Capítulo 10: Libertad

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  Una pobre alma, desgastada por la supervivencia, pedía a gritos ser salvada. Llevaba interminables horas allí encerrado en esa minúscula celda que había perdido el norte de su sensatez, ya no tenía nada claro, en absoluto. ¿Quizá habrían pasado ya días? Tampoco estaba seguro. Sólo conocía a su tenebroso captor, ese granjero chalado que lo había estado torturando sin descanso, lo más seguro, es que día y noche. Aunque ahora sí sabía que era de día, pues algunos efímeros rayos de sol se filtraban entre los gruesos barrotes de acero.

Le pitaban los oídos y al meter uno de sus dedos en su dolorida oreja, se empaparon inmediatamente de sangre. No lo veía, realmente no veía nada. Pero lo supo. Era su sangre. Y parecía fresca, reciente. El ansía por comer lo envolvía, aprisionándolo, como si fuesen raíces que nacían desde el mismo suelo, que lo arrastraban hasta la más mísera de las muertes. Él siempre había reflexionado mucho sobre la muerte, incluso había elegido ya el modo en el que quería despedirse de la vida, pero ya todo había cambiado. Eso de morir dormido ya se le antojaba lejano. Muy, muy, lejano.

Morir de hambre era horrible, agonizante. El cuerpo humano no es una máquina que deja de funcionar cuando escasea el combustible, sigue buscando alimento,de cualquier parte, incluso dónde no los hay. Es un buen mecanismo de defensa, así ha sobrevivido la especie humana durante miles de años, para así dar tiempo a conseguir los nutrientes reales. Se sentía debilitado y sentía una gran presión en el estómago, le dolía, pedía alimento a gritos. Lo último que se había llevado a la boca, había sido un pedazo de su propia hez, pero no le había aguantado mucho dentro del cuerpo, pues lo había expulsado de nuevo, con repulsión.

Dormitaba en el rincón de la celda, empapado en sus propios orines y demás secreciones. Añoraba tener puesta una muda de ropa limpia. Cuando ya casi había cogido el sueño, la rendija de la puerta se abrió, con un silbante chirrido, que lo trajo de vuelta al mundo real.

-Buenos días, hijo mío. ¿Has recapacitado? ¿Has pensado mejor en lo que hablamos anoche? Dijiste muchas malas palabras y cosas que me ofendieron enormemente. He supuesto que tendrías hambre, al zoquete de mi hijo se le olvidó darte la comida que yo mismo preparé para ti con todo mi amor, menudo trozo de mierda. ¿Sabes? Hace un día estupendo, es un día fresco, limpio y el viento juega a nuestro favor, se lleva el hedor a otra parte.- Inspiró, llenando de aire sus pasados pulmones, hasta que se oyó un silbido, era el típico silbido de viejo fumador, lo conocía bien.- Eso me alegra el corazón, ¿a ti no? Vaya, hoy estás menos hablador.

-P-por favor...-Los labios estaban resecos y se agrietaban con el movimiento.- Y-ya está bien...no puedo soportar más tortura, n-no, no....

-¿Aceptas ser juzgado? Dios te quiere ya entre sus brazos, hijo mío.

-E-eres consciente d-de que tu puta cabeza no está bien...¿no? Tanta religión te fríe el cerebro y el poder de la situación te supera, amigo.

El misterioso captor caminaba a buen paso alrededor de la celda, no le veía, pero oía sus pisadas, suaves y uniformes. Hacia tiempo que la zona estaba libre de espectros, así que supuso que su querido anfitrión, el chalado, se había dedicado a librarse de ellos. Hacía mucho que esos seres sin cerebro no se acercaban a la granja. ¿Por qué motivo? Después de haber devorado a los caballos y a las vacas, habían perdido el interés por el lugar. Aunque apostaba a que aún había más, nunca se acababan, parecían malditamente infinitos.

-Entraste en mi propiedad sin ser invitado...-Cerró los puños, con una furia que crecía en su interior y bombeaba por todos los rincones de su escuálido cuerpo. La falta de alimento no le sentaba demasiado bien a nadie.

-¡Me raptaste tú, yo salía de mi casa! Ves las cosas como quieres, loco, que estás loco. Necesitas ayuda urgente.

-¿Entonces no reconoces esto como una ayuda?

-¡No, pirado! Llevas no se cuanto tiempo torturándome...¿por qué?

-¿Es qué no sabes nada, chico? Debería leerte mi parte preferida de la Sagrada Biblia. Iré a por ella, no te muevas de aquí. -Tras oír su propia gracieta comenzó a reírse de manera estridente, despreocupado. Volvió en pocos minutos, sin darle a su preso ni un solo respiro. No le había dado tiempo ni a cambiarse de posición, todos sus músculos se encontraban entumecidos, paralizados.

-Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor, ni te ofendas por sus reprensiones.- Miraba las páginas amarillentas embelesado, como si se tratase de un niño que admira su maravilloso juegue nuevo recién comprado.- Todos los que han pecado sin conocer la ley, también perecerán sin la ley; y todos los que han pecado conociendo la ley, por la ley serán juzgados.

-Vete a la mierda, puto loco de los cojones...-Escupió las palabras con todo el oído que fue capaz, pero no consiguió lo que esperaba, ya que su religioso captor estaba con la nariz metida entre las páginas de la desgastada Biblia. Pasaba las hojas con rapidez, pero sin pasarse nada importante, buscando lo que deseaba.

-Dime todo lo que quieras, a palabras necias, oídos sordos.- Sonrió, mostrando sus amarillentos y podridos dientes, además de torcidos, no le faltaba ninguno, pero estaban impresentables.- Mientras estés así, no vas a salir. ¿No era eso lo qué querías? ¿Salir? No entiendo a los jóvenes de hoy día...-Se dio la vuelta, sin mirarlo si quiera.

-¿Por qué eres tú el que debe juzgar? -Se sorprendió a sí mismo formulando aquella pregunta. Pero quería saber como se le habían metido todas esas ideas en la cabeza, ese hombre debía estar en plena confusión, debía ser eso, sí. No había otra explicación.

-Buena pregunta, estaba deseando que me lo preguntaras...-Entornó los ojos, con gesto soñador.- Yo soy el Elegido, el soldado del Señor. Él me ha encomendado esta misión. ¡A mi!

-¿Por qué, eh? ¿Qué tienes tú de especial? Porque yo sólo creo que eres un chalado.

-¡Retira esa blasfemia, rata de cloaca! -No se esperaba ese grito, así que se sobresaltó. ¿A qué olía su aliento? No pudo identificarlo a la primera, pero se le revolvió el estómago de nuevo y se reprimió las ganas de vomitar su insignificante comida, si es que se le podía llamar así.

-No voy a retirar nada, si vas a matarme, hazlo ya. O si no...-Se acercó todo lo que pudo a los barrotes de su diminuta jaula y lo agarró con toda la fuerza que fue capaz de reunir, haciendo que sus dedos se pusiesen blancos por el esfuerzo. Había conseguido ponerlo nervioso, era lo que quería. Poco a poco, se lo estaba llevando a su terreno y ya estaba andando sobre arenas movedizas.- Me transformaré en uno de esos bichos y te arrancaré cada centímetro de piel de tu cuerpo. ¿Qué me dices, eh? Seguro que estás más sabroso que ese potingue que me estás dando. -Ahora que lo tenía agarrado, pudo ver al hombre. No era más que un anciano con cuatro pelos escabrosos en su huesuda cabeza, de nariz puntiaguda y orejas aireadas. ¿Ese cretino le había hecho algo así? También se dio cuenta de que llevaba la misma sotana desde la última vez que lo vio. Lo soltó, con repugnancia.

-¡Estás encerrado, impío! Y como salgas de aquí, te echaré con los espectros que tengo en el granero. Ellos no hablan mucho, pero pueden ofrecer muchísima compañía. ¡A mi me alegran las tardes!

-¿Ves como eres un chalado? ¡Vives con gente muerta! ¡Ellos ya no te escuchan! ¡Estás solo, joder!

-Pero ahora estás tú. ¿No es bonito? El destino te ha traído hasta mi, por eso quiero que vivas. Tú ya has sobrevivido a todo este caos impuesto por nuestro Señor, debes ser de los buenos, sí, sí. De los buenos...-Eso último, fue casi un susurro.

-¿Quieres saber como he sobrevivido y los demás no?

-¿Perdón? -Levantó sus sorprendidos ojos de la Biblia y se quedó mirando al hombre. Los ojos claros de este le devolvieron la mirada también, con firmeza, sin pestañear. ¿Qué había cambiado? Ya no parecía un preso asustado, estaba recobrando su confianza.

-te voy a contar mi secreto de supervivencia, ven, vamos...acércate un poco, que desde aquí dentro apenas puedo verte.

El religioso hombre cerró el libro y lo dejó en una de las mesas de madera que había en la entrada. John Morgan le hacía señas para que se acercara más y cuando lo tuvo frente a frente, agarró al hombrecillo del cuello de la sotana y lo pegó a los barrotes, haciendo que chocase violentamente contra ellos. Le resultó sorprendente de lo poco que pesaba y lo fácil que resultaría manejarle.

-¿¡Q-qué haces...!?- Graznó con la cabeza pegada a los barrotes.- ¡Suéltame ahora mismo o la ira divina caerá sobre ti!

-¿Qué ira ni que ira? -Su voz retumbó por todos los recovecos de la estancia.- ¿¡No querías saber como he sobrevivido, viejo carcamal!?

-M-me estás asfixiando....vas a pagar por esto....-Se le cerró el grifo de las palabras al sentir las frías manos del hombre en su frágil y delgado cuello.

-Y más que te vas a asfixiar. Como no me saques de aquí ahora mismo, te saco los ojos y me hago un tirachinas con ellos. ¿Te ha quedado claro, o te lo tengo que volver a explicar?

Los nervios comenzaron a surgir en las entrañas del anciano. Las manos y las piernas le temblaban y el hombre que lo agarraba ya no parecía ese mismo animalillo enjaulado de hace unos minutos. ¿Se habría equivocado? ¿Había fallado en su misión? No. Eso no podía ser posible. Él era el Elegido. Debía ser más fuerte que aquel obstáculo que se le había colocado encima.

-¡¡Ayuda!! ¡Socorro! -Gritaba, sintiendo como las cuerdas vocales se le cerraban, debido a la presión que estaba ejerciendo.

-¿Qué? ¿Cómo? Quizá esté escuchando lo que no es, pero...¿De verdad estás pidiendo ayuda? ¿Tú? ¿Quién me ha tenido aquí tanto tiempo encerrado? ¿Entre mi propia mierda? Ahora vamos a hacer las cosas a mi manera, gilipollas.- Apretó aún más al hombrecillo contra los barrotes, hasta tal punto de que se le marcaban en la piel, dejándole numerosas marcas verticales en la cara.

-¡Arderás en el infierno, hereje! ¡Infiel! -Un hilo de saliva espesa le recorría el mentón y también...¿aquello era sangre? Si apenas había tocado a ese psicótico anciano.

-¡Culpa tuya por encerrar a un tipo como yo! ¿No sabes quién soy yo, verdad? ¡Te voy a arrancar la cabeza del pescuezo!

-N-no serás capaz...-Su respiración cada vez sonaba peor, se estaba ahogando. Parecía como si Darth Vader se hubiese echado a fumar y estuviese sobrellevando sus últimos segundos de vida.

-¿Tan seguro estás de eso? Porque yo creo que le he dado la vuelta a la situación. Te voy a matar y hasta que no lo estés, no podré irme tranquilo. Me encanta ver el último suspiro de las personas, no eres el primero...

-¡N-no me mates...! ¿Podemos volver atrás...? P-parece que hemos empezado con mal pie...-Sí, ahí estaban las palabras que todos soltaban para salvar su mísera existencia. Las había oído numerosas veces, y cada vez le satisfacían más.

-Mira, no me jodas. ¿De acuerdo? -Con un fuerte golpe, asió la sotana del anciano y lo estampó contra los barrotes, la nariz se le había quedado colgando de su sitio, parecía haberse roto en varios fragmentos.- Ábreme la puta puerta o te juro que te haré picadillo. ¿Quieres eso, eh? ¿Quieres que te haga pedazos esta mohína cara que tienes?

-N-no, por favor...-No habló el, si no su miedo. Y su voz sonaba amortiguada, debido al desprendimiento del tabique, pero aún se le podía entender lo suficiente.

-¡Pues venga, ya estás tardando! ¡Quiero que lo hagas ya! -Exclamó, apartándose hacia el fondo de la jaula, mientras observaba al anciano, que con una mano se tapaba la abundante hemorragia y con la otra, buscaba apresuradamente la llave que lo soltaría de su sufrimiento, la que lo liberaría al fin.

En cuanto salió de allí y puso un pie fuera, agarró a su captor y apresó su cuello entre sus brazos, apretando con ansias, hasta que escuchó un crujido helador. Pensó en deshacerse del cuerpo, pero...no, no lo haría. Se le había ocurrido algo mejor, una vía de escape. Podría servirle más adelante.

-¿Quién es el amo ahora, eh? -Soltó un grito de júbilo, le gustaba aquella sensación, la sensación de quitarle la vida a alguien que se lo merecía, que se lo había ganado a pulso.

Antes del Apocalipsis, había sido una mala persona, no había llevado una buena vida y pagaba sus frustraciones internas con personas que no se lo merecían, personas inocentes. Si de algo estaba seguro, es que al estar cautivo tanto tiempo, era que tuvo mucho espacio para pensar. Y había llegado a una clara conclusión. El Apocalipsis era lo mejor que le había pasado, ya no ansiaba matar por placer o diversión, ahora era el Ángel de la Deuda, pondría a descansar a todos aquellos que se lo mereciesen, como ese patético cura.

Su mentalidad ya no era la misma, no buscaba el dolor ajeno, buscaba poner fin a la vida de ese tipo de personas. Pero...¿cambiar ahora, podría enmendar los errores cometidos del pasado? No lo creía, no quería el perdón, quería la aceptación. Y ahora seguiría con su vida, saldría de aquella pocilga y pondría un rumbo nuevo. Aunque no conocía su ubicación, pensó en salir a la intemperie, deseaba caminar, correr, saltar, mover las piernas, que no paraban de protestar con cada paso.

-Supongo que ya está todo bien...-Habló en voz alta, para sí mismo.- Joder...estoy demasiado desnutrido. He estado en trance, en un infierno, pero debo estar fuerte para poder superarlo. No os preocupéis, pequeños.- Hablaba hacia un público imaginario.- Estaré a salvo en esta casa hoy, mientras me repongo. ¡Voy a estar de puta madre! -Sollozó, pero esta vez de alivio y esperanza.

Se comió toda la comida que había en la granja en menos de quince minutos. Sus ojos ahora resplandecían, intensos, bajo el sol de la mañana y lo único que se oía era el ruido estruendoso de sus dientes al masticar todo tipo de alimentos. Miraba de reojo el minúsculo y ridículo cuerpo que tenía entre sus manos. Lo dejó apoyado en el marco de la puerta mientras se quitaba toda la sangre que llevaba encima, con la ropa ya más no se podría hacer, ya encontraría algo más fuera. Una vez aseado y limpio, se hizo con el inmóvil cura y subió al antiguo tejado de la casa. Vio el granero y un garaje, donde había aparcada una destartalada furgoneta y se le ocurrió una gran idea, la primera de sus mejores ideas. Se había marcado un objetivo supremo, estaba en realidad muy cerca de poder irse. Sonrió y asintió con la cabeza, era una leve sonrisa torcida y levantó sus brazos, dejando que el viento lo azotase sin escrúpulos.

Con los ojos vidriosos debido a la emoción, pensó en muchas cosas. Se fue hacia la parte trasera del tejado y miró hacía abajo. Lo que pensaba, había varios caminantes tratando de acceder a la casa desde allí, para eso se había traído el cuerpo del padre. Lo levantó en volandas y lo lanzó con fuerza hacia abajo. Cayó al suelo estrepitosamente y llamó la atención de los muertos, que esperaban por fin algo de acción. Se asomó, curioso, admirando la escena. Sintió la misma satisfacción que cuando hacía el amor y pensó en todas las chicas con las que se había acostado, buenos tiempos. La sensación también le resultó parecida a cuando comía y bebía hasta hartarse, puro gozo.

Dejó que el sol le diera en la cara y cerró los ojos, disfrutando, sintiendo. Y se imaginó a sí mismo respirando de nuevo el aire limpio, saliendo a pasear, sintiendo el agua fría sobre su piel desnuda y musculosa, quejándose del calor en verano y del frío en invierno, vamos, lo que hacían todos. Y esos pensamientos...lo llenaron de una alegría inmensa. Su día comenzaba de fábula y eso que no había hecho más que empezar.

Hacerle un puente a la furgoneta no le resultó nada complicado. ¿Cuántas veces lo habría hecho ya, viente, más de treinta? Estaba orgulloso de sus grandes dones y este era uno de ellos, sin duda. Estuvo más de media hora en la carretera y no vio nada más que árboles, bosques frondosos y un solitario y recto camino polvoriento, lleno de piedrecitas que lo hacían botar en el asiento. ¿Dónde coño se lo había llevado ese tío tan raro? Estaba en mitad de la nada, sin rastro de urbanización ni humanidad. Nada.

Como estaba tan metido en sus pensamientos acelerados, no vio a los muertos que se aproximaban por la carretera, en absoluto. Ni si quiera oyó los primeros gritos de los seres que echaron a correr hacia la furgoneta. ¿Lo estaban rodeando? Reparó en ellos cuando ya era demasiado tarde. Ya había comprobado que esos come-cerebros podían hacer cosas alucinantes, algunos sufrían espasmos severos y otros parecían no saber no saber doblar ni las rodillas, incluso vio a varios tambaleándose, a punto de caerse todo el rato. Cuando se les veía de venir a lo lejos todo era distinto, parecía hasta fácil librarse de ellos, pero cuando se tenían encima, ya era otro rollo.

John se quedó paralizado en el asiento, se había perdido en los ojos blancuzcos de esos cretinos, que parecían estar bañados de niebla; una niebla peligrosa que lo sucumbía y amenazaba, de la que siempre hay que alejarse. Se sintió incapaz de saber qué hacer. ¿Aquello que sentía era miedo? No, imposible, John Morgan jamás sentía miedo ante nada.

-¡No he llegado hasta aquí por gusto! ¡No me vais a dejar atrapado, mamonazos comevergas! ¡Aquí estoy! -Comenzó a golpear con el puño el cristal delantero, formando más jaleo.- ¡Cogedme si podéis, gilipollas!

Los caminantes se lanzaron contra la furgoneta con bestialidad y la derribaron sin apenas esfuerzo. John quedó atrapado boca abajo, en una mala postura. Se arrastró como pudo para que las piernas no se le quedaran aprisionadas, aunque se había hecho daño en el hombro y se había clavado algo en el costado, ya averiguaría de qué se trataba. Ya repararía en sus heridas más tarde, ahora sólo tenía que salir del berenjenal en el que se había metido.

Miró por el cristal, hecho añicos, no se atrevió a moverse, quizá al ver que no podían acceder a él, se irían, derrotados. Se pasó más de dos horas allí tumbado, hasta que los muertos fueron perdiendo el interés, y se iban marchando, vagando de nuevo por la zona, sin rumbo fijo. Hasta juró que también se habían calmado, así que se miró las manos, levantó los brazos con cuidado, sin hacer ningún movimiento brusco por si aún había alguno por allí y salió. Cuando asomó la cabeza y se deslizó hacia el exterior, sintió el peso de un arma en su nuca.

-¿Qué coño haces? -Era una voz femenina y cuando levantó un poco la vista, la vio. Una chica muy joven, de unos veintitantos, rubia, con unos grandes ojos castaños y severos, vestida con una camisa de cuadros y una camiseta negra de algún grupo que no pudo reconocer, debajo. La visión era de un auténtico ángel, en otra circunstancia, la habría admirado hasta que dejase de ser legal, pero ahora no estaba el horno para bollos.- ¡Mira la que has liado, anormal!

-Eh, eh...-Dijo John, ahora con voz dulce. Siempre usaba ese tono para las mujeres, un tono que desprendía sensualidad, pero a la vez seguridad en sí mismo.- No me dispares...soy...soy un superviviente, estamos bajo el mismo barco, nena.

-¿Y yo eso cómo lo sé? Para mi eres un desconocido y has atraído a todas esas garrapatas hasta mi hogar. Debería matarte ahora mismo, ¿llevas armas, comida? Me lo quedaré todo.

John se puso en pie de un salto, sacando también su arma del cinturón, eso era lo que se le había clavado al caer, apuntándola. Ahora que estaba con los pies en el suelo y erguido, podía apreciar lo extremadamente bajita que era y sonrió con picardía. Pero ella se dio la vuelta y salió corriendo.

-¡Mierda! -Exclamó John, echando a correr detrás de ella.

La chica parecía estar en forma, pero no tardó en alcanzarla y seguirle el ritmo, aunque aún no llegaba a atraparla. Corría en dirección a las profundidades del bosque, saltaba con agilidad algunos troncos caídos, se conocía la zona y el estaba en clara desventaja.

La siguió hasta una cabaña, donde la vio desaparecer por la puerta principal.

-¡Blair, bloquea puertas y ventanas! -Exclamó la rubia al entrar, observando por una rejilla si aquel tío aún la estaba persiguiendo.

-¿Qué pasa? ¿Más muertos? -Blair, de largo pelo oscuro y ondulado la miró. Luna había entrado en la casa como un huracán. Eran muy distintas, una morena, la otra rubia. Blair tenía la tez tostada y ahora Luna parecía una vampiro de lo blanca que se había quedado. Cada una con sus gustos, sus manías, pero así se complementaban, se habían unido tanto, que eran como la uña y la carne, y por no contar que se conocían desde que se comían los mocos.

-¡No, no! ¡Un tío rarísimo me seguía, llevaba un arma!- Jadeaba, tratando de respirar de nuevo con normalidad y poder explicarle a su amiga sin atropellarse con sus propias palabras.

-¿Te ha seguido? -Se alarmó, agarrando el arma que siempre ocultaba en uno de los cojines del sofá.- Como se acerque, le meto un tiro antes de que diga una palabra.

Un fuerte golpe en la puerta las hizo enmudecer.

-¡Ábreme, joder! Sé que estás ahí dentro, te he visto huir como una sabandija. ¡Se acercan más zombies y no sé dónde coño me has metido!

-¡Nadie te mandó seguirme! Sigue tu puto camino, forastero.-Exclamó Luna, pegaba a la puerta.

-¡Déjame entrar, me cago en la puta! ¿Vas a dejar que me devoren sin más? Un poco de humanidad, mujer.

Luna miró a Blair y se comunicaron en silencio como muchas veces solían hacer en situaciones que lo requerían. ¿Deberían abrirle la puerta a ese desconocido enloquecido? Una lucecita en sus cabezas no paraba de relucir de manera intuitiva y peligrosa. Tras esa leve charla silenciosa, Blair asintió con la cabeza y Luna deslizó la mano hacia el pomo, dejándolo entrar.

-Joder, gracias, guapa. -John sonrió, abriendo los brazos, con el cabello castaño pegado a las mejillas y el cuello, debido a la carrera reciente.- Casi no lo cuento, menudo susto.

-Déjate de tonterías- lo apuntó de nuevo y Blair, saliendo de su escondite, también lo hizo.

-La hostia. ¿Cuántas más chicas hay aquí dentro? ¿Os traéis un rollo bollo? -Se relamió los labios, de manera obscena.- Qué suerte tengo.

-Todo lo contrario, amiguito. Tu suerte acaba de empeorar.- Sentenció Luna, haciéndolo pasar dentro, agarrándolo de la chaqueta.- ¿De dónde vienes y por qué estabas debajo de esa furgoneta?

-¿Es que uno no puede tener accidentes? ¿Podríais bajar las armas ya? No soy ninguna puta amenaza.

-¿No? ¿Y por qué me apuntabas entonces?

-¿Defensa propia?

-Oh, cállate, maldito gallito.- Susurró Blair, mirando a su amiga.- No le des más conversación, Luna. Va a largarse de aquí ya.

-¿Me vais a echar?

-Aún no. -Siseó Luna, mirándolo de cerca.- Miraremos que lleva en su vehículo, por si tiene algo que pueda servirnos. Y también quiero saber de donde viene y qué sabe. Pero antes...-Apresó las manos del hombre, forzándolo a sentarse, para atarle las manos contra la espalda.

-Venga ya, estarás de coña, rubita. -Gruñó, arrastrando la silla unos centímetros hacia delante. Luna disparó contra la mesa, rozando las manos de John.- ¡Eh, tranquila, guapa! ¡Qué son mis manos! ¿Qué te crees que haces?

-Lo siento, de verdad. Esto es como los Redbull, te bebes uno y en seguida necesitas más.

-Vale, vale. Oíd, chicas...yo no busco problemas con nadie, sólo he tenido un jodido accidente. ¡Los zombies me han volcado la puta furgoneta! Te juro que me encontraste de pura casualidad, yo pensaba largarme de aquí. Tengo una idea, bonitas, dejad de tratarme como a un terrorista y os la cuento.

-¿Qué te parece si dejas de hablar y acatas nuestras órdenes? Podríamos hacer un trueque, tu comida por nuestra gasolina, es algo que no necesitamos.

-¿Cómo dices?

-¿No? Oh, vamos, tío. Llevamos días comiendo porquería. Y como se te ocurra hacer un sólo movimiento en falso, te agujereo. -Añadió Blair, justo al lado de su amiga.

-No vas a dispararme, ni tu amiga tampoco. -Sonrió, divertido. Parecía tener mucha confianza en sí mismo, porque se estaba jugando el pellejo.

-Ajá, vale, tienes pelotas.- Admitió Luna, bajando el arma.- ¿Por qué no lo hablamos de manera civilizada, tomando una cerveza?

-¿Tenéis birra? -John abrió muchísimo sus ojos, sorprendido. Aquellas dos mujercitas ya no le caían tan mal. Deseaba con todo su ser algo que no fuese agua estancada y zumos enmohecidos.

-Sí, aunque algo calientes. ¿No te importa?

-Joder, me pongo ante vuestros pies. Coged mi arma y soltadme, porque me bebería encantado esa cerveza. Nada de trucos, de verdad.

Cuando al ver que el hombre no llevaba más armas, se fueron sintiendo más aliviadas por la sensación de peligro. Mientras Luna fue a por las bebidas, Blair se quedó vigilándolo, ella no era tan confiada, en su naturaleza estaba desconfiar y más, si se trataba de un hombre.

-Aquí estás esas cervezas.- Luna apareció por el pasillo, con dos botellines, ya que Blair nunca bebía alcohol. Desató a John, que se sentó más cómodamente en una de las sillas. Si no puedes con el enemigo, mejor únete a él. Nunca mejor dicho. Y más si el enemigo tiene bebidas.

-Salud.- Dijo John, mientras daba el primer y largo trago, que le supo a gloria.- Oh, joder...me llamo John Morgan, por cierto.

-Yo soy Luna y esta es mi amiga, Blair.

-¿Entonces no sois novias?

-¿Puedes dejar de ser gilipollas por un momento?

-Se intenta.- Miraba la habitación, con curiosidad. Analizando cada objeto y cada rincón.- ¿Entonces este cuchitril es vuestra casa?

-Oh, bueno, se podría decir que sí. Aunque nos la encontramos de casualidad, más bien la tomamos prestada. Pero no ha venido nadie a reclamarla como suya, así que lo vimos bien.

-Ya decía yo, no tenéis pinta de granjeras, la verdad.- Soltó una carcajada.

-No, no. -Luna también se echó a reír.- Somos estudiantes de universidad, bueno...éramos.

-Ya no os harán falta los apuntes.- Se encogió de hombros, bebiendo más tragos, satisfecho.

-¡Menos mal! -Añadió Luna, la mayor de las dos.- Odiaba las clases, no sabía ni qué coño estaba haciendo con mi vida y después al volver a casa, dios...lo odiaba todo. Sinceramente, el Apocalipsis es lo mejor que me ha pasado. - John y Luna se miraron durante un largo rato. Blair pudo sentirlo, con cada pestañeo saltaban chispas enérgicas. Él también pudo notarlo, aquella enana violenta sentía y pensaba como él, eso no se lo encontraba uno todos los días. Todos veían este caos como algo malo, pero él no lo veía así, lo veía como una nueva segunda oportunidad, una nueva forma de vida. Un Renacimiento.- Desde que llegaron los zombies, vivo cada día como si fuese el último. Hago lo que quiero y cuando quiero. Y también cojo lo que quiero, como esa furgoneta tuya.

-¿Cómo, qué? -Se levantó, algo mareado.- Eso no me lo vas a quitar. Yo también quiero salir de este puto agujero en mitad de la nada. Además...¿no dijiste que no necesitabas la gasolina? Pensé...pensé.... -Cuando trató de moverse, las piernas le fallaron y cayó bruscamente contra la mesa, desorientado.

-Verás, querido amigo. -Sonrió Luna.- Quien vivía aquí tenía toda una farmacia dentro de casa. Dulces sueños.

John se quedó inconsciente, tirado sobre la mesa, mientras Luna sonreía. Ahora Blair entendió lo que pretendía su amiga, había relajado al enemigo, para poder dejarlo después fuera de juego. Una buena jugada, tal y como estaban las cosas. Cuando comprobaron que de verdad estaba dormido, tuvieron tiempo de echarle una hojeada a la furgoneta, pero ellas solas no podían levantar el vehículo. Tendrían que buscar otra manera de salir de allí, pero a pie habían comprobado que no. Había espectros por todos lados, acechando. No tuvieron más remedio que volver a casa, pero encontraron a John en el suelo, reptando y quejándose, con el rostro bañado en sudor y salivando.

-Mierda, tenía que haber usado todas las pastillas.- Vociferó Luna.- Oye, lo siento...pero llegas justo cuando andábamos escasas de provisiones. No podemos quedarnos aquí.

-O-oíd, por favor...os dejaré mi furgo si queréis, pero no me dejéis así aquí, por favor.- Tragó saliva costosamente, arrastrándose hacia ellas.

Cuando Blair iba a responder con qué le daba igual lo que pasase a él y que se pensaban largar, escucharon varios gruñidos en la puerta. Los caminantes habían dado con ellos. ¿Las habrían seguido? ¿Los habrían oído hablar? Luna se agachó y apagó las velas que había en la encimera, tratando de ocultarse. Aquel lugar dejaba de ser seguro por momentos y ya parecían estar escasos de opciones. Y en todas entraba dentro John, lo necesitaban para sobrevivir.

-Oye, lumbreras...-La llamó John.- No os servirá de nada esconderos. Esos bichos son más listos de lo que parecen. ¿Alguna vez habéis abatido a uno de ellos, eh? Yo lo he hecho, sé como enfrentarme a ellos, es mi especialidad. Puede que no lo parezca, pero ahora soy vuestra única salvación. ¡Debéis tomar una decisión y debéis hacerlo ya!

Las chicas se miraron indecisas, pero acabaron accediendo y agarraron la mano del hombre, para ponerlo en pie. Cuando se acercaron a la puerta trasera, corrieron agazapados y silenciosos hasta que llegaron al lugar donde habían dejado atrás la furgoneta. Ya no parecía haber monstruos allí, estaban todos de camino a la casa, en cierto modo, era un golpe de suerte. Entre los tres y con varios intentos, consiguieron darle la vuelta a la furgoneta, que cayó sobre el camino con un fuerte chirrido, como si estuviese quejándose.

-¿Y las llaves? -preguntó Blair, resoplando, sentándose en el asiento trasero.

-No las tengo, hay que hacerle un puente a este trasto.

-Menudo héroe estás tú hecho...-Luna se sentó delante, viendo como el hombre ponía en marcha el motor, que despertó como un fuerte trueno en una noche tormentosa. Cuando recorrieron una gran distancia y ya no los perseguían esos monstruos hambrientos, Luna agarró el volante con ambas manos, obligándolo a frenar.

-Aquí es donde nos separamos. -Dijo tajante, haciéndole una seña a su amiga.

-¿Qué? Nah, no lo creo. Como ya te he dicho, necesito el combustible más que vosotras. No te esfuerces en buscar tus armas, te las quité todas mientras os fuisteis de excursión. Así que os diré lo que haremos, me devolveréis mi furgoneta y si quieres pararme, rubia chulita, puedes intentarlo, pero sabes que me saldré con la mía.

-Sé lucha libre, veia la WWE con mi hermano cuando era pequeña.- Dijo amenazante, alzando el puño.

-No, no sabes. -La miraba, divertido.

-¡Si qué sé! No me obligues a hacerte daño.

-¡Te lo estás inventando! Porque si no, lo habrías usado. ¡Largo de mi furgo, las dos!

-¡Mierda, esto por fiarnos de este tío! -Exclamó Blair, agarrando el brazo de Luna, tirando de ella hacia fuera.- Te lo dije, no debemos fiarnos de nadie.

-Tranquilas, os dejaré los cartuchos y las armas a un kilómetro. ¿Cómo lo véis?

-¿De verdad vas a dejarnos aquí solas, para que nos devoren esos caníbales? ¿Y si nos viola un gilipollas como tú?

-Luna, no me tientes.- Sonrió él.

-Eso pretendía.- Ella también sonrió, de manera cómplice. John no tuvo más remedio que sucumbir a sus encantos y las dejó subir de nuevo.

-Anda, subid.  

El último bocado.Where stories live. Discover now