CAPÍTULO QUINCE

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LÍA

Mi corazón galopa a miles de kilómetros por hora, estoy casi segura que estoy teniendo alguna clase de arritmia. Ni siquiera sé la razón por la cual me siento de esta manera. Es cierto que sigo consternada hasta la médula por lo ocurrido con Damballa hace un rato. Es más que verdadero que no puedo sacar de mi cabeza la facilidad con la que fue capaz de hacerme hablar en latín y, además, con su voz. Pero el latir desenfrenado de mi corazón se siente diferente. Ni siquiera puedo enfocarme en los movimientos que que el lazo está haciendo allí dentro.

Mi interior revolotea con algo que no puedo reconocer como otra cosa que furia, y duele. Todo mi cuerpo duele, de pies a cabeza. En especial, esa parte que ahora está en completo movimiento. No tengo ni la menor idea de cómo es que estoy logrando mantenerme en vuelo; el papaloteo de mis alas es irregular y torpe, pero de alguna u otra manera consigo avanzar por los aires. La sensación es tan liberadora que, por un momento, olvido mi dirección y me veo envuelta en la tranquilidad que me proporciona la vista. Las nubes grises no podrían estar más cercanas y hermosas. Fácil podría rozarla con los dedos. Fácil podría pinchar una en un intento por causar un chubasco. El viento en mi cara me hace apretar los ojos de vez en cuando al mismo tiempo que consigue que unas pequeñas lágrimas resbalen por el rabillo de ellos. Sin embargo, eso no me impide en lo más mínimo disfrutar de la plena sensación que comienza a asentarse en mi sistema. Se siente como si de repente alguien me hubiese regresado eso que —aunque no supiera— tanto anhelaba.

Azaliah.

La voz de Gabriel dice en una súplica débil dentro de mi cabeza y la sensación que me provoca es tan avasalladora que me detengo en seco en medio del cielo. Mi pulso late fuerte detrás de mis orejas cuando siento una energía diferente a la mía bailar al escuchar la voz del arcángel.

De pronto, cuando estoy a punto de responderle al ojiverde, una sensación asquerosa y nauseabunda se asienta en la boca de mi estómago y mis manos empiezan a temblar cuando el sonido de miles de serpientes hace trizas la antigua sensación de tranquilidad.

Et non audire modo Arcangel.

«Ella no va a escucharte ahora, arcángel», anuncia el demonio que consiguió que me brotaran las alas. Su tono suena condescendiente, alarmante e incluso divertido.

Todos mis músculos se tensan al instante en que reparo en la plática que puedo presenciar gracias al enlace. Por una parte, quiero gritar eufórica porque desde que la segunda ala nació en mi espalda no había podido establecer contacto con Gabriel hasta ahora, y por otra quiero ovillarme en el suelo en mi propia miseria por la sensación errónea que se arraiga con cada segundo más a mi sistema. Algo se siente terriblemente mal.

¿Qué hace Gabriel con Damballa? ¿Y por qué suena como si estuviera herido?

Entonces, ocurre algo que me saca de mis cavilaciones.

«Vuela, ángel salvador», dicen al unísono las voces que puedo escuchar en mi mente.

El caos se desata.

Las nubes estallan cuando algo las atraviesa, en el preciso momento en que reparo en la advertencia en el tono que ha utilizado Gabriel y en el jovial que ha usado Damballa.

No tengo tiempo siquiera a darme cuenta de lo que está ocurriendo. Solo sé que las sombras que alguna vez vi en mis sueños —esas sombras negras de ojos rojos— se encuentran avanzando a toda velocidad en mi dirección.

SÁLVAME DE LA MUERTE - ÁNGEL (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now