Capítulo 9: La fe, la celda del hombre

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  Cuando Jason al fin decidió meterse en la cama, se recostó de lado, mirando por la ventana y vio un millar de estrellas centelleando en el oscuro terciopelo de aquella noche de luna llena. Pensó que ya hacía rato que había dejado solos a los chicos.

Se alegraba de que al menos Michael hubiese dejado de ser hosco con Elliot. ¿Cuándo fue la última vez que había tenido un amigo? Ya ni lo recordaba, pero no le recriminaba nada, nunca había sido un chico fácil. Pero...se sorprendió a sí mismo de estar dudando de aquel nuevo inquilino. ¿Y si se acababa transformando en zombie después de todo? Le inquietaba que estuviesen en la misma habitación, en la misma cama. ¿Y sí...le hacía efecto retardado? ¿Y si ha tardado más en ser uno de ellos por alguna razón? Quizá sus anticuerpos eran más fuerte que los comunes...Dios, no.

Eso sí que no, por favor.

Ya había perdido demasiado. No sería capaz de soportar ver morir también a su razón de vivir. Pero sabía de sobra que Michael no se dejaría morder, era más listo que él, muchísimo más. Esos pensamientos lo calmaban, lo consolaban.

Otra de las muchas razones por las que tardaba siempre en poder conciliar el sueño, era la pestilencia que había inundado todos los cimientos de aquella casa. Ya había aprendido a convivir con el sonido de los caminantes, los gruñidos, con ese deambular silencioso y siniestro propio de ellos. También pudo comprobar que no todos necesitaban las piernas para desplazarse, así que tratar de hacerles daño en el resto del cuerpo, no resultaba una buena idea. Juró ver a uno de ellos arrastrándose, con las piernas separadas de su cuerpo, a varios metros. Eso no parecía detenerlos, pocas cosas lo hacían en realidad. Aún abría sus fauces descarriladas, con los dientes hechos triza, en busca de la anhelada carne humana. Siempre se preguntaba porqué no eran tan violentos con los animales y con ellos sí. Era como si...si de alguna manera pudiesen sentirlos.

Sentirlos...

La sola idea le repugnaba. Si embargo, su cabeza insistía en hacerle tener ese tipo de pensamientos, por muy venenosos que fuesen, le hacían revivir el pasado, el principio de todo...Cuando la gente moría y se quedaba así, muerta.

Después de sus diarias reflexiones, conseguía quedarse dormido. Como todos sus sueños, este también trataba sobre la muerte y la desolación, no tenía nada que envidiar a todos los demás que había tenido. ¿Cuánto hacía que no soñaba con algo agradable? La historia se repetía cada noche, sesos, sangre y muertos. Pero sobretodo, lágrimas, muchas lágrimas.

La clara luz de la mañana ya se filtraba con timidez por las rendijas de las persianas, eso lo despertó. Aquel era el día. El día que por fin saldrían de casa, el dia que reunirían el valor suficiente para dar el paso al nuevo mundo. El mundo de los muertos.

Se levantó de la cama, miró por la ventana y sintió una fría mano recorriendo todas las vértebras de su espalda al ver que todos aquellos espectros seguían allí, como si no tuviesen nada mejor que hacer, moviéndose de manera lenta, pausada. Parecía como si se acabasen de despertar también, pero claro, aquello era imposible. ¿No? Los zombies nunca dormían, o al menos, nunca había visto a ninguno intentarlo. Nadie estaba muy seguro de como habían llegado a estar así, sólo sabían que estaban debatiéndose entre la vida y la muerte, esos bichos iban en todas direcciones, sin rumbo establecido, por todas partes. Cuando uno de los muertos veía a una persona viva, se le tiraba encima, se aferraba a lo que podía, agarraba la ropa, tironeaba con fuerza, apretaba...Sus dedos huesudos eran como pinzas, pinzas que se hundían en la piel con tanta fuerza que era imposible soltarse.

Al salir al pasillo, un delicioso olor le invadió las fosas nasales, eran cereales, de eso no cabía duda. Quizá también algo de miel, si el olfato no le fallaba. Cuando bajó a la cocina vio a los dos chicos preparando el desayuno, no era gran cosa y lo habían puesto todo patas arriba, pero encontró cereales resecos, bolsas de muesli con frutos secos y algunos zumos de melocotón y pomelo depositados en pequeños frascos de cristal y por el color, debían estar ya un poco rancios. Pero ya se sabe lo que se dice; si una comida está preparada con amor, siempre se debe agradecer de corazón.

-Buenos días, chicos, veo que habéis sido bastante madrugadores.- Sonrió, frotándose los ojos, mirándolos a ambos.

-Sí, papá. Elliot y yo decidimos levantarnos antes y preparar el desayuno. ¿A qué somos magníficos?

-Claro, magníficos. -No pudo evitar reír, aquella visión le había levantado el ánimo de un mazazo.- Comed todo lo que podáis, que intuyo que hoy será un largo día.

Intuía no, sabía. Lo sabía más que bien.

Cada vez que había tenido contacto directo con el exterior, las cosas se habían torcido, siempre lo hacían. Y el mundo ya no es el que era, eso desde luego. Y no es que antes fuese un lugar de diez, pero al menos no temías a la muerte en cada rincón. Había más de una amenaza aparente, ya no sólo se tenían que encargar de los muertos, si no también de los muy vivos. Los vivos también pueden llegar a ser muy peligrosos, y si no que se lo digan a él. Sobre todo si vivían de manera extrema; sin alimentos y apenas recursos. La gente mataba por un trozo de papel para limpiarse el culo.

Y más si se sentían amenazados, pues abrían fuego contra todo lo que se movía, ya fuese humano o cadáver.

Tras el escaso, pero reconfortante desayuno, decidieron que ya era el momento de ponerse en marcha, mientras más pronto fuese, mejor. No quería que los pillasen las garras de la luna. Aunque para Jason estaba siendo más duro de lo que aparentaba a simple vista. En los recovecos de su mente se habían abierto una vez más los cajones de los innumerables recuerdos felices que había vivido en aquella casa. La casa que decidió comprar junto a Loretta cuando se unieron en matrimonio. En la que Michael dio sus primeros pasos. A veces aún la veía claramente bajar las escaleras, con el camisón puesto y con el pelo todo hecho un desastre, enmarañado. Recién levantada.

-¿Papá? -Michael chasqueó los dedos delante de sus narices, preocupado por la ausente mirada de su padre, fija en las vacías escaleras.- Papá...¿te encuentras bien?

-Sí, sí...perdona. Me estaba despidiendo de la casa en silencio, es que hemos pasado tantas cosas aquí, que me resulta algo difícil.

-¿Quieres más tiempo? Elliot y yo podemos esperar fuera, si así lo deseas.

-Cierto, sin problemas.- Afirmó Elliot, para reforzar el comentario de su amigo.

-Tranquilos, estoy bien. Mientras más rato pase aquí, más complicado será sacarme. En ese caso, me tendréis que sacar a rastras.- Rió de manera amargada. Hacía tanto que no reía, que hasta su garganta protestó, provocándole una seca tos que se prolongó durante varios segundos, que se transformaron en minutos.- Vale, creo que ya está, podemos irnos. ¿Habéis cogido todas las armas? Tenemos que ser precavidos, no quiero ni un sólo susto. Que ya hemos tenido suficientes.

-Papá, tranquilo, irá bien. Iremos con los ojos muy abiertos y dispararemos solo cuando sea extremadamente necesario.- Protestó, quería hacer ver a su padre que ya no era ningún crío débil, ahora podía hacerle ver lo que valía, de la pasta que estaba hecho.

-Vale, está bien. Ahora, como os pase algo...

-¡Qué noooo! -Arrastró mucho aquella última vocal, volteando los ojos, mientras Elliot se reía.

Dentro de las mochilas, llevaban un buen cargamento de armas, todas con sus respectivos cargadores, accesorios y munición. Mucha munición.

-Guau...-Elliot soltó una exclamación, en forma de silbido.- Pero qué bestia. ¿Podremos con tantas? ¿Y todas las habéis encontrado en la calle?

-También entre los cadáveres. Muchos de ellos eran policías o llevaban negocios de armas y cosas por el estilo. Mira, esto es una Veletta 9mm, tiene una capacidad de doce balas y su cargador es ampliable.- Se la mostró, con sumo cuidado. Después, sacó otra, para el creciente asombro del chico.- Esta es una Glock, hay varios modelos aquí dentro, y todos tienen una capacidad mínima de ocho balas y como máximo, dieciséis. También tenemos una Walter PPK, varios revólver y una Winchester. ¿A qué es una puta pasada? ¿Ves, papá? Para esto sirven esos juegos a los que los adultos catalogáis como violentos e inapropiados.

-Sí, sí...pero con cuidado. No me hacen mucha gracia esas cosas. Yo prefiero mi machete, mi bate de béisbol o mi fiel pala de acero.

-Por dios, papá..te estás volviendo todo un anticuado. Hay que modernizarse un poco.

-Sí, lo que tu digas.- Se acercó a una de las ventanas y apartó las cortinas con dos de sus dedos.- Pero ahora no hagáis mucho ruido, parece estar todo tranquilo...

-Parece que la calle está vacía. ¿Salimos ya?

-No, esperad...-Abrió la ventana, sólo un poco, para que apenas cupiera su mano y lanzó por la apertura el mando de la televisión, lo más lejos que pudo. Aterrizó con un sonido atronador, haciendo que las pilas saliesen por los aires. Varios espectros que descansaban por allí, agazapados, se reactivaron, como si sus extremidades fuesen muelles. Alzaron la cabeza hacia el cielo, gritándole furiosos a algún tipo de divinidad a la que sólo ellos conocían. Sus aullidos eran chirriantes, y atrajo a varios más, los cuales se acercaron de manera amenazante, formando ya un grupo numeroso.

-Mierda, papá. ¿Por qué has hecho eso? Ahora ya no vamos a poder salir de aquí, vendrán más y más, ya sabes que esos bichos nunca se cansan. Son inmortales.

-Es que no vamos a salir, no ahora.

-¿¡Qué!? Pero si dijimos...¡ya lo teníamos todo planeado!

-Shhh...calla un segundo y escucha, hijo, que para eso tienes esas dos orejas. Si hubiésemos salido...tan pronto hubiésemos cruzado el umbral, se nos habrían lanzado encima, ya sabes como funcionan.

-No habríamos tenido oportunidad...-Susurró Elliot, con el corazón hecho un nudo.- Nos habrían agarrado y...y....

-Elliot, tranquilo, eso no va a pasar. Por eso he hecho esa comprobación. Tenemos algo a nuestro favor y es que aún no nos han visto, están distraídos, buscando aquello que ha causado el ruido.

-Bien visto...-Acabó musitando Michael, mirando a su padre.- Ahora nos los cargaremos desde aquí, ¿verdad? Para salir sin peligros.

-Ese es mi hijo.- rebuscó en las mochilas, agarrando la 9mm, ya que era la más manejable y la que mejor podría usar. Colocó el silenciador con agilidad y apuntó, agachándose a la altura de la ventana y disparó. Falló el primer intento, dándole en el hombro, arrancándole diminutos trozos de carne, que se desprendían con facilidad del cuerpo pútrido. El segundo disparo si que dio en el blanco, justo en el entrecejo, haciendo que se desplomase, quedándose en una postura dolorosa e imposible para un ser humano normal. -Tratad de ser concisos, no podemos fallar demasiadas veces o se empezarán a poner violentos.

Elliot se puso a uno de los lados de Jason y Michael se posicionó en el contrario, haciendo caer a dos del tirón. Uno de ellos llevaba puesto el uniforme escolar, no debía pasar de los diez años y cayó al suelo con los brazos en cruz, adentrándose de nuevo en una oscuridad eterna. La otra era una mujer, de mediana edad, a la que le faltaba la parte inferior de la mandíbula, dejando asomar sus podridos y amarillentos dientes, sobre una lengua amoratada e hinchada.

-Joder, cada vez son más feos.- Bromeó, no parecía nada impresionado.

-Y qué lo digas, hostia puta.- Concluyó Elliot, atravesando la garganta de una anciana, que llevaba ambos pechos al aire, caídos y amoratados, parecían dos pasas enormes. Ahora recordó porqué le gustaban los chicos, los pechos siempre le habían dado un poco de respeto.

Cuando miraban más allá de la calle, la escena les recordó a cuando veían en las noticias que una ciudad había sido asolada por un huracán o un terremoto. Había una agobiante sensación de deterioro y abandono. Ya no había señales de que el hombre hubiese estado viviendo tan ricamente en la tierra, tan anchos y libres. Ahora el mundo pertenecía a la muerte y los supervivientes eran unos burdos prisioneros en una cárcel sin rejas.

Más cuerpos sin alma danzaban por la carretera, meciendo sus cuerpos en descomposición de un lado al otro. Buscaban, sí, parecía que buscaban. Buscaban señales de algo vivo. Algo que devorar.

Otro cadáver, vestido tan sólo con un albornoz entreabierto, arrastraba sus pies hacia la ventana. Abría y cerraba la boca, como si estuviera en trance o cantando una extraña canción silenciosa. De algún modo, había notado la presencia de sus vecinos, los vivos. Se detuvo casi de golpe y ladeó la cabeza. ¿Sabía que estaban allí? ¿Cómo podía saberlo? ¿Era posible? Los oía, podía hacerlo, el corazón de Elliot se había desbocado y pensaba que podría oírse en todo el vecindario. Entre tanto terror, pudieron ver como de su boca salía un fluido pardusco, pegajoso. Podía ser saliva, mezclado con algo que no desearon saber en ese momento. Les revolvió el estómago.

-Joder, qué puto asco.- Masculló Michael, aguantándose las ganas de vomitar todo el desayuno, ya lo notaba subiendo por la garganta, ácido.- Menos mal que desde aquí no los podemos oler demasiado, porque ese tiene que apestar a pura mierda.

-¿Me dejas este a mi? -Pidió Elliot, con algo de timidez.

-Mírate. Y eso que parecías tonto. Dale, todo para ti.

-Gracias.- Sonrió, confiado. Se posicionó en el hueco que había entre Michael y Jason y apuntó. Cuando lo tuvo justo donde quería, disparó. Y todos pudieron admirar como la cabeza del zombie explotó en mil pedazos, manchando la carretera, dándole una alegre y refrescante pincelada de color. El cuerpo cayó, inútil, sobre los demás cadáveres, formando una montañita infecciosa.

-Menos mal que nos vamos a pirar de aquí, porque estamos dejando todo esto hecho un verdadero desastre.

-Papá, no es momento para empezar a hablar de limpieza.- Acompañó el comentario con una simpática carcajada.

-Vale, larguémonos de aquí. Es el momento, hemos despejado la calle.

-Sí, antes de que lleguen más mierdas de estas...-Michael cerró la ventana cuidadosamente, sin hacer ni un sólo ruido.

Cuando los tres abrieron la puerta principal, se quedaron dentro varios segundos, a la espera, pero no ocurrió nada. Tenían el camino despejado, salvo por los cuerpos que habían dejado por los suelos.

Cuando pensaron que la luz por fin los había iluminado, un nubarrón oscuro se plantó sobre ellos. La felicidad duró poco, como un niño delante de una tienda de dulces, o un caramelo tirado en la puerta de un colegio. En cuanto avanzaron al menos unos escasos metros, por el horizonte, una gran horda de castigadores mortales corrían hacia ellos. No eran lentos, ni les faltaban miembros como los que habían visto ahora. Eran veloces, se atreverían a decir que hasta atléticos. Y no estaban tan deteriorados, se conservaban bastante bien y parecían casi humanos, salvo por el iris coloreado de un blanco inexistente. Un blanco perturbador, que helaba la sangre.

-¡¡Corred!! -Chilló Jason, agarrando a los dos chicos de los codos, apretándolos contra su propio cuerpo.- ¡¡Corred, coño, corred!! ¡Entremos en casa de nuevo!

-¡No, papá! -Se resistió.- ¡No quiero volver a meterme en ese cuchitril! ¡Quiero salir de aquí, quiero ser libre, no vivir encerrado! -Sacó varias pistolas de la mochila y comenzó a dar tiros a los que ya estaban más cerca y para su asombro, no falló ni un solo tiro. Derribó a los que iban primeros en la carrera demoníaca, pero se le heló la sangre al ver que uno de ellos le había agarrado el tobillo.

-¡¡Michael, hazme caso de una puta vez!! -Entre Jason y Elliot consiguieron arrancar a Michael de las garras del monstruo, haciéndolo retroceder repentinamente.- ¡He dicho a casa! ¡Esto no es como esperábamos! ¡Volveremos a salir otro día, pero no hoy! ¡No con estos nuevos zombies aquí fuera! No podemos huir, nos atraparían aún más rápidos. ¿Es que no has visto como corren?

-¡Sigamos corriendo, que nos están alcanzando los demás! -Gritó Elliot, ayudando a Jason a correr.- ¡Vamos, vamos!

No tardaron en rodear la calle y divisar la casa. Otra vez la casa. El lugar que se le antojaba odioso a Michael, pero no había más remedio, tampoco quería morir devorado. Al cerrar la puerta tras ellos, tuvieron que aguantar numerosas estampidas de los corredores, que arremetían con una fuerza sobrehumana. Parecía que no iban a cansarse nunca, hasta que de pronto, pararon.

-¿Se habrán ido ya? -Preguntó Elliot, mirando a los dos. Estaban sudorosos, temblorosos.- Parece que ya no tratan de arrancar la puerta de cuajo, que ya es algo.

-E-eso parece...-Jadeó Jason, mordiéndose el labio inferior.- Joder, por poco....



-Sí, por poco...-Susurró Michael, agarrándose el tobillo, taponando una enorme mordedura.  

El último bocado.Место, где живут истории. Откройте их для себя