Capítulo 19

221 14 0
                                    


—Vine con mi padre desde Nuevo México; llegamos hace tres días —nos dice con algo de tristeza.

—¿Es cerca? ¿Están huyendo? —pregunta Luis.

—Sí, en el lugar donde vivíamos aparecieron buscadores —responde, y noto su nerviosismo.

—Vaya, qué mal por ustedes. ¿Y tu padre dónde está? —pregunto, pero Barbará me advierte: <<No le preguntes tanto, se está asustando y no confiará en nosotros>>.

<<Tienes razón, solo quiero saber si ella estaba con más humanos>>.

La joven mira nuevamente a la anciana, quien le anima: —Está bien, son amigos —sonríe y le transmite confianza.

—Mi padre está escondido, teme que los buscadores nos encuentren.

—No te preocupes, nadie los encontrará, se los prometo —respondo con una sonrisa intentando tranquilizarla.

<<No prometas cosas que no puedes cumplir>>, me reprende Barbará.

—¿Ustedes son buscadores? Parecen tan normales —pregunta observándonos atentamente.

—¿Qué te puedo decir? Creo que sí —responde Luis, y ella suelta una risita nerviosa.

—Si lo somos, pero en mi caso, en vez de cazar, rescato humanos —agrego, intentando transmitir simpatía.

—¿En serio podrían llevarnos a un lugar seguro? —me pregunta, cogiéndome de las manos con urgencia.

<<Vaya, está ilusionada con nosotras. ¿Qué vas a hacer ahora, Esperanza?>> comenta Barbará con sarcasmo.

<<No lo sé, me ha tomado por sorpresa. Supongo que ayudarla>>. Luego le digo a Laura:

—Por el momento no puedo, estamos en medio de una misión y lamento no poder ayudarte —ella suelta mis manos, baja la vista y corre hacia la vivienda que se ubica sobre el restaurante.

—¡Espera! —le grito, pero ya es tarde. Me levanto y le digo a María:

—¿Puedo ir a hablar con ella?

—Claro, ve por allí. Camina por el pasillo, sube las escaleras y su habitación es la última a la derecha —responde la anciana, señalando hacia la cocina.

—Espera quince minutos, Luis —le digo antes de irme.

—Por supuesto, aquí te espero —responde de inmediato.

—Gracias —le sonrío y me dirijo hacia la habitación siguiendo las instrucciones de María. Al subir las escaleras, encuentro la casa; avanzo lentamente por el pasillo mientras Barbará sugiere:

<<¿Puedo hablar con ella? Creo que me entenderá mejor si lo hago yo>>.

<<Está bien, pero también tengo algo que decirle>>.

Al acercarnos a la habitación, oímos un susurro y alguien parece estar llorando. Justo antes de abrir la puerta, Barbará me dice: <<Cambiemos. Creo que la chica está llorando>>.

<<Ya lo noté, por eso me detuve>>. Sonrío ante la preocupación y hago el cambio con Barbará.

Ella abre la puerta y la habitación está en penumbra; se ve una figura en la cama que parece ser Laura.

—Laura, soy... —comienza Barbará, pero en ese instante alguien nos agarra desde atrás y siente el frío metal de un cuchillo cerca del cuello.

Barbará reacciona con agilidad, lanzando a nuestro atacante contra la pared, lo que provoca que la luz se encienda. A continuación, sujeta la mano armada y arroja el cuchillo lejos. Escuchamos a Laura gritar:

—¡Papá, déjala! ¡Es una amiga!

Sin embargo, es tarde. Barbará, con un movimiento rápido y fluido, derriba al hombre al suelo. El impacto retumba por la estancia. Furiosa, se coloca sobre él con el puño derecho alzado, listo para golpear. Tengo que contenerla.

<<Cálmate, es su padre>>, advierto, viendo el rostro aterrado del hombre.

<<Casi nos mata>>, responde Barbará, todavía enfadada.

<<Pero míralo. Él solo es un padre preocupado... Por cierto, manejas muy bien un combate cuerpo a cuerpo>>.

<<Gracias, pero supongo que fue el susto>>, responde y se levanta. Luego, ofreciendo una mano reconciliadora, dice: —Perdón, no fue mi intención hacerte daño.

El hombre se reincorpora, mirándonos con cautela:

—¿Dónde aprendiste a pelear así?

—Mi padre me enseñó desde pequeña —responde Barbará sonriendo.

Laura, recuperándose del susto, se une a su padre y nos examina detalladamente.

—¿Qué pasó con los ojos plateados, Esperanza? —pregunta.

—Me llamo Barbará, la huésped de Esperanza —le revela Barbará y padre e hija nos observan sorprendidos.

<<Sabía que no era buena idea mostrarte tanto>>, regaño a Barbará, aunque también entiendo su impulso.

<<Lo siento, pero ella es humana y realmente quería hablar con ella>>, dice con remordimientos.

—¿Pueden cambiar? No sabía que los parásitos podían hacer eso —pregunta el padre, recuperando su cuchillo.

<<¡Parásitos! ¿Qué significa eso?>>, me siento indignada.

<<Jajaja, mírate, alterada>>, se burla Barbará y luego añade con una pizca de ironía:

—¿Qué esperabas? ¿No es eso lo que ustedes hacen, invadir y dominar nuestros cuerpos?

Buscando calmar la situación, Barbará retoma la conversación, instando a la joven a sentarse a su lado en una silla junto a la cama.

Un Alma Especial (basado en The Host)Where stories live. Discover now