¿Pero a ti quien te ha querido tan mal?

55 6 0
                                    

Revisa si te han educado imbéciles afectivos: personas cálidas pero coléricas, frías y próximas, de una emocionalidad inconstante como la luna, personas imprevisibles. Es posible que esta educación fundacional (la que adquieres en los primeros años de tu vida y que marca enormemente) te haya hecho creer que
el amor tiene que ver con la distancia, la discontinuidad, el dolor, la imprevisibilidad. Quizá cuando ames a alguien lo coloques en primer lugar, lo proclames rey y le otorgues poderes ilimitados, y éste, en lugar de colocar un trono a su lado, se convierta en un tirano afectivo. También es posible que seas alguien muy sobreprotector, que desde muy joven hayas tenido responsabilidades que no te correspondían por edad y cuando te enamores cuides y protejas al otro, te pongas a su servicio, y finalmente lo que empezó como una forma de ayuda acabe por convertirse en una situación crónica en la que des (y te des) continuamente y el otro haya encontrado una buena plataforma para vivir sin tener que crecer ni madurar. También de esta manera te sometes. Hay quienes sienten pavor a que el amor los devore, se pierdan en él y difumine los contornos de su individualidad. Y se defienden como gatos panza arriba para que nadie pueda «someterlos» (en tu diccionario «amarlos»). Para otros el amor es como la tierra ubérrima en la que hunden las raíces y los pone en contacto con una dimensión de profundidad y sentido, con lo esencial y lo sagrado de ellos mismos. No todos entienden el amor como estos últimos, tal vez uno entre cinco. También están los que sufren de inmadurez afectiva, que nunca llegan a comprender que la libertad son las vinculaciones libres que establecemos durante nuestra vida, no los sentimientos irrenunciables.
Pero hay algo que sí tengo claro: debes enfrentarte a todo el dolor que llevas dentro. El problema no son las personas a las que amas, el problema eres tú. El amor romántico puede ser una buena tentativa para tapar todo el dolor que sientes: Dolor de tu infancia, ausencias, abandonos o vivencias traumáticas.
Sin embargo, tu pareja no es el salvador que te consolará y te aliviará de todas las heridas pasadas, ni tiene la misión ni la obligación de ofrecerte un amor tan grande que te compense todo el dolor anterior.

ES NECESARIO QUE TE ENFRENTES  A ESTE DOLOR
Veamos. Todos hemos sufrido; vivir significa también, inevitablemente, vivir el dolor. A través del dolor también crecemos y nos conocemos. Siddhartha vivió en un palacio lleno de placeres y de paz y no conoció la desgracia, pero no se sentía alguien completo, así que investigó y vio que había un mundo mucho más terrible y oscuro, se escapó del palacio y vivió la enfermedad, la muerte, la desgracia… Sabía que sin esta parte no sólo no hubiera llegado a ser Buda, sino que tampoco hubiera llegado a convertirse en alguien verdaderamente humano. Por tanto, si no cargaras con estos dolores, cargarías con otros. Una vida sin dolor no es posible. Enfréntate a este dolor. No intentes esconderte de él por vías equivocadas. Caminos erróneos para no enfrentarse a las propias heridas hay muchos: bebida, drogas, comida, salir sin parar, amores… El dolor puede ser el inicio de un camino equivocado; de él pueden surgir la rabia hacia una misma, la inseguridad, el enfado permanente y el abatimiento. A veces nuestro dolor, aquello que no podemos soportar, es no ser más perfectos, y tenemos un idealismo invalidante que hace que escapemos de la realidad de formas enfermizas. Así que no debes huir. ¿Cuál sería una buena forma de enfrentarte a este dolor?
Un primer paso es relativizarlo. Asumir que todas las vidas tienen problemas, fracasos y dolores y que tú no eres una excepción. Es más, eres como eres gracias a todo lo bueno y malo que has vivido. El segundo paso es comprender lo ocurrido. Las personas que te han herido, incluso si fueron tus padres, eran víctimas de unas circunstancias y de un escaso saber sobre la vida. Quien te hirió era alguien que no había trabajado la ética, no se conocía bien a sí mismo ni tenía una vida rica y profunda (como la que tú sí podrás crearte). Alguien evolucionado espiritualmente no hace daño a quien más fácil es herir: a un niño, a un adolescente (piensa en quién eras cuando recibiste las peores heridas). Y si son las peores no es porque sean las más terribles, sino porque tú estabas menos protegida para poder defenderte de ellas. La comprensión permite que te exculpes a ti misma. No te hicieron sufrir porque fueras especialmente mala, desastrosa o no valieras nada y te merecieras castigos. Ellos eran pobres personitas con escaso valor: personas sin argumentos, sin autocrítica, sometidas a sus rabias, desorientaciones e incapacidad de responsabilidad afectiva. Tú eras alguien que no podía defenderse ni interpretar correctamente lo que ocurría, es lógico que te sintieras culpable del dolor que te infligían, pero esto no significa que te lo merecieras. El mal que te hicieron habla sólo de cómo eran los agresores; de ti sólo indica que no podías defenderte. Comprender realmente lo que ocurrió es otra forma de perdón. Al dotar de un relato, de un sentido e interpretación lo sucedido, el «dolor ciego» que sentimos pasa a ser discernible y los fantasmas desaparecen. Es como si fuéramos niños pequeños temblando en la cama, en una habitación a oscuras y de pronto encendiéramos la luz, corriéramos las cortinas y el sol llenara la habitación de alegría y los monstruos desaparecieran muy lejos.
Hasta aquí relativizas, comprendes y perdonas. Y perdonas no sólo porque te amas a ti misma, sino porque ya no te importan los demás. Comprendes que son personas demasiado débiles, desorientadas y de escasa calidad personal para que tengan un poder vigente en tu vida. Los perdonas porque ya no te importan.
El  tercer paso es de una gran trascendencia: comprender que el dolor del pasado no tiene vigencia en el presente. Lo peor que podría sucederte con el dolor sufrido en el pasado es que te invalidase en el presente. Que te dejara sin proyecto personal, sin ilusiones, sin ganas de crecer en ninguna dirección. Pero eso no es así.
Aun así, nos quedan los miedos, como un shock de lo vivido; nos acompaña la viva impresión (sobre la que parece no pasar el tiempo) como los dolores intensos del abandono. Muchas personas adoptadas o en centros de acogida en la edad adulta siguen preguntándose y torturándose acerca de los motivos de sus padres para abandonarlos. Sin embargo, tú ya no eres la misma; sólo cuando eras alguien sin fuerzas, inexperta, sin recursos; sólo cuando eras joven, o pequeña o estabas pasando un mal momento, tuviste unas circunstancias muy determinadas para llegar a sufrir tanto. Ahora sería imposible. Eres alguien fuerte, inteligente, mayor, con un gran poder, incapaz de revivir el dolor del pasado a no ser que tú misma te hayas convertido en tu peor enemiga y revivas el dolor exponiéndote absurdamente a él. El dolor pasado era inevitable, pero el dolor presente sólo es opcional. Si revives dolores pasados, por ejemplo, actualizando la vivencia del abandono, entonces es que existe un problema de identidad y de hábito. Te identificas, hay algo muy profundo de ti en este dolor y el mismo miedo a volver a experimentarlo te conduce a revivirlo. Bien, comprenderlo es el mejor paso para superarlo. Si desarrollas enérgicamente los pasos para enfrentarte al dolor, relativizándolo, comprendiendo (perdonando y exculpándote) y entiendes que este dolor sólo tiene poder en el pasado porque hoy no te dejarías herir así, dejarás de dotar el dolor de una fuerza sobrehumana que te impulsa a vivirlo una y otra vez porque es demasiado grande para que te libres de él. Fíjate en cualquier film americano: son un ejemplo paradigmático de las paranoias más habituales. ¿Cómo es el constante retrato mental de un psicópata? Un mago, un genio del mal, un auténtico depravado con una inteligencia asombrosa. Fue Hannah Arendt —por cierto, judía— quien en su
libro El proceso de Eichmann entrevistó largamente a un ejecutor nazi y puso al descubierto la banalidad del mal. El gran nazi no era un frío y cruel demonio humano con superpoderes; era un pobre hombre, un verdadero imbécil que había ejecutado atrocidades limitándose a cumplir órdenes sin cuestionarse lo que estaba haciendo. Ese gran dolor está provocado por personitas, ya no tiene ninguna posibilidad de éxito en el presente. Piensa en quien te haya hecho más daño, imagínate que repite hoy el mismo dolor que te causó: ¿cómo lo vivirías? Hoy, siendo quien eres, seguro que con distancia y sin que te afectara. Por ejemplo, ¿te decía tu padre continuamente que eras una inútil? Hoy, en vez de paralizarte y sufrir día a día, hablarías con él, y si no atendiera a tus razones pensarías que su forma de insultarte no dice nada de ti pero, en cambio, lo dice todo de él: habla de su crueldad, de su insatisfacción vital, de su resentimiento, de lo lejos que está de la sabiduría y la alegría de vivir… Sabes perfectamente que no eres ninguna inútil y que, aunque sea tu padre el que lo diga, se trata sólo de un pobre hombre que se siente mejor si humilla a los demás. Tú, hoy, te lo aseguro: no sufrirías del mismo modo. Tienes tu casa, tus amigos, tu familia, y si se dedicara a tratarte así lo verías poco y emocionalmente protegida. Hoy eres una persona experta, sabia y puedes perfectamente no sentirte ahogada por dolor: lo ves, lo razonas, buscas estrategias y sabes colocarlo en lugares en que no puede herirte.
Tu presente es un espacio estable, seguro y tranquilo. El lugar donde trabajar tu felicidad y tu vida. Ya no es el campo de batalla de fantasmas del pasado. Por tanto, ya no necesitas huir del dolor: no está en ningún
lugar presente. No necesitas escaparte de ti misma, de tu vida actual, a través de una relación amorosa que pueda volver a herirte. Puedes mirar fijamente el dolor y observar exactamente qué era, qué sucedió y cómo eran las personas que lo hicieron posible. Hoy esas personas no están y, si volvieran tan poco evolucionadas como entonces, hay alguien muy distinto que imposibilita que se repita la misma historia, tú misma. Vales mil veces más que quien te hirió. Imagínate un dragón enorme, capaz de volar, de escupir fuego, de sumergirse en el mar, con unas garras poderosísimas que al salir del huevo fuera torturado por unos escarabajos. ¿Crees acaso que el dragón podría vivir hoy con temor a los escarabajos? Se los imagina enormes, con infinitos poderes destructivos. Sólo tiene que coger un escarabajo, observarlo y ver su patético y limitado poder.

¿MICROBOMBAS? ¡NO, GRACIAS!

Como ya he comentado, es muy probable que recibas a todas horas lo que llamo «microbombas», es decir, señales sutiles, casi imperceptibles, pero que todas ellas transmiten un único mensaje: no te ama, no te necesita, no te prioriza, no ocupas un lugar destacado en su vida. Finalmente desequilibrada, estallas, pides explicaciones, creas un conflicto y apareces como una desequilibrada. ¡Pero tú sabes que no estás loca y que te hacen sufrir! Hay dos formas de herir: una es con un puñal y de frente, la otra es con una aguja y un pinchazo cada hora. La aguja y el pinchazo constante no matan, pero desestabilizan a base de bien. Ten bien claro que no son manías tuyas, ni eres hipersensible ni megasusceptible: son formas terribles de desestabilización porque son disimuladas y alambicadas, es mucho más honesto y valiente un ataque directo que las microbombas. Detéctalas, desactívalas y aléjate de alguien así.
Encontrarás más ejemplos de microbombas y otras formas sutiles (pero letales) de ser sometida en el apartado dedicado al amor romántico.

LA MALA EDUCACIÓN SENTIMENTAL
A pesar de que el amor de verdad exista, también somos fruto de una muy mala educación sentimental. El amor romántico, tan presente en las películas y canciones que escuchamos desde niñas, nos habla de entregarnos totalmente, de los mayores sacrificios, de la anulación del yo sin la otra persona. Sin duda es una forma de sumisión alambicada y perversa que llegamos a asumir como el mejor destino posible: un gran amor que acabe siendo sinónimo de renuncia personal, entrega total y de máximos sacrificios.
A pesar de todos los cuentos que hayamos leído, no somos incompletas sin el ser amado. Ni la plenitud vital es sólo posible al lado de alguien. Es como si fuéramos antiguas chinas que nos vendáramos los pies hasta deformarlos porque nos viéramos a través de los ojos del emperador Li Yu, que consideraba los pies diminutos una expresión de «delicada» belleza. Si miras con tus ojos libres de prejuicios los llamados «pies de loto» verás tortura, dolor, deformidad, pero nada más lejos de la belleza (que siempre está relacionada con la salud).
Sentimos que sólo podemos descubrir hasta qué punto amamos a través del propio sacrificio, olvidando que jamás un verdadero amor nos exigiría tanto. Si eres pobre, si pasas hambre, si te sacrificas… eso no es amor, es carencia. El verdadero amor te hace sentir como una reina; ya lo comprobarás cuando te ames. El ideal romántico nos convierte en mujeres siempre atractivas, dispuestas a colmar los deseos de alguien y capaces de los más grandes sacrificios y renuncias. Un romanticismo que nos convierte en las cuidadoras de la relación y en las responsables si éstas fracasan. Kate Millet calificó el amor como el opio de las mujeres, del mismo modo que la religión es el opio de las masas.

⠀El Amor No Duele.Where stories live. Discover now