CAPÍTULO VEINTICINCO

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La contracción en todos mis músculos es tan dolorosa que, por un momento, consigue opacar el ardor en mi abdomen. Pasar por la puerta del infierno me recuerda a cuando —con mi familia— solíamos ir a las piscinas y yo nada temerosa me aventaba de aquel tobogán grande y amarillo, éste por otra parte pareciera como si fuera demasiado pequeño para mi complexión, además este no es un tobogán ni está hecho de plástico resbaladizo y liso, sino de rocas puntiagudas que rasgan mi piel. Aún no consigo descifrar cómo pudieron salir de aquí aquellos enormes armatostes llamados ángeles.

Un par de maldiciones brotan de mis labios sin percatarme mucho de ello. La caída supone tanto dolor y tiempo, que —por pura inercia— para detenerla intento aferrarme a la superficie rocosa como si aquello fuese a funcionar. Todavía no entiendo por qué sigo creyendo que las cosas podrían salir de la manera en que deseo. Solo para recordarme que el destino y la causa-efecto siguen jugando en mi contra, mi mano derecha se atasca en una roca, pero mi cuerpo sigue cayendo al vacío.

— ¡Ahhh! —chillo cuando siento algo zafarse de su lugar.

Un segundo después, caigo de bruces en una superficie blanda, agarrándome el brazo con el otro como si eso apaciguara el dolor. Soy consciente que desde que Gabriel llegó a mi vida, no he dejado de causarme heridas y han quedado estragos que nunca desaparecerán. Me toma una milésima de tiempo abrir los ojos y echarle un vistazo a donde me encuentro.

Primero, observo el cielo que me evoca el color de la sangre. Luego, miro el suelo repleto de rocas y oscuridad. El calor es tan apabullante que el cabello de mi nuca se pega incómodamente ahí. Me estiro en mi lugar lista para ponerme de pie, cuando me percato que la superficie blanda en la que he caído no es otra cosa más que el cuerpo roído de Zadkiel.

— ¡Rayos! —el terror se filtra en mi tono de voz cuando noto pedazos de piel faltante en su anatomía.

Debe haber sido una lapa. O es lo que quiero creer. Quién sabe qué clase de criaturas haya por aquí, al menos a las lapas ya las conozco. Sé cuán débiles o cuán fuertes podrían ser solo con ver sus cuerpos. Pero lo desconocido... Lo desconocido asusta.

¿Qué clase de monstruos hay allí, en la oscuridad?

Lo que queda de Zadkiel luce como si atravesara una enfermedad dermatológica muy grave. Sus ojos abiertos y ciclados me observan por una eternidad hasta que aparto mi vista de ellos.

Algo en mi interior se revuelve al pensar que ese podría ser mi destino. Solo para acrecentar las hipótesis sobre mi muerte, una lapa se arrastra sigilosamente hacía mí, a pesar de que ya la he visto. Estoy a punto de gritarle que se largue si no quiere morir, cuando alguien —o algo— me interrumpe.

— Lárgate —ordena Damballa, autoritario.

Su figura negra e imponente me saca metros de altura pero no me asusta. Ya no. Nada puede ser más aterrador que la vez que le tuve en mi mente. Nada es más atemorizante que saber que tiene control sobre mí.

La lapa huye como yo lo haría si tuviera la oportunidad. El rastro hediondo permanece unos segundos después de que se va, aunque la verdad es difícil decir que algo no huele mal aquí. En el aire se percibe una mezcla de humo, sangre, vómito y demás pestilencias que no logro reconocer.

El demonio mayor me saca de mis cavilaciones al detenerse delante de mí. Sus blancos ojos se estiran al momento en que su rostro se contorsiona en algo parecido a una sonrisa.

— Me has servido muy bien —suelta y estira su garra derecha hacia mi persona, me toma un segundo caer en cuenta que está tendiéndome una mano para levantarme—. Sabía que tarde o temprano vendrías.

SÁLVAME DE LA MUERTE - ÁNGEL (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now