EPÍLOGO

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LÍA

Verlo ahí, sonriéndome abiertamente no hace otra cosa más que atenazarme el corazón. Sé que nos queda un largo camino por recorrer. Y sé, también, que el trayecto hacia el perdón es uno muy largo. Pero puedo y quiero hacerlo.

¡Claro que puedo!

Gabriel está sentado, expectante, la visión es graciosa pues la silla en la que se encuentra está un poco pequeña para su complexión, pero a él no parece incomodarle, está ahí mirándonos de hito en hito a mí, Haniel y Helge.

— La selección será simple. Los mencionaré uno por uno y el que consiga mayor cantidad de votos será electo. Dicho eso, ¡empecemos!

Menciona un par de nombres antes de decir el de Helge quien, por cierto, parece traer un grupo pequeño de admiradores. Aplaudo con más fuerza de la necesaria mientras los mandatarios hacen anotaciones en una especie de cuadernillo inmenso de hojas gruesas.

— Haniel —la voz ronca del viejo suena cansada y de pronto me encuentro preguntándome cuántos años tendrá.

En mi ensimismamiento casi no escucho cuando pronuncia mi nombre. Cierro los ojos pues no quiero ver el repudio y el asco en los rostros de los guerreros.

Uno.

Dos segundos pasan hasta que se escucha el primer aplauso. Abro un ojo, y veo a Gabriel aplaudiendo con frenesí, en el frente de la multitud. Una sonrisa se dibuja en mis labios pues eso es todo lo que me hace feliz. No necesito más.

Sin embargo, cuando más ángeles, querubines y arcángeles se le unen mi sonrisa se ensancha. Volteo a ver a mis contrincantes y mis ojos se llenan de lágrimas al verlos aplaudir del mismo modo. Haniel palmea mi espalda en un gesto de camaradería. A su vez, Helge me guiña un ojo.

***

— ¡Estoy exhausta! —digo en cuanto llego a mi lugar asignado. Ése que comparto con Gabriel. Aún no entiendo por qué no les llaman «habitaciones» aquí. No sé si algún día podré acostumbrarme a los ángeles y su necesidad de orden y de hacer todo más complicado. A final de cuentas, es una habitación y deberían llamarle así.

— ¡Eso es bueno! —me responde Gabriel, en algún punto de la habitación, a pesar de que no puedo verlo soy capaz de oler su fresco aroma a menta.

— ¿Por qué es bueno? —inquiero, dejándome caer boca abajo en la mullida cama.

Entonces, hace acto de aparición. Tengo que girarme sobre mi estómago para verlo, acto seguido me incorporo para no atragantarme con mi propia saliva al verlo así; gotas de sudor cubren su torso desnudo. Su cabello revuelto le cae sobre la frente, las mejillas sonrosadas acentúan el verde de sus ojos.

— Porque significa que hiciste bien tu trabajo —sus ojos me escudriñan de arriba abajo. Resulta que hace eso cada vez que salgo y regreso para cerciorarse que no me he herido en las salvaciones.

Ahora que además de ser «el ángel salvador» soy «el ángel justiciero» la cantidad de las premoniciones que tengo han incrementado. Justamente vengo regresando de la Tierra, donde se llevó a cabo un terremoto de una escala de 4.5 grados en la escala de Richter. El epicentro fue en una zona de agua, por lo que apenas se sintió en las zonas colindantes pero eso no impidió que algunas olas derribaran casas de aluminio que se encontraban en la litoral.

— «Eso significa que hiciste bien tu trabajo» —hago mi mejor imitación de su voz antes de soltar una carcajada.

Descubrí que cuando lo imito, Gabriel intenta lucir molesto pero en realidad le encanta. Y luego, viene a reprenderme por hacerlo.

SÁLVAME DE LA MUERTE - ÁNGEL (EN EDICIÓN)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt