Capítulo 8: España y sus últimos supervivientes

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  En el momento que empezó todo, en España, se interrumpió el acto más importante para la vida de varias personas. Una de ellas, era el profesor de Historia, Joaquín, que estaba a punto de recibir un premio con el que había soñado muchísimo tiempo.

-¡Papá, sonríe a la cámara! -Gritó el pequeño Francis, a la vez que su padre se colocaba bien la corbata.

-Eh, tú, bichito, no me hagas fotos aún...no estoy arreglado.- Sonrió, de manera tímida. Era lógico que para él fuese un momento tan importante, pero también lo inundaban los nervios, los tenía a flor de piel.

-Papi, es que estoy muy contento.- El pequeño ya estaba vestido, con su mini traje, a juego con sus zapatitos. Le dio una ráfaga de ternura al verlo así, necesitó abrazarlo al instante. El pequeño reía.- Van a darte un premio al mejor escrito historiográfico de toda España.

-Tampoco es para tanto.- Era modesto, pero lo que aseguraba su hijo era totalmente cierto. Joaquín era un hombre con un talento extraordinario. Había escrito ya numerosas novelas históricas con éxito, pero este, lo había coronado y lo había hecho ascender hasta colocarse entre los mejores.

-Eres muy honesto, cariño.- Su mujer, Silvia, asomó su cabellera rubia por el pasillo. Acto seguido, se acercó a él y le dio un sonoro beso en los labios. Ambos sonrieron, cómplices.

Cuando llegaron al edificio donde se celebraría el acto, se encontró con que todos sus seres queridos, amigos y familiares se encontraban allí, esperándolo. Para darle su amor y apoyo, eso lo llenó de orgullo y satisfacción. Pensó que quería llorar, emocionarse, pero ya se guardaría las lágrimas para luego, aún era pronto para eso. Un hombre de buen talante, alto, atlético y sonrisa dentrífica se subió al escenario, con un carísimo y lujoso traje de color azul marino, con una pajarita rojo brillante. Francis pensó de manera divertida que parecía un pingüino. Encendió el micrófono que se encontraba en medio del escenario y comenzó a hablar.

-¿Se me oye? ¿Me oís bien? Probando, probando...-Se aclaró la garganta, y habló con voz clara, casi automática. ¿Cuántos premios habría dado ya ese hombre, para que le aburriese tanto?.- Bienvenidos, caballeros, señoras y niños. Este es el momento cumbre de uno de los escritores más destacados de nuestro país, Joaquín, o Joe King, como se hace llamar. -Todas las miradas se posaron en él, incluso, muchos se dieron la vuelta. Aludido, sonreía o saludaba tímidamente, mientras que su hijo Francis lo apuntaba con la cámara, sin querer perderse ni un sólo detalle. -Sus grandes obras nos han hecho temblar de puro estremecimiento, tan cuidadosamente escritas, ese lenguaje tan propio, tan único...Den un fuerto aplauso al rey de la guerra, Joe King.

La gran sala se llenó de sonoros y activos aplausos. Resonaban por todas partes, hasta en los recovecos más inhóspitos de su mente. Se sentía importante, no le gustaba llamar demasiado la atención, pero aquel dia, si que se lo merecía. Se puso en pie con determinación y subió al escenario, sus manos bailaban solas debido al expectante nerviosismo. No podía evitar sentirse aflijido al notar la punzante mirada de todos los presentes clavándose en él.

-Bienvenido.- Dijo el presentador, estrechando con fuerza su sudorosa mano.

-Muchas gracias, es un placer para mi estar aquí.

El hombre sonreía al profesor con una sonrisa perfectamente simétrica y blanca. ¿Cómo se las apañaba la gente para tener una sonrisa así de bonita? El mismo estuvo llevando aparato durante años, pero ni de lejos se les habían quedado así. Era algo que debería estudiar más adelante. Pero es que brillaba por sí sola, eso lo tuvo absorto durante unos segundos. En aquel momento, una hermosa joven vestida con un deslumbrante y ceñido vestido rojo subió al escenario, llevaba en sus finas y cuidadas manos lo que reconoció perfectamente, nada más que lo vio.

-Públicamente hacemos entrega de nuestro premio.- Continuó el sonrisa perfecta, mientras la chica le daba dicho obsequio.- ¿Tiene algunas palabras para nosotros, señor King? -Le acercó el micrófono, pero Joaquín pensó que no podría hacer que su voz saliese, lo único que escucha era el latido de su propio corazón, amenzando con subirse por su garganta.

-Bueno, yo...-Se movía de manera inquieta, apoyando el peso de su cuerpo de un pie a otro.- Lo primero que me gustaría hacer, es dar las gracias. Dar las gracias a todos aquellos que me han apoyado incondicionalmente, los que han hecho posible este sueño.Silvia, mi magnífica esposa, quien ha tenido que aguantar mi mal humor durante largas noches de escritura frustrada. A mi hijo Francis, el rey de mi vida, mi gran inspiración. A mis mejores amigos, Chandler, mi gran compañero de intercambio, celia, por sus deliciosos aperitivos en momentos de llanto y Aitor, mi corrector, mi salvador. Y finalmente a todas las personas que han hecho posible que tenga este premio ahora mismo en las manos. Sois vosotros los que me habéis guiado hasta aquí.

Joaquín, emocionado, terminó de hablar, todo aquello le había salido desde lo más profundo de su corazón. Había pensando en llevarse un discurso escrito desde casa, como hacen muchos, pero el había preferido que fuese algo único, y lo había conseguido. Todo el recinto estalló en aplausos, bien merecidos.

-¡Vaya, vaya! ¡Nuestro profesor se ha puesto sentimental! -Bromeó el presentador, dándole varias palmadas en la espalda.- Enhorabuena. Después de todo el esfuerzo que conlleva escribir un libro y sacarlo adelante, se lo merece.

Cuando ya hubo recibido su premio, y lo tuvo entre sus manos, sonrió a todos y bajó del escenario. Ocupó de nuevo su asiento, junto a su orgullosa familia.

-¡Has estado increíble, cariño! -Lo apremió Silvia, besándolo con emoción en los labios.- Por dios, si estás hasta sudando.

-E-estaba muy nervioso, todos me estaban mirando a mi.- Resopló, soltando todo el aire de golpe.- Ya ha pasado lo peor de la noche, ya puedo quedarme tranquilo.

-Hay que ver como eres.- Dijo ella, con una bonita sonrisa tras esos labios pintados.- Si te haces más famoso y sigues así, te en cuenta que esta no será la última vez que salgas a hablar ante el público. ¿Cómo te las apañas para hablar todas las mañanas ante tus alumnos?

-Lo sé, lo sé.-Se ríe.- Pero con los chicos es distinto...

-Anda, no seas tonto...-Se echó a reír, justo cuando su hijo se le sentó sobre las rodillas.

-¡Ese es mi papi! -Exclamó el niño, aún con la cámara en las manos.

-¿Sigues sin querer ser escritor, hijo? -Preguntó su padre. Ya sabía la respuesta a aquella pregunta, pues ya lo habían hablado innumerables veces, Francis quería ser actor, no escritor. Ni policía, ni astronauta, ni veterinario. Actor. Y por mucho que a su padre le gustase su trabajo, el no iba a cambiar de idea, quería seguir su vocación y ser como Vin Diesel en Fast and Furious. ¡Jesús!

-Papá, no vas a convencerme, da la batalla por perdida, anda.- Se echó a reír, de manera divertida.

La familia podía ver como los amigos incondicionales de Joaquín se acercaban hacia donde ellos estaban sentados, probablemente sería para darle la enhorabuena y charlar un poco con el célebre profesor.

A día de hoy, aún recuerda a la perfección aquella noche, recordaba los gritos que procedieron al momento de felicidad. Las personas que correteaban en todas direcciones, como si fuesen hormigas que sintiesen como su hormiguero se viniese abajo. Aquello lo hizo pensar en cuando era pequeño y junto a su primo, destruía las casitas de las afables hormigas, ¿por qué les hacían esas cosas, con lo trabajadoras que son? Cosas de niños, quería pensar. Pero lo que más recordaba de ese día, no fue su premio, ni los aplausos, ni las risas. Si no...la sangre. Toda esa sangre que brillaba en el suelo, desparramada por todas partes, en la boca de los zombies y en sus propias manos. Ya no sabía de quien era, si era de algún desconocido o incluso de Silvia o Francis.

También podría haber sido la suya propia.





Giró un poco la cabeza para mirar a su hijo, que dormitaba tranquilamente a su lado, poco a poco, consiguió que fuese abandonando esas pesadillas que tenía desde el Día del Juicio Final. Y eso que él no era muy religioso, pero el mundo había llegado a su fin. Finalmente esos Mayas tenían razón, qué cabrones. ¿Eh? Algún día tendrían que acertar en sus predilecciones.

Suspiró y se movió lentamente, para no despertarle. Llevaban viviendo en la calle un par de días. ¿O quizá habían sido tres? Tampoco es que lo tuviese demasiado claro. Buscaban un sitio seguro donde poder quedarse hasta que aquella locura terminase. Caminaban durante todo el día, entrando en algunas casas y cogiendo algunas provisiones. Daba gracias porque todas en las que habían entrado hasta ahora, habían estado deshabitadas. ¿Qué hubiese pasado si en una de las incursiones, se hubiesen cruzado con una de esas criaturas demoníacas? Se le erizaba el vello tan sólo de pensarlo.

-Papá...-Susurró Francis, aún con la voz adormilada, levantó un poco la cabeza, mirándolo con los ojos entrecerrados e hinchados por el llanto. Perder a Silvia había sido una de las cosas más difíciles a la que habían tenido que someterse. ¿Qué le diría ella en una situación? La necesitaban, la echaban muchísimo de menos. Pero después de que los zombies irrumpiesen en el edificio, no la volvieron a ver.

-¿Ya te has despertado? -Le revolvió el pelo. A pesar de todas las calamidades que habían vivido en esos escasos días, la carita de su hijo le devolvía la ilusión y las ganas de vivir. Le renovaba las energías.- ¿Cómo te encuentras?

-Un poco mejor...ya se me ha pasado el dolor de rodillas. De tanto andar se me habían entumecido...-Se frotó los ojos, adormilado.

-Sí, habíamos caminado durante mucho rato, lo siento...-Suspiró, pasándose las manos por el escaso pelo que le quedaba. Con todo aquel estrés, se le caía a puñados.- Pero fíjate, aquí estamos a salvo de momento. ¿No está mal, eh?

-Bueno...no está mal. -Sonrió, pero no se le veía demasiado contento, aunque no se lo reprochaba. Francis había sufrido muchísimo con la desaparición de su madre, al igual que él, pero aún estando sumido en ese eterno infierno, debía ser fuerte, por su hijo, por su mujer...por todos.

Aún podía tener momentos dulces en sus vidas, así lo sentía en su corazón. Ya habían sobrevivido a esas enloquecedoras hordas de monstruos. Él ya se había entregado a ensoñaciones y esperanzas, no podía hundirse ahora, no lo permitiría. Debían buscar a personas que continuasen con vida, seguro que las había. Ellos habían conseguido escapar, ¿por qué no otras personas? En principio, había pensado en explorar un poco la ciudad, pero en aquellas condiciones era casi imposible. Había cadáveres por todas partes, muchos de ellos proyectaban sus brazos hacia delante y otros parecían inactivos, como si estuviesen esperando cualquier estímulo para alzarse.

-¿Hueles eso, papá? -Preguntó Francis, cambiando de tema repentinamente.

-¿Qué...? -La pregunta lo había pillado desprevenido, pero ahora que lo decía, notaba un ligero tufo a quemado. Y eso hizo que se le encendiera la bombillita de pensar, como solía llamar a una nueva idea que se le ocurría mientras escribía. Aunque más bien era lógica, si había fuego, había personas. Estaba totalmente seguro de ello.- ¡Es fuego, Francis, fuego!

-¿Y qué, papá? El fuego es fuego, de toda la vida.

-No, no digo eso. Ya sabes, los zombies no hacen fuego, ¿verdad?

-¡Es verdad! ¡Debe haber alguien por ahí! ¿Vamos a buscar a quien lo haya hecho, papi?

-Hombre, pues...-Al momento de la verdad, no lo vio tan buena idea, las alarmas de peligro comenzaron a resonar en su cabeza. Sintió miedo. ¿Y si eran malas personas? ¿Y si les hacían daño? No sabía si valía la pena.

-Papá, por favor...-Suplicó, con los ojos llorosos, anegados en lágrimas.- No quiero estar solo. Si estamos con más personas, nos será más fácil sobrevivir. ¿No crees? Tendríamos más oportunidades...

-Supongo que no pasará nada por acercarnos un poco...pero no podemos confiarnos, hijo. No sabemos qué tipo de personas serán...-Francis dio un pequeño salto y se incorporó rápidamente. Joaquín, en todos los años que llevaba siendo padre, nunca lo había visto hacer un movimiento como aquel, se había quedado bastante asombrado. Pero entonces Francis sonrió, con esa sonrisa tan maravillosa. Tan igualita a la de su mujer. Ay, Silvia...cuanto la echaba de menos.- Vale, está bien. -Al final accedió, por su hijo, quería darle un mundo mejor.

-¡Bien! ¡Vamos, vamos! -Exclamó, tirando de sus manos.- ¡Antes de que se vayan!

-Shhh...no hables tan alto, que el sonido los atrae, como si fuesen mosquitos buscando luces contra las que quemarse.

-Perdón, perdón...-Sacó la lengua y bajó la voz, siendo más silencioso.

Tardaron relativamente poco en recoger sus pocas pertenencias. Sólo llevaban una mochila, con algo de agua caliente, algunas linternas que tuvieron días mejores, algunas latas de comida, y cosas envasadas, refrescos y zumos. A petición de su pequeño hijo, se pusieron en marcha de inmediato.

-Al fin veremos más gente...-Susurró Francis, visiblemente excitado.

-Bueno, intenta calmarte, porque no sabemos como pueden ser...prométeme que iremos con calma.

-Qué sí, papá. Sé que hay muchos tipos de personas y...que no todos son buenos.

-Ese es mi chico.- Miró al frente, pero se detuvo de inmediato, sin mover ni un sólo músculo. Justo delante de ellos había dos hombres, llevaban una gran cantidad de armas, las llevaban metidas en lo que parecían un par de cinturones de herramientas. Llevaban el rostro tapado con dos pasamontañas y un uniforme de camuflaje, Joaquín no pudo adivinar si de verdad eran militares o no.

-Disculpen...-Susurró Francis, dando pequeños y cortos pasos, para adelantarse. Los dos hombres se giraron de manera violenta, tensos, apuntándolos con sus armas.

-¡Cuidado con eso! -Joaquín levantó ambas manos, demostrándoles que no buscaban ni querían problemas.

-Sois personas...estáis vivos...-Gruñó uno de ellos, muy sorprendido.- ¿Qué coño?

-Sí, somos supervivientes..-Dijo Joaquín, separando bien cada sílaba.- Hemos conseguido escapar de las garras de la muerte, y no nos han mordido. Podéis comprobarlo si queréis. Estamos sanos.

Uno de ellos se acercó y los examinó de manera brusca, levantándoles las camisetas, buscando señales de agresión, sangre, arañazos o mordiscos. Se tomó su tiempo, se notaba que eran cuidadosos y que ya habían pasado por aquello. Estaban bien, algo sucios, pero visiblemente estables.

-Están limpios.- Informó. Después de asegurarse, el otro hombre habló por primera vez, con un marcado acento alemán.

-Dadnos todas las putas armas.- Fue tajante, sin sentimiento alguno.

-P-pero...-Balbuceó Joaquín.- Creo que no nos estamos entendiendo. Necesitamos las armas para defendernos en este mundo de locos. ¿Es que van a dejarnos así de vulnerables?

-Eso es, ¿ves como si hablamos el mismo idioma?- Ahora su voz sonaba como si estuviese sonriendo, divertido.

-Pues...pues no pienso permitirlo.- Le plantó cara al alemán, se puso delante de su hijo, con los brazos extendidos, con actitud protectora.

-¿Tú y cuántos más? No tienes nada que hacer contra nosotros, viejo. Aquí vive el más listo, el fuerte gana y el débil muere. Así son las cosas en este nuevo mundo.

Ni Joaquín ni Francis daban crédito a lo que estaban escuchando. Todos eran personas, la misma especie. Se suponía que debían ayudarse los unos a los otros, pero siempre había personas que se creían mejor que los demás, gente que jugaba a ser Dios. Pero eso no era un fenómeno actual, no, no. Ya ocurría desde hacía miles de décadas, con los primeros pasos del hombre en la tierra, desde que dijo sus primeras palabras. Siempre hay alguien que desea destacar de alguna manera sobre los demás.

Joaquín avanzó muy poco a poco, moviendo sus pies de manera pesada y pausada, como si no quisiese hacer ningún movimiento brusco.

-Esto no tiene por qué ser así, vamos...seguro que podemos arreglar las cosas, arreglar nuestras diferencias. Así se entiende la gente, ¿verdad? -Trató de parecer simpático, quizá así se ablandaran.

-Yo no hablo con mis presas.- Dijo el alemán, de sus dientes se escapó una risa escalofriante. Se acercó al padre, pasándose un cuchillo de una mano a la otra, con actitud burlona, dominante.

-¿Qué? Oh, amigo...si estás bromeando, no tiene ninguna gracia.

-Creo que aún no lo has entendido, pardillo. Pero no me apetece explicártelo, me pone de los nervios tener que explicar las cosas dos veces. ¿Verdad, José? -Llamó la atención de su compañero, que también se echó a reír, alzando las manos.

-Es toda una fiera, si lo vieras enfadado...te temblarían hasta los dientes, viejales. A Ezra lo llamaban "Terminator" en Alemania. No veas como metía el tío...-Mira al cielo, como recordando viejos tiempos.

-¿Y no podríais hacer la vista gorda, por una vez? -El miedo estaba entrando en cada poro de su piel, el pánico no tardaría demasiado en llegar. Se conocía lo suficiente para saber lo que pasaría.

Ambos hombres, Ezra y José, empezaron a reírse de manera escandalosa, con carcajadas similares a las del mono aullador. Parecían no temerle a nada, ni a los caminantes que pudiesen acercarse al oírlos. Pero...no había ninguna monstruosidad cerca. ¿Por qué? ¿Se habrían encargado ellos, y por eso actuaban de aquella manera tan desafiante e impertinente?

-Bésame las botas y quizá me piense qué hacer contigo.- Dijo Ezra, con una sonrisa que se iba ensanchando monstruosamente en sus finos labios.

-¿Q-qué....? -Joaquín no se esperaba algo así, no entendía lo que quería decir aquel temerario hombre.

-¡Qué me beses las putas botas con tu puta boca! -Exclamó, salpicándole saliva desde su posición.

Joaquín frunció el ceño, sí. La primera vez lo había oído bien, pero es que no se creía aquella situación tan surrealista para ellos. Quizá para los otros dos estaba siendo un buen día, no parecían estar en su sano juicio. Si eso se lo hubiese ordenado alguien días atrás se habría reído, incluso se habría puesto hecho una auténtica furia. Pero ahora...ahora las cosas era distintas. Lo haría, tampoco tenía la opción, todo fuese por sobrevivir.

-Vale, vale....está bien.- Consiguió susurrar, tragándose todo rastro de orgullo. Acto seguido se agachó ante los enormes pies del hombre y besó con suavidad sus botas, algo desgastadas y llenas de vete a saber qué. Cuando levantó un poco la cabeza, notó el frío acero en su nuca. El maldito mentiroso hijo de perra le estaba apuntando con el arma y el pulso no le temblaba ni un poco. Se mantenía todo lo firme que un hombre se podía mantener con un arma.- ¿Q-qué...? P-pensé que habiamos llegado a un acuerdo.

-Sí, lo habíamos hecho. ¿Por quién me tomas? Lo que pasa, es que en este mundo de mierda, no te puedes fiar ni de tu propia sombra. ¿Eso no te lo ha enseñado nunca nadie? Mi padre me lo enseñó a base de palizas.

-¿E-entonces...?

-¡Entonces muere, pum! -Joaquín abrió mucho sus ojos castaños, pero fue lo único y lo último que pudo hacer, ya que Ezra pulsó el gatillo y se rió con ganas cuando vio los sesos de Joaquín desparramados por el suelo. Salpicó sus botas, pantalones, incluso camisa.- Joder, ya se me han vuelto a manchar las botas, diablos.

Aquel acto sorprendió hasta a José, pues lo miraba con un atisbo de sorpresa en sus ojos entrecerrados. Y eso que ya conocía la sangre fría de Ezra, pero no lo veía capaz de algo así. Creía mal. Francis miraba el cuerpo de su padre tirado en el suelo, con un agujero en la cabeza, donde se podia ver todo su contenido y un río de sangría que no dejaba de escapar por la herida. Creyó ver que hasta el cuerpo movió un poco sus dedos, de manera espásmica.

El pobre chico ni había tenido tiempo de reaccionar si quiera, había entrado en un profundo estado de shock, no pestañeaba, ni si quiera movía los ojos, no se movía, ni lloraba. No hacía nada, nada de nada.

Ezra y José miraban al niño, extrañados de que no hubiese reacción aparente. Hasta que se dieron cuenta de que sus pantalones estaban comenzando a mojarse por la zona de la entrepierna.

-¡Mira, Ezra! ¡Se ha meado encima! ¡Qué gracioso! ¡Tenemos ante nosotros a un bebé! -Exclamó, cogiendo a Francis de los hombros, meciéndolo de un lado al otro.

-Nos lo llevaremos con nosotros. ¿Qué te parece, José? Le quitaremos esa ropa hortera que lleva y le pondremos un uniforme de los nuestros y le recortaremos esas greñas que tiene por pelo.-Le quitó la camiseta al niño, este se miró el torso desnudo y se tapó un poco, sin decir nada, ni si quiera parecía estar escuchándolos.

-Me parece bien, Ezra. Así ahora tendremos un nuevo jueguecito para no aburrirnos. Empezaba a estar cansado de ver sólo tu cara todos los días.

Ambos volvieron a reírse al unísono y condujeron a Francis junto a ellos, tirando de él, pero lo cierto era que no oponía ningún tipo de resistencia. ¿Aquello era a lo que llamaban la rendición? Lo metieron en una especie de todoterreno de color azul metalizado, se recostó en los asientos traseros y no se movió de allí en todo lo que quedaba de trayecto, prestando atención únicamente al olor acartonado del vehículo.

-Me está empezando a dar mala espina, tío. ¿Por qué no se mueve ni hace nada? -José estaba preocupado, y se volteaba de vez en cuando para mirar al niño, que se había colocado en posición fetal.

-Yo que sé, compadre. Se habrá traumatizado o algo así. Pero así es mucho mejor, piénsalo. Será más manejable y no nos dará demasiados problemas. Porque tío...yo odio los problemas.



Tras decir eso, posó su mirada en la infectada carretera, se estaban llevando a aquel niño con ellos, a un lugar, que se le antojaba desconocido. Llevándose con ellos, a la única persona buena que había quedado en toda España.  

El último bocado.Where stories live. Discover now