-No, ni lo quiero volver a ver. No quiero saber nada de ese hijo de perra. -Gruñó, odiaba a su hermano por encima de todas las cosas. Algo que Margarett jamás podría entender. Ella siempre le daba la brasa con que no podría odiar a un ser querido, pero el tenía sus propias expectativas.

-Sabes que aún estoy esperando a que me lo cuentes, algún día debes hacerlo. ¡Me lo debes! Tú sabes hasta los problemas matrimoniales que tenía en mi casa. -Sonríe, se lo estaba reprochando medio en broma, pero en realidad Daniel había sido para ella un gran paño de lágrimas.

-Sí, algún día....-Lo decía por decir, como se suele hacer en estos casos, pero no tenía ganas de ir contándole su pasado a los demás. Ni si quiera a su mejor amiga.

El jefe Cox interrumpió la conversación entrando en la oficina con paso decidido. Tenía el pelo lleno de canas y el uniforme se le estaba empezando a llenar con una gran barriga. Pero a pesar de todo, seguía estando en muy buena forma. O al menos, eso pensaban sus hombres, que disfrutaban mucho viéndole hacer sus ejercicios rutinarios por la mañana.

-Hola, chicos, buenos días. Dijo con voz serena, pero lo cierto, es que sus ojos mostraban cierto nerviosismo. Los dos se irguieron en sus asientos, con la espalda muy pegada a la silla metálica. – Tenemos malas noticias.

"¿Más?"- Pensó Daniel.

-¿De qué se trata? -Quiso saber. - ¿Qué es lo que está pasando ahí fuera, jefe?

-Es la base militar 013. Fue invadida esta pasada madrugada. Todos los soldados y doctores que estaban allí trabajando, se han infectado.... – Iba a seguir hablando, pero decidió parar al ver el rostro sorprendido de los dos.

-¿¡Qué...!? ¿Han caído todos? P-pero eso no puede ser....debe haber algún error. – Daniel miró a su compañera, que parecía igual de asustada y preocupada que el. Cuando ella entraba en pánico, le salían dos arrugas en la frente, cuando fruncía el ceño.

-Todos....-Repitió Cox, suspirando. – Por eso quiero enviar allí un grupo de hombres y vosotros iréis al mando. Sois los agentes más cualificados en los que puedo confiar.- Razón no le faltaba, ellos habían recorrido las calles de Detroit innumerables veces, salvando la población de todo tipo de malhechores y accidentes. Como aquella vez en el casino de Greektown. Siempre estaban ocupados con los crímenes de la ciudad, ya que a menudo, Detroit fue incluida en las estadísticas del crimen del FBI como la "ciudad más peligrosa de Estados Unidos".

-¿Pretende que nos metamos en esa orgía de sangre, vísceras e infección? Jefazo, sabe que siempre he respetado sus órdenes al pie de la letra y nunca he dicho palabra, pero esto me parece una verdadera locura.... -Dijo, alzándose en su silla, nervioso.

-¿Eres mi subordinado, verdad, Daniel? -Esta vez, su tono fue severo. Lo conocía de sobra, desde que entró en el cuerpo y cuando usaba ese tono....es que no pensaba cambiar de idea. Maldita puta cabra.

-S-sí, señor....

-Pues confía en mí. ¿Lo harás? Sé de sobra que podréis con la situación. Es sólo un reconocimiento por la zona, nada peligroso. ¡Vamos, sabes que habéis hecho cosas peores! ¿Recuerdas cuando te pasaste dos días enteros sobre una bomba, sin poder levantar si quiera los pies? ¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas lo nervioso que estabas, sin poder mover un músculo?

-Lo recuerdo, señor. Sí que lo recuerdo. -Como para olvidarlo. No todos los días se tienen esas experiencias tan cercanas a la muerte.

Sólo son unos infectados en una base, con que averigüéis si queda alguien vivo, me es suficiente. -Los miró detenidamente. -Si supiera que es peligroso, no os dejaría ir, ya lo sabes. Para mi, vuestra seguridad es lo primero.

Daniel suspiró y se pasó la mano por el pelo, sabiendo que no pecaba de ignorancia al darse cuenta que no tenía más remedio. Si no fuese por ese hombre, aún estaría en la calle, repartiendo propaganda de día y pizzas de noche.

- ¿Cuándo salimos? -Quiso saber Margarett. Qué determinada era, y cuanta envidia le daba eso.

-Pensándolo bien, querida...-Dijo Cox. – Creo que ellos pueden apañárselas solos. Te voy a necesitar para otro propósito.

- ¿Quiénes vamos? -Preguntó Daniel, alzando una ceja, esperando una respuesta.

-Andy, Tyler, Mya, Bruce y tú.

-Entonces está decidido...-Volvió a decir Daniel. - Iremos.









Elliot se despertó lentamente, sintiendo bajo su fina camiseta las frías solerías en las que se encontraba tumbado. Aún estaban manchadas de sangre, aunque estaba comenzando a secarse, dándole un tono más oscuro. Consiguió levantarse, sin embargo, volvió a tambalearse cuando se vio la turbadora herida que tenía en el brazo. Pasó sus dedos por ella, ensimismado y luego, acto seguido, se llevó ambas manos a la cara, palpándola. Quería comprobar si se había transformado en uno de esos monstruos fétidos. El alivio fue tan grande al comprobar que tenía su cara intacta, que soltó una pequeña exhalación.¿Cómo era posible que siguiese siendo humano? Le habían mordido nada más y nada menos que dos veces. En el mismo brazo. ¿Por qué el no se había transformado en zombie? Todos los que morían se acaban despertando de nuevo, alzando sus brazos podridos hacia delante, anhelando carne humana. Pero el seguía allí, vivo. Todo estaba en su sitio....

Estaba vivo.

Sintió un dolor puntiagudo en la sien. Era como si un martillo le golpeara el cráneo sin compasión alguna.

-J-joder....- Se quedó agazapado, esperando a ver si el dolor desaparecía. Pero no lo hizo, parecía haberse quedado instalado en lo más profundo de su cabeza. Le resultó familiar a aquella vez cuando tuvo resaca, después de Año Nuevo.

Comenzó a pasear por la habitación, con lentitud. Como si pensase que cualquier movimiento brusco podría destruirlo todo. Vio a Annie, la mujer que le había mordido hace...¿cuánto tiempo había estado inconsciente? ¿Minutos? ¿Horas? Se fijó en ella y divisó que estaba sentada con la espalda apoyada en la pared, con una gran bala clavada en la frente, justo en el centro de los ojos. ¿Alguien había estado allí? Alguien la había devuelto a su estado original, de eso estaba seguro. Se dirigió a la cocina con paso temeroso, por si ese alguien aún seguía pululando por la casa a sus anchas. Y peor aún, con un arma. ¿Y si le disparaba al verlo? ¿Y si no distinguía entre muerto y persona? Dios, odiaba ese maldito dolor de cabeza.

Asomó su cabeza por el marco de la puerta, pero se calmó al ver que allí no había nadie. Quizá vio que ya no había nada más en la casa y se fue. ¿Por qué no? Joder, debía pensar en positivo si no quería que todo se le echase encima. Cogió una de las servilletas que encontró en la cocina y se la puso encima a Annie, para que el menos, pudiese descansar con algo de dignidad. Cayó en la cuenta, de que su ropa estaba impregnada de sangre, hasta sus zapatillas se habían salpicado.

No la temas, es sólo sangre. No pienses en ello.

Lo que no podía evitar, era el hedor que lo seguía a todas partes y que provenía de el mismo. Así que buscó en todos los armarios de la casa, a ver si encontraba algo que pudiese servirle. ¿Dónde estaría el bueno de Arthur? Se preguntó al entrar en la habitación de matrimonio. En la casa no estaba, eso era seguro, no había visto su cadáver por allí.

En su armario, encontró una camiseta sin mangas, de color gris y unos pantalones cortos, de camuflaje. Se sorprendió al mirarse en el espejo y ver lo bien que le quedaban. Lo siguiente que hizo fue lavarse la sangre reseca de las manos y la cara, estaba asqueado ya de ver tanta sangre. Tanta.

Debía calmarse, perdiendo los nervios no iba a conseguir nada. Sólo llamar la atención y eso no entraba en sus planes. Lo cierto era, que tampoco tenía planes. Salió al portal de la casa y miró al exuberante cielo. Todo estaba muy oscuro, de un tono gris azulado. ¿Estaba nublado? No, seguía habiendo humo. Ascendiendo hacia arriba, colándose en las casas. De entre las nubes de ceniza, salieron dos aviones, pero cuando se acercaron más, pudo comprobar que eran dos cazas de color pardo. Alzó los brazos y dio un grito.

-¡Eh, aquí! ¡Ayuda, por favor! -Se sintió estúpido por gritar a unos aviones, era similar a tirarles piedras. Pero aún así, no perdió nada por intentarlo. Pero los aviones militares siguieron su camino, como si tal cosa, sin ni si quiera reparar en él. Se había quedado solo. Solo de nuevo.









Daniel se puso el uniforme con rapidez, comprobó que todas sus armas estaban bien cargadas. Cogió el paquete de tabaco y lo miró. Siempre hacía lo mismo, sacaba uno de los cigarros, se lo metía en la boca, pero ahí lo dejaba. Nunca llegaba a encenderlo.

-¿Has vuelto a jugar con tu viejo amigo? -Preguntó una voz risueña, llena de energía. Era Bruce, el chico más joven de todo el cuartel. Era de ese tipo de persona en el que se sabía que se podía confiar, aún sin conocerlo del todo.

-No, no he vuelto a hacerlo.- Terminó la frase, cerrando la taquilla.

-¿Entonces? ¿Por qué tienes un cigarro en los labios?

-Es pura filosofía, querido compañero.- Se giró para poder mirarlo. Aquel día parecía más niño que nunca, lo cual, le dio ternura.

-¿Eh, qué dices? ¿Has vuelto a leer esa mierda de libro sobre filosofía? Pero si esa es la asignatura que todo el mundo suspende por puro aburrimiento.

-No te pases ni un pelo, Bruce. -Su mirada era seria, pero después sonrió.- Me gusta ver que dentro de los libros aún hay esperanzas.

-¿Crees que nuestro mundo está perdido, o qué?

-La mayor parte de la población ha sido exterminada. Y la cosa sigue avanzando a un ritmo alarmante. No creo que se pueda hacer mucho más...

-Eres un viejales pesimista, Dan. Yo si que pienso que esto se arreglará. Daniel, cuéntame eso del cigarro, anda, que ya me has dejado con la intriga.

-Pues es muy sencillo. Me gusta jugar con la muerte. Me pongo el arma sobre los labios, pero no le doy el poder de hacerme daño.

-Guau...eso es muy profundo, tío. -Se puso un dedo en la barbilla, con actitud pensativa. Daba el pego de haberlo entendido.

-¿Tienes miedo, Bruce? -La pregunta fue tan repentina, que el muchacho dudó durante varios segundos, sin saber bien qué responder.

-S-sí, un poco...-Se sentó en uno de los banquillos. Su expresión había cambiado totalmente. Su energía deslumbrante se había transformado en una amalgama de sentimientos abrumadores.

-Es lógico. Yo también lo estoy. -Le puso la mano en el hombro, a modo de apoyo.

-¿Has realizado muchas expediciones? -Preguntó el más joven, con curiosidad.

-Las expediciones han sido una gran parte de mi vida, si te soy sincero. Pero nunca he tenido que vérmelas con esas cosas...-Tras decir eso, un espeluznante escalofrío recorrió todo su cuerpo.

-He oído que si te muerden o te arañan....te conviertes en uno de ellos.

A Daniel se le cambió la cara casi de inmediato, aquello le había recordado a Daryl. Su amado Daryl...

Recordó el último día que habían pasado juntos, jamás olvidaría cuanto amaba a ese pelirrojo sin escrúpulos. Un torbellino amoroso que había vuelto toda su vida del revés. Se permitió cerrar los ojos y empezar a recordar.





Aquel día de verano en la playa, el sol doraba sus fornidos cuerpos y una suave brisa agradable los envolvía. Daryl abrazó a Daniel por la espalda y le dio un tierno beso en los labios. De esos que siempre te dejan ganas de más.

-¿Sabes que te quiero? -Preguntó el chico, con una perfecta sonrisa, recordaba esa hilera de dientes blancos.

-Lo sé bien. -La sonrisa que se le dibujó en el rostro, sólo aparecía ante su presencia. Como una bella flor que sólo florecía cuando llegaba la primavera.- Yo también te quiero.

-Voy un rato al agua, ¿vienes?

-Ahora después voy, quiero tomar un poco más el sol. Cuando vuelva a la comisaría, voy a ser la envidia de todos.

-Vale, pero no tardes.- Su sonrisa desprendía picardía, mientras que guiñaba un ojo.

Daryl se acercó corriendo a la orilla y se tiró de cabeza. Aquello hizo que el agua se llenase de pequeñas hondas, rompiendo así su perfecta armonía. Daniel cerró los ojos, estar con aquel hombre le había dado la felicidad que nunca antes había podido tener. Tenía que saborear ese precioso momento todo lo que pudiese. Cuando volvió a abrirlos, el corazón le dio un vuelco al ver ese tremendo chapoteo en el agua. ¡¡Daryl!!

Saltó de la toalla con habilidad y corrió hacia el agua. Al llegar, pudo comprobar que no era su novio el que se estaba ahogando, Daryl trataba de ayudar a otro hombre que estaba adquiriendo un tono cada vez más amoratado.

-¡Dan, no puede respirar! ¡Ayúdame a sacarlo, corre! -Tiraba del hombre con fuerza para que su cabeza no se hundiera. Cada vez que pasaba eso, un gran torrente de agua entraba en su cuerpo con violencia. Daniel también se dispueso a ayudar de inmediato, pero paró en seco al ver los ojos de ese hombre. Eran de un blanco viscoso y espeso, no tenía pupilas.

-¡Qué coño! -Fue lo único que pudo chillar al ver que el hombre abría sus humedecidas fauces para morder a su novio.- ¿¡Qué coño se cree que está haciendo!?

El extraño hacía caso omiso de sus palabras y de un simple manotazo, derribó a Daryl. Daniel trataba de detenerlo. ¡Se suponía que le estaban salvando! Pero el cuerpo se le quedó anclado a la arena cuando pudo ver que el desconocido mordía el vientre de su chico, desgarrando así toda la carne y musculatura de la zona. Comenzó a sacarle las tripas, tiñendo el agua de un rojo brillante. El ser rugía estrepitosamente, eufórico, hambriento.

-¡No, D-Daryl...joder! -No podía asimilar lo que estaba viendo, pero el resto del mundo dejó de existir para él en aquella fracción de segundo. No escuchó al resto de personas que gritaban y pedían ayuda. Lo único que podía oír era el ruido que hacía la carne cruda al ser masticada y por encima de eso, los gritos enloquecidos de Daryl, que se removía inútilmente, en sus últimos segundos de vida. La mente se le nubló al verse sumergido en unas aguas rojizas, como si el mar siempre hubiese tenido aquel color perturbador. Lo siguiente que recordaba de aquel día, era a sus compañeros sacándolo del agua a rastras, recordaba como lo envolvieron en una manta y de como le decían que lo sentían, pero que Daryl no había podido sobrevivir, que lo habían devorado por completo.





-¿Tierra llamando a Dan?- Preguntó Bruce, pasándole una mano por la cara, para ver si así volvía a estar consciente.

-Esto...er...sí, perdona. -Pestañeó varias veces, saliendo de su ensoñación grotesca.

-¿En qué pensabas, tío? Por un momento, creí que te había perdido.

-Estaba pensando en el infierno.- Eso fue lo último que dijo, cuando el Coronel Cox entró por la puerta.

-¿Están listos, caballeros?

-¡Sí!- Gritó Bruce con entusiasmo.- Por cierto, Coronel...

-¿Sí, agente?

-¿Se sabe ya por qué las personas se convierten en esos horribles monstruos?

-No, hijo. Esa información está restringida para todos nosotros.

-¿Y eso por qué?



-Debe ser cosa del Gobierno.  

El último bocado.Where stories live. Discover now