Rumores, egoísmo y soledad.

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Hacía frío en Alemania. Pero no para los futbolistas italianos. Hay una pelota, dos equipos, dos entrenadores y mucha afición dispuesta a darlo todo en el estadio. ¡Un momento!

¿Hueles eso? ¿No? ¿De verdad que no lo hueles?

Matteo Venanzi sí que lo huele. Y no estamos hablando de la hierba recién cortada del campo sobre el que está a punto de tirar un penalti. Tampoco estamos hablando del sudor que empapa su camiseta, ni la de sus compañeros y rivales. Ni siquiera estamos hablando de las miles de personas que gritan desesperadamente desde las gradas. No.

Huele a tensión, a concentración, a incertidumbre. ¿Quién sabe, excepto los veintidós jugadores que están en el campo y los otros veintidós que están en el banquillo, qué está sintiendo Matteo en el momento de lanzar el balón? Los comentaristas farfullan algunas estupideces sobre el estado de ánimo del futbolista, sobre su postura y su expresión. A pesar de su reciente lesión, Venanzi ha hecho gala de un juego y una técnica impecables, es el máximo goleador de esta liga y el responsable de guiar a su equipo hasta la victoria. Sin embargo, también comentan que quizás su pierna no esté a la altura de las circunstancias, pero que aún es joven y puede aguantar unos años. Claro que, a sus veintiséis, la treintena se acerca. La temida treintena. Sólo le faltan cuatro años, cuatro míseros años, para que le ofrezcan contratos limitados, con fecha de caducidad. Cuatro años para pensar en retirarse, o cuanto menos, para comenzar a planificar el resto de su vida fuera del campo de fútbol. Porque un jugador veterano no deja de ser viejo, y a un jugador viejo ya no lo quiere nadie, y si lo quieren, es por poco tiempo y para enseñar a las nuevas generaciones.

Mientras tanto, frente a la portería se encontraban: el portero alemán, atento y expectante; y Matteo, concentrado y, ante todo, presionado. Presionado, sí. Porque un jugador como Matteo, tan codiciado, tan famoso, tan envidiado y tan respetado, no puede permitirse un error. A pesar de que el partido ya estuviera ganado, de que hubieran marcado ya tres goles, no pensaba fallar. En cada jugada que realiza, en cada pase que ejecuta y en cada balón que lanza a la portería, se juega su reputación. Una reputación muy merecida, y muy duramente ganada.

Matteo respiró profundamente antes de coger carrerilla para chutar. Tal vez Inés lo estuviera viendo por la tele, o tal vez no.

                                                                        ***

-       ¡GOL! – grité cuando vi a Matteo marcar el penalti.

Marianna y yo estábamos tiradas en el sofá de su piso, rodeadas de cuencos llenos de palomitas, patatas fritas y ganchitos. También teníamos botellas de CocaCola y unos cuantos libros esparcidos por el suelo. Había decidido irme a estudiar a casa de mi amiga porque Ángela, sí, Ángela, mi compañera de habitación, tenía el cuarto y su cama ocupados por un chico muy interesante. Y obviamente, yo sobraba en escena.

-       Tía, es el tercero que marca hoy – dijo Marianna con los ojos muy abiertos.

-       Ya, es el mejor – respondí contenta. Porque lo es, mi chico es el mejor de todos. Y no es porque sea mío, ¿eh? Bueno vale, un poquito sí.

-       A ver, éste ha sido un penalti. No es para tanto – contestó ella intentando restarle importancia.

-       ¿Y? Para mí no deja de ser el mejor – sonreí.

-       Ya. Quién te lo iba a decir. Hace casi tres meses no querías verlo ni en pintura – contestó ella.

-       Es que, se hace querer… – respondí.

Fuera de juego © Cristina González 2012//También disponible en Amazon.Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα