CAPÍTULO ONCE

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LÍA

La cálida sensación de tranquilidad me recorre de pies a cabeza, mientras siento los dedos largos de Gabriel moverse por la piel desnuda de mi espalda. Evadiendo con delicadeza el área alrededor del ala. Mi cabeza descansa en su pecho, el sonido relajado y acompasado de sus latidos me arrulla, se siente como si ahora mismo pudiese fundirme en él para no dejarlo ir jamás.

Pareciera como si aquí, abrazada a él, nada pudiese lastimarme.

Un escalofrío se implanta en mi sistema cuando un aire frío se filtra por quién sabe dónde. Cuando Gabriel nota el ligero temblor en mis extremidades afianza su agarre en mí, envolviéndome entre sus brazos. Esta vez sin evitar mi ala. Al contrario, me tenso cuando con una de sus manos comienza a acariciar suavemente las plumas esponjadas en ella. Por pura inercia, realizo un pequeño movimiento evasivo. Nunca nadie la había tocado de esta forma, así que el roce dulce de sus manos me saca por completo de balance.

Él ríe por lo bajo cuando le doy un golpe en la mano con el ala —como le daría un manotazo a alguien por estar tocando algo que no debe—, algo cálido se asienta en lo más recóndito de mi corazón y sin que pueda evitarlo, un suspiro cargado de ilusiones brota de mis labios.

Ilusiones que van a dañarme mucho de no cumplirse. Esas tontas y lindas ensoñaciones donde Gabriel y yo tenemos una larga y tranquila vida, quizá en el paraíso, con lindos querubines corriendo a nuestro alrededor. Nuevamente, un suspiro abandona mi boca, pero esta vez me sabe a desazón.

Sé que nos queda un largo camino por recorrer antes de que las aguas se apacigüen y dejen de darme caza. Antes de que todas las cosas que suceden ahora mismo se resuelvan. Sin embargo, no dejo que eso me amedrente, no permito que los problemas que comienzan a surgir con la luz del sol, me hagan pedazos. Mañana será otro día, mañana podré ocuparme de las consecuencias y asumir responsabilidades. Pero justo en este momento, quiero cerrar los ojos y aferrarme tanto a Gabriel como me sea posible.

Una pregunta estúpida que ha estado dando vueltas en mi cabeza, no me deja estar, así que la dejo salir:

— ¿Por qué «Thiago»? —estoy a punto de repetir la pregunta porque no estoy segura de que me haya escuchado, cuando levanta su cabeza de los almohadones dorados para mirarme con el ceño fruncido y gesto curioso.

¿Qué?

— ¿Por qué de entre todos los nombres escogiste Thiago? —sonrío al recordar el título de una de mis novelas favoritas sobre ángeles y sus protagonistas, antes de añadir—: En todas las novelas que he leído, los seres sobrenaturales usaban nombres bastantes parecidos a sus originales, pero tú has optado por «Thiago» que, a mi parecer, no tiene nada que ver con Gabriel.

Algo parecido a una carcajada débil brota de sus labios, pero me parece ver un atisbo de dolor detrás de la forma en que me observa, sin embargo, el destello desaparece tan rápido que no estoy segura de haberlo visto en realidad.

— Por ti —esta vez soy yo quien frunce el ceño, estoy a punto de replicar cuando noto que va a seguir hablando—. Thiago fue uno de tus primeros asignados —el tono cauteloso que utiliza me eriza los vellos de los brazos pero me obligo a seguir escuchándolo—... Era un pequeño humano de solo cinco años de edad que se te fue asignado para salvar —carraspea un tanto incómodo—. ¿Segura que deseas que continúe?

El destello preocupado que noto en sus ojos verde esmeralda, envía una corriente eléctrica que me saca de golpe de mi anterior estado de sopor. Entonces, me separo de él sin importarme la mirada desconcertada que me dedica. Cruzo mis piernas una sobre la otra, y lo observo con detenimiento antes de asentir firmemente. Él, por su parte, imita mi acción y se recarga a la cabecera de la cama para, finalmente, empezar a hablar con tono ronco.

SÁLVAME DE LA MUERTE - ÁNGEL (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora