CAPÍTULO VEINTIOCHO

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— ¡HAZLO, HAZLO! ¡MÁTALO! —Damballa grita, excitado, en un intento por convencer a Lía. Entonces, nota la duda en su rostro rojo y sus ojos se entrecierran, está molesto—. ¡MÁTALO O YO TE MATARÉ A TI!

— ¡CIERRA LA MALDITA BOCA! —responde de vuelta.

Todos somos espectadores. Todos estamos expectantes de cada movimiento del cuerpo de mi cielo. Su pecho sube y baja por la forma errática en que respira. La herida en su vientre no deja de sangrar y me sorprendo por la fortaleza física que puede llegar a tener. Su rostro está tan desfigurado por la ira, por el miedo y un millar de sensaciones más que veo en su mirar, a pesar de que intenta apartar su vista de la mía, se detiene un par de segundos allí.

Por mi parte, hago lo mismo. Espero que pueda ver todo lo que quiero decirle. Espero que sepa lo orgulloso que estoy de ella por ser la mujer que es. Yo en su lugar, ya habría teñido el piso de rojo sangre, incluso si eso significase dañarme a mí mismo.

Un sonido repetitivo me eriza los vellos de la piel. Y el hombre, finalmente, rompe en llanto.

— Mátalo, mátalo, mátalo —repiten una y otra vez los demonios pequeños, Damballa y los intentos de animales que consigo ver.

Incluso, los que no están dentro de la celda se unen a la oración. Los ojos de Lía casi se la salen de las cuencas por la impresión, está llegando al punto de quiebre.

— Cállense —responde en un susurro ahogado—... Cállense.

Verla temblar e hipar me rompe por completo y sé que no podrá soportar más. A decir verdad, yo tampoco.

Lía comienza a removerse en su lugar. Repitiendo su mantra. Hasta que comienza a llorar, con la misma intensidad que la que lo hace el de la cruz. Eso solo hace que unos demonios rían a carcajadas y que el barullo aumente.

— ¡Daven! ¡Los barrotes! —pido alterado, cuando ella hace un amago de llevarse las manos con estacas a los oídos para cubrirlos.

— ¡Estoy en eso!

— Amor, mírame —intervengo en un grito. Pero el ruido de la multitud no cesa—. ¡Amor, eres más fuerte que eso!

Por un momento, me parece ver un destello de reconocimiento y gratitud brillando en sus ojos azules, que por ahora se encuentran un tono más claro por las lágrimas que los han bañado.


Finalmente, asiente.

Su rostro se tiñe de una determinación que nunca había visto, entonces se deja caer de rodillas al suelo. Su cabello oscuro le cubre el rostro cuando lo agacha. Los demonios enmudecen.

¡Gracias al cielo!

No se escucha nada más que los quejidos provenientes del delincuente y las llamas eternas.

— Yo... —comienza a decir Lía, Damballa se inclina dubitativo y expectante para escuchar lo que está a punto de decir—. Yo te perdono por lo que has hecho —no separa su vista de la del hombre que sigue llorando a cántaros—. Y me perdono a mí por el daño que deseaba causarte.

Se pone de pie con seguridad, alza la barbilla y enfrenta a un Damballa furioso.

¡Qué lindo! —aplaude sardónico—. ¡Qué lindos son todos! ¡Qué lástima que aquí tu perdón no sirve de nada! —se burla, su tono se eleva unos tonos—. Quítate, ¡tendré que hacerlo yo mismo!

Comete el error de empujar la figura delgada de Lía y avanzar hasta el sujeto atado. Dice unas cuantas palabras en latín y un humo negro comienza a brotar de sus garras. Un segundo después, la espada de Lía aparece en ellas.

A pesar de que está de lado, soy capaz de ver la ligera sonrisa que se implanta en los labios de mi esposa.

«Vamos, amor. Es tuya».

El demonio de ojos blancos empuña la espada equivocada y la dirige al cuello del delincuente. Una mano pequeña con un artefacto raro y peligroso en ella, lo detiene.

¡Ah, no! —dice ella en tono dulce, no me pasa desapercibida la satisfacción que soy capaz de reconocer en su voz—. ¡Qué lástima que mi espada no te sirva de nada!

Los ojos de Damballa se aprietan cuando, de un solo movimiento, le arrebatan la espada de sus manos.

Entonces, el verdadero lío comienza.

Todas las sombras no tardan en ir en la ayuda del hediondo mayor, pero él no es el único que tiene quienes lo respalden.

— ¡Adelante! —hago un movimiento para indicarle a mis guerreros que se preparen para pelear.

Aunque en verdad no necesito ni mediar palabra, pues ya se encuentran luchando y quitando del camino a quienes intentan dañar a mi esposa. Debo confesar que la idea de traerlos de vuelta, aquí donde apenas pudimos salir —y no todos—, no me convencía en lo absoluto pero ahora viéndolos desenvolverse y cuidar unos de otros no tengo de qué preocuparme.

Asesto un golpe con el codo a la sombra que se me trepa en la espalda. Cae al suelo pero se recompone casi al instante. Por el rabillo del ojo veo a Lía guardando la espada en la parte trasera de su pantalón.

¡¿Pero qué rayos?!

Ella debería estarla utilizando.

Todo el lugar huele a sangre, humo y muerte. No podemos darnos el lujo de desperdiciar un arma como ésa. Si tan solo yo trajera la mía conmigo.

A Azaliah —la gran guerrera— empezó a preferir las peleas mano a mano que las que involucran armas después casi hiere a uno de sus oponentes durante un entrenamiento. Así que, a decir verdad, no me sorprende tanto su decisión.

Estoy cubriendo la espalda de Haniel, que a su vez cubre la de Helge que parece disfrutar especialmente propinarle golpes letales a las sombras. La sonrisa en su rostro me dice lo reconfortante que debe estar sintiéndose justo ahora. Sin embargo, eso no le impide cuidar la espalda de Daven, que cuida a Haakon, y a su vez a Egil, y éste a Aren.

Algo en mi pecho se retuerce, y no es el enlace. Es algo igual de maravilloso. Amistad, lealtad y unión le llaman.

En su sabiduría, Lía se encomienda la tarea de quitar de la cruz al sujeto que para este punto ya perdió el conocimiento. Supongo que es demasiado para soportar en un día.

En ese segundo de descuido, Damballa se incorpora. Un líquido negro brota de una de sus extremidades, misma que parece estar a punto de separarse de su cuerpo. El odio en su rostro es todo lo que necesito para saber que está listo para acabar con esto.

Estoy a punto de advertirle a Lía cuando ella se gira, empuñando esta vez la espada hacia el ser correcto y lo atraviesa de lado a lado.

El infierno se congela. Los demonios se detienen y Lía brinca en su lugar por la impresión.

— ¡No! —¿qué?—. No, no... No...

¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué Lía está lamentándose?

El demonio mayor cae al suelo, antes de abrir la boca y soltar un chillido agudo.

— ¡Corran! —nos dice Lía con los ojos bien abiertos.

Entonces, lo veo... Al principio parece una nube negra. Luego, me doy cuenta que son al menos mil demonios pequeños.

Mil, contra nosotros que somos siete guerreros. Un hombre inconsciente —porque asumo que Azaliah no va a dejarlo aquí— y un ángel despedazado. 

SÁLVAME DE LA MUERTE - ÁNGEL (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora