CAPÍTULO VEINTISÉIS

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He perdido la capacidad para formular oraciones coherentes, aunque la situación no lo amerita desearía poder responderle algo al demonio de ojos blancos que me mira como si de pronto me hubiese brotado una extremidad. He perdido también —porque, al parecer, me la vivo extraviando cosas— la capacidad para aceptar que lo que dice podría o no ser verdad.

No sé si podría ver a Gabriel a los ojos una vez más si lo que acaba de decir Damballa resultara cierto.

Mi corazón no lo soportaría.

¿Gabriel mató a mis padres?

No, no, me niego a creer que él sería capaz de realizar algo como eso, no habría cabida para ninguna explicación de ser así. Para este punto ya no sé qué duele más, si la herida física o la herida sentimental. Esas heridas causadas por las pérdidas, decepción y frustración que he venido poniendo —una sobre otra— en mis hombros desde hace ya un tiempo.

Una parte de mí me grita que corra, me pide que huya tanto y tan pronto como me sea posible para no escuchar lo que el demonio tiene por decir —pues a juzgar por el vistazo que me dedica, estoy segura que seguirá haciéndolo—, mientras que la otra parte —la desconfiada— me ordena que me quede, que quizá Gabriel no es quien dice ser y me estuvo mintiendo todo este tiempo. Sé, desde luego, que mis pensamientos ahora mismo están a disposición de Damballa y que quizá sea él mismo quien esté obligándome a pensar todo esto.

— Piénsalo, Azaliah. No tengo por qué mentirte —levanta los hombros a la vez que esboza un gesto cansado—. Ya estoy en el infierno. ¿Qué más podría ocurrirme?

— Convertirte en uno de esos —digo, mientras apunto con mi dedo índice las criaturas rastreras que rodean y husmean nuestros pies.

Parecen una mezcla de un centenar de insectos y arácnidos conocidos, claramente puedo ver unas cuantas patas de tarántula debajo de un cuerpo de gusano que lleva en la superficie unas antenitas de cucaracha y unos ojillos de mosca.

Observa a las criaturas durante un momento que me parece eterno, antes de aclararse la garganta y decir:

Bah, no sería tan malo como lo que te ocurrirá a ti si no haces lo que te digo.

Por un momento casi había olvidado que estoy entablando una conversación con un demonio y el mal que lo cubre. Por un momento, había olvidado quién soy y todo lo que eso conlleva. La amenaza impregna en su tono de voz me hace alzar el rostro que cada vez se desfigura más por el susto.

— ¿Q-qué es lo que pretendes que haga? —ni siquiera sé por qué tengo tanto miedo, es como si de un momento a otro mis extremidades se hubiesen convertido en gelatina.

Además, fui yo en primer lugar quien estaba deseando encontrarme a Damballa para poder cortar toda clase de unión con su maldad. Claro, aún no tengo idea cómo es que voy a lograr eso. Lo único que sé es que no voy a irme de aquí sin deshacerme primero de la oscuridad en mí. No puedo permitirme herir a nadie más.

El recuerdo del cuerpo tendido de Gabriel y la forma en que lo sostuve con la intención de dañarle más, aparecen en mi memoria. Mi corazón se estruja y por un instante, me pregunto si no era éste el plan desde el principio.

Quizá, en realidad, no pertenezco al cielo. Quizá mi designio concluía conmigo aquí. En el infierno. Tal vez, es aquí donde siempre pertenecí.

— Así es, Azaliah —dice el demonio, pero no tengo una idea de mierda de lo que está hablando, hasta que añade—: Aquí es donde perteneces.

SÁLVAME DE LA MUERTE - ÁNGEL (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now