¿Nos vamos de boda?

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El servicio de habitaciones paseaba de acá para allá por los pasillos del hotel. Algunos empleados llevaban champán, otros langostinos y otros condones…

Una señora se dirigía con calma hacia su habitación. Tenía algunos kilillos de más que quedaban perfectamente disimulados con un elegante abrigo de bisón negro, lo único elegante en ella. Se detuvo un instante al advertir un creciente tumulto alrededor de la puerta de la habitación 436, que pillaba de camino a la suya.

Unos cuantos empleados del Zurich Marriot Hotel pegaban la oreja a la madera de la puerta mientras emitían pequeñas risas nerviosas.

-       ¡Qué significa esto! – exclamó la señora indignada - ¡Les voy a poner una reclamación! Esto es una vergüenza. ¿No están obligados a respetar la intimidad de los huéspedes?

-       Pero señora, por favor. ¡No lo comprende! – dijo uno de ellos colorado como un tomate.

-       No, claro que no. – replicó ella con contundencia.

-       Déjenos explicarle… - suplicó el más alto de ellos.

La señora del abrigo negro de pelos frunció el ceño y les miró aviesamente, pero al fin accedió a escuchar la versión de aquellos jóvenes.

-       Bien – comenzó uno de ellos – todo empezó cuando escuchamos un grito muy fuerte que procedía de este cuarto.

Todos asintieron al unísono dándole la razón a su compañero.

-       Entonces vinimos aquí corriendo porque pensábamos que igual había pasado algo grave – continuó otro.

-       Y se pusieron a escuchar detrás de la puerta, ¿no? – preguntó la mujer retóricamente. – Qué comportamiento tan responsable el de ustedes… - dijo con desprecio, arrugando aún más su poblado entrecejo.

-       No… Sí… Bueno… - dijeron todos entre balbuceos.

-       Sólo queríamos asegurarnos de que no hubiera ocurrido nada importante - se disculpó el que estaba más cerca de la puerta.

-       ¿Y por eso están espiando ahora? – preguntó ella poco convencida.

-       ¡Es que usted no lo entiende! – dijo otro emocionado. - ¡Se trata de Matteo Venanzi! ¡Está en esta habitación! – exclamó él mientras señalaba la puerta con nerviosismo.

-       Eso no les da ningún derecho a cotillear como las viejas de los pueblos. – sentenció la señora. – Ahora mismo voy a informar al señor Venanzi acerca de su comportamiento.

Entonces golpeó la puerta con energía. “¡Toc, toc!”.

Mientras, dentro de la habitación 436...

Aún sentía su respiración en mi cuello cuando alguien comenzó a aporrear la puerta con brusquedad. Respiré entre aliviada y fastidiada. Matteo gruñó, claramente fastidiado.

Parecía que, cuando por fin lograba tener a Inés entre sus brazos siempre ocurría algo que lo estropeaba.

-¿No vas a abrir? – le pregunté divertida. Sabía que él estaba mosqueado.

- No creo que sea imprescindible que abra… Sea quién sea puede esperar… - dijo sonriéndome con malicia. Luego se inclinó sobre mi cuello y comenzó a besarlo con suavidad.

Todavía llevaba puestos los pantalones de lino blanco que Matteo me había comprado cerca de Lucerna. Estaba algo incómoda, pero no entendía la razón. Entonces fue cuando caí en la cuenta de que no llevaba bragas, ni sujetador. Hasta yo pude notar la velocidad a la que me puse pálida como la cera. Además, lo que sí llevaba puesto era un futbolista que me tenía acorralada contra el suelo.

Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.Where stories live. Discover now