Guerra de grillos.

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“Click”, sonó el ratón cuando Ángela decidió aceptar una invitación de amistad de Facebook. Para otras personas, aceptar invitaciones de amistad es el día a día. En el caso de Ángela, este suceso se da, como mucho, un par de veces al año. La única fuente de luz que iluminaba el cuarto de la estudiante procedía de la pantalla del ordenador. Había estado tan concentrada leyendo que sin darse cuenta, había anochecido y no se había molestado en encender la luz. Cuando al fin tuvo intención de levantarse de la silla para cenar algo, vio que un tal Rober le había enviado una petición de amistad. Fue a rechazarla, como siempre, pero se detuvo al leer el pequeño mensaje que la acompañaba.

<< ¿Sabía yo lo qué es amor?

Ojos jurad que no. Porque nunca había visto una belleza así.

 Dale a aceptar, por favor. >>

Ella conocía muy bien esa frase. Pertenecía a la obra más conocida de Shakespeare, Romeo y Julieta. Ángela se quedó algo impactada. Fuera quien fuese, sabía de su pasión por los clásicos.

“Por favor”, había escrito él. Ángela aceptó sin saber muy bien por qué. Le resultaba inverosímil que un chico pudiera interesarse por ella y mucho menos que pudiese conocerla hasta tal punto.

Quizá porque solía ser fría y seca cuando conversaba, si es que lo hacía. No era especialmente femenina, no se maquillaba, no llamaba la atención. Además le gustaba pasar las horas encerrada en su habitación, casi siempre leyendo. Ángela adoraba a Shakespeare. Lo que también resultaba muy inverosímil. Su propio hermano se cachondeaba de ella cada vez que la veía leer y releer “Romeo y Julieta”.

“Con lo cínica y borde que eres, ese libro te queda en la mano como a un santo dos pistolas”, le había dicho. Pero la mayoría de obras de Shakespeare tenían algo en común, casi todas terminaban mal. Estaban llenas de desamor, desgracia, suicidios, torturas, conspiraciones… La tragedia de Hamlet, el príncipe de Dinamarca, era una de sus obras favoritas. Una obra trágica con todas las de la ley. Una infidelidad maquillada con locura y asesinatos. Un príncipe esquizofrénico y un rey asesinado por su infiel esposa. Como la vida misma, pensaba Ángela.

A Ángela le gustaba la soledad y solía pasar casi todo el tiempo recluida por voluntad propia. Cuando se animaba a salir, iba siempre a la misma cafetería. Era un lugar algo solitario, cerca del centro de Milán. Allí pedía un capuccino y abría un libro cualquiera de Shakespeare, dispuesta a devorarlo entero. Y sólo cuando terminaba de leérselo, comenzaba a tomarse el café. En ocasiones hasta tenía que pedir que se lo metieran al microondas para volver a calentarlo. Pero nunca la habían llamado la atención porque aquel lugar normalmente estaba casi vacío y ella era de las pocas clientas que lo frecuentaba con cierta asiduidad.

Allí siempre encontraba a la misma camarera, una mujer muy agradable y extrovertida, que pasaba más tiempo chateando con sus amigas que haciendo su trabajo, más que nada, porque no había mucho trabajo que hacer. En ocasiones, la visitaba su hermano para darle algún recado. De todas maneras, a Ángela, no le importaba mucho la vida de aquella chica y por lo tanto, no solía prestarle mucha atención.

Y ahora aquel chico, Rober. Pero, ¿de qué la conocía? Ella no recordaba a nadie que se llamase así. Y si le conocía, desde luego que no se había fijado en él.

De todas formas, ya era tarde y Ángela tenía sueño. No le hizo falta cambiarse de ropa porque llevaba con el pijama puesto todo el fin de semana, exactamente, desde el viernes por la tarde. Pero aún tenía el domingo, un día libre más para dejar su mente vagar entre los libros. Un día más desconectada del mundo.

Se tapó con la manta y permaneció durante unos minutos mirando al techo. Luego se dio media vuelta tratando de encontrar la postura adecuada. Pero su mente no paraba de darle vueltas al tal Rober. “Si quería llamar la atención, lo ha conseguido”, pensó ella mientras esbozaba una gran sonrisa. Además, la frase había sido un acierto total. Había pocas cosas que a Ángela le resultasen románticas y los diálogos de Romeo y Julieta eran una de ellas. Más bien, eran el romanticismo personificado.

Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.Where stories live. Discover now